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Correcaminos-Tigres, el juego visto en el Marte R. Gómez por Menotti y el Chiquimarco

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Por: : Rigoberto Hernández Guevara | Gaceta Tamaulipas

Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Cuatro horas antes, Pulido, había anunciado vía Twitter que no vendría a jugar este partido. Había previamente ese desencanto en la afición que iba llegando. Afuera no es adentro, dice la canción que hizo famosa La Ley, por eso es que afuera la afición simula borregos al matadero. Llegan solitarios o en manada, acompañados de sus mujeres, esperan un rato, inquietos miran a todas partes. Vienen a ver un partido de futbol y no saben cómo les irá. A gastarse un billete. Dentro de un rato jugará el equipo de sus amores, el equipo que desde antes andan siguiendo como si fuera lo único que hay después del trabajo, del otro lado de la vida, cuando se va en ella una apuesta.

Llagan desde todos los puntos de la ciudad y le van al equipo local, al Correcaminos, anden como anden.

LOS VILLAMELONES

Por otra parte también llegan, paso a paso, por lo general solos, esos que la afición ha dado en llamar los villamelones: son los que van sólo en ocasiones especiales, se confunden entre la raza y al paso del partido se vuelven uno de ellos, son como todos y protestan todas las pifias del árbitro y los errores del equipo local. Se fueron con la finta de que iban a jugar los hermanos Pulido, ídolos de la raza local. Especulan ahora, dicen que no vino porque se tiene que cuidar para ir al mundial.

LA PORRA DE SOL

Desde que llegaron andan así como poseídos. Dicen que por su sangre corre la sangre naranja, pero la otra vez dijeron también que son de sangre azul o que llevan en su pecho los colores del América, los menos dicen que son chivas de corazón.

Son la porra que sublevada y a estas alturas quiere ver sangre enemiga derramarse en el estadio. Desean que una goliza sea el éxtasis de sus mentes con los que irse a dormir muy tranquilos olvidando todas las afrentas, haciendo cuates al vecino enemigo, hasta el día que vuelva a sacar la basura a la calle y lo agarre contra él de repente.

Son los hijos del limbo, los del anonimato, aunque en una ciudad como esta no se confía nadie de las afrentas, te los vuelves a encontrar tirando rostro en el centro, escuchando música naca en el transporte urbano.

Son los hijos de todos y de nadie, pues cuando se cubren de gloria en un acto heroico todos son esos padres cuyos hijos entendieron de valores, pero cuando la riegan nadie se hace responsable de ellos, que los metan al bote y amanecen de pronto bien amargados y crudos en el 2 Zaragoza, en las veces como muchas en que el Correcaminos pierda.

Desde temprano aguardo el momento en que el partido comience. Muchos esperaban una invasión tigre pero ésta no se dio, sin embargo cómo hicieron ruido. Al menos unos doscientos aficionados de la porra oficial del Tigres hicieron su arribo fuertemente custodiados por la Policía Estatal Preventiva. Los también llamados Pepos iban que no cabían en tres camionetas atrás de la porra, miraban para todos lados y no encontraban a nadie, simples mortales que los miraban como siempre, acostumbrados a verles en todas partes.

Pronto dieron a conocer las alineaciones y el árbitro acaparó con indiferencia todas las maldiciones. En el centro de la cancha los capitanes juegan su suerte en un volado, que no es mucha dando que el Tigres es colero y el Correcaminos estaba a punto de ser eliminado en esa liga de mentiritas que un ocurrente llamó Copa Mx, nomás para hacer una lana, pues los equipos de Primera meten puro suplente.

El partido fue entretenido a pesar de todo. Era un vaivén de fallas al marco, un empate programado en las mentes de los jugadores que no sabían acertar al marco. Fue el Tigres quien primero metió el gol y su raza, apostada en la parte Noroeste de Sol General (llamado ahora pomposamente Preferente Norte), derribó la endeble malla ciclónica que los separaba de sus ídolos. Pronto una nube de Pepos nubló el escenario ante esa situación de riesgo para la causa local. Varios jefes hicieron una pequeña cumbre al borde del área, a ras del césped y estuvieron de acuerdo en que se había caído la malla, pero no nunca supieron quién estaba realmente al mando.

Cerca de sesenta Pepos de los doscientos que cubrieron el evento sostuvieron la malla el resto del partido, que por su parte, salvo los aspavientos y altisonantes palabras del Tuca Ferreti, fue bastante aburrido, por cierto.

Lleno de pavor y con el pendiente de que no se fuera a enojar el Tuca y que la emprendiera contra el arbitraje en cadena nacional, el árbitro marcó un penalti en contra del Correcaminos con lo cual sería el dos a cero que al parecer sería el definitivo, pero justicia divina, el disparo lo detuvo el portero que de inmediato se cubrió de gloria y se acordó de su vieja, pensó en pedir un incremento y que mínimo le den la titularidad en el próximo encuentro.

En el segundo tiempo había entrado el Negro Nurse que hace la delicia de los chiquillos en los patios y lavaderos de ajeno. Y en un certero remate de cabeza acalló a la porra tigre que sin embargo nunca se calló en todo el encuentro. El único que se cayó fue el babotas que estaba encima de la malla cuando se colapsó.

Antes de que al Tuca le diera un infartó el árbitro silbó el final de las hostilidades, como dicen los clásicos, y se grabó el empate a un gol por bando. La gente salió contenta con los chiquillos de la mano, pues iban pateando botes, querían jugarse un partido a esas horas con toda la influencia que ejerce este deporte en los chiquillos.

Atrás quedó Nallely Martínez que con un equipo de 24 colaboradores se encargarían de recoger en las próximas dos horas, las tres toneladas de basura que la afición deja en el estadio.

Yo salí rumbo a mi casa acompañado del César Luis Menotti del barrio, que corrigió toda la estrategia del entrenador naranja; y del Chiquimarco, mi vecino, quien me confirmó muy seriamente que el penalti no había sido tal, sino una error de apreciación arbitral.

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