Columnas

De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

Si no te duermes -le advirtió el papá de Pepito al revoltoso crío- vendrá a llevarte el Hombre del Costal». «¡Éjele! -se burló el chiquillo-. Ése viene solamente cuando tú no estás, y no trae ningún costal». Don Poseidón le contestó, severo, al mozalbete que le pidió permiso para sostener relaciones de noviazgo con su hija: «Dudo en darle mi respuesta, joven, pues no sé si sus intenciones son buenas o son malas». Preguntó muy interesado el pretendiente: «¿Significa eso que puedo escoger?». Lord Feebledick llegó a su finca después de la cacería de la zorra, y el entrar en la alcoba conyugal vio a su mujer, lady Loosebloomers, en trance de refocilación carnal con el nuevo preceptor francés. Antes de que milord pudiera articular palabra le dijo lady Loosebloomers: «He aquí una magnífica oportunidad, Feebledick, para que le demuestres a Monsieur Coucheur tu flema británica y los efectos de la buena educación que recibiste en Eton». Si de Historia se trata, malo el cuento cuando las ideologías sustituyen a las ideas, y peor las cuentas cuando los adjetivos toman el lugar que únicamente los sustantivos deben ocupar. Eso lleva en el mejor de los casos al ridículo, a que te tilden -también en el mejor de los casos- de tonto. Don Eugenio Garza Sada fue un constructor en un país donde ha habido, y hay todavía, muchos destructores. Su vida sigue dando frutos aun después de la muerte, en tanto que la violencia de quienes segaron esa existencia tan fecunda ha quedado reducida a una fecha que cito hoy como efeméride que ya muy pocos habrán de recordar. Sus escasos propagandistas se mantienen atados a un anacronismo que el mundo ha rechazado ya, y aunque por un momento el viento parezca serles favorable sus propios errores acaban por tirarlos: las cosas caen siempre por su propio peso. Los hechos de un hombre como don Eugenio han perdurado; lo sucedido ahora en torno de su persona es anécdota olvidable. Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a comprar un reloj de pedestal. El relojero le mostró uno en forma de apolíneo atleta desnudo que en la región de la entrepierna tenía un reloj de cuco. Le dijo: «Pero en vez del pajarito adivine usted qué sale de la casita cuando el reloj da la hora». Babalucas se quejó con sus amigos: «Mi nueva novia me salió dormilona». «¿Cómo dormilona?» -se extrañó uno. «Sí -confirmó el turulo-. Todas las noches me pregunta: ¿Cuándo nos vamos a acostar? «. En la habitación número 210 del popular Motel Kamawa tuvo lugar el encuentro de Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, con Dulciflor, joven mujer a quien el torpe galán sedujo con su melosa labia de tenorio. En medio del trance de voluptuosidad la cándida doncella le preguntó a Pitongo: «Pero ¿me amas, Afrodisio?». El lascivo sujeto se irritó: «¿A quién se le ocurre hablar de amor en un momento como éste?». Pirulina fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo: «Acúsome, padre, de que anoche follé con mi novio». Inquirió el buen sacerdote: «¿Cuántas veces?». «Padre -contestó Pirulina en tono de reproche-, el pecado para usted, la contabilidad para mí». El señor habló con su hijo adolescente: «Es cierto, Onanito: ese acto es propio de tu edad. Pero no se hace delante de las visitas». Un tipo le contó a otro: «Anoche vi a tu esposa en una fiesta». Opuso el otro: «No creo que haya sido mi esposa. Me dijo que iba a visitar a su mamá». Reiteró el primero: «Estoy absolutamente seguro de que era tu mujer». «Dime -quiso saber el otro-: «¿qué ropa llevaba?». «No lo sé -contestó el amigo-. Me salí antes de que los invitados se vistieran». FIN.

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