Columnas

Reto de Dios’ para un fin de semana.


Por: Carlos Marín.


La polémica Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica de la Comisión Consultiva Científica del Comité de Ética del Consejo de Salubridad General que se dio a conocer hace una semana, pero ayer fue degradada a simple “borrador”, con supuestos y parámetros para casos extremos en que se deba escoger a quiénes de las contagiadas o contagiados de covid-19 debe o no atenderse para que viva o muera, me remite a una definición luminosa sobre la creación literaria en el rango del arte que alcanzan obras como El Quijote, Hamlet, Crimen y castigo, En busca del tiempo perdido, Al este del paraíso, Pedro Páramo, Cien años de soledad, Rayuela, La ciudad y los perros, Palinuro de México… (por citar algunas de las que atesoro).
Son tres palabras de una entrevista de colección que concedió a la BBC Norman Mailer (Los ejércitos de la noche, El parque de los ciervos, Los desnudos y los muertos, Noches de la antigüedad, El fantasma de Harlot, Un sueño americano, entre otros títulos), quien murió (2007) deplorando que su mayor éxito mundial fuera La canción del Verdugo (premiado con el Pulitzer), porque el material en que basó la recreación de un hecho real no salió de su imaginación sino de cajas repletas de documentos judiciales y personales del asesino Gary Gilmore (a cuya ejecución asistió), quien puso patas arriba a la justicia estadunidense. Mailer lamentaba que se leyera y reconociera más por el tratamiento que dio a un suceso ajeno a él, y no por su propia narrativa. En la entrevista dijo que los escritores viven enfrentando el “reto de Dios”, que consiste en “crear universos”.
Incitado por la vulnerable guía que ya ni el dubitativo doctor Hugo López-Gatell toma en serio, la cita me asalta y sobresalta porque la decisión de quién vive o muere implica el mismo reto y fue la parte final en las películas Almas en el mar (1937, con Gary Cooper) y El mar no perdona (1957, con Tyrone Power), con la dramatización de un suceso verdadero de náufragos en el Atlántico norte que no cupieron en el bote salvavidas y el oficial Alexander Holmes fue orillado a impedir o permitir que se subieran a la nave hombres, mujeres y niños aterrados y en peligro de ahogarse. Todo termina en un juicio. El proceso auténtico tuvo lugar en Filadelfia y al marino se le condenó por homicidio involuntario a seis meses de cárcel y a pagar una multa de 20 dólares. La culpa de fondo que le reprochaban fue que había “suplantado a Dios”.
Ante la desgracia de la pandemia que se espera cunda mucho más en México, lo mejor será que el gobierno (qué bueno que el rector Enrique Graue no fue convocado, como se debía, a opinar ni suscribir la escandalosa guía) alce las manos.
Ninguna autoridad burocrática o política debe meterse adonde nadie la necesita, o sea, al pequeño espacio clínico en que cada médica o médico deba resolver, como mejor sepa y pueda, tomar el reto de o decidir por Dios…
Milenio.

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