La autodestrucción de un partido

Fuentes fidedignas. Por Isaias Alvarez
En política, a veces no hace falta un enemigo externo para que un proyecto se tambalee: basta con el fuego amigo, el exceso de confianza y la soberbia de quienes creen que ya no hay nada que demostrar. Morena, el partido que nació de un discurso moralizante contra la corrupción y el derroche, está viviendo su propio naufragio moral y lo hace por las propias acciones de sus líderes.
En las últimas semanas, el país ha presenciado un desfile de episodios que retratan a la perfección la distancia entre la prédica y la práctica. Viajes y lujos de personajes clave —como Andy López Beltrán, hijo del expresidente; Ricardo Monreal, “experimentado” operador político; y Mario Delgado, secretario de educación, entre otros— han sido justificados con frases que, más que aclarar, hunden. Las explicaciones parecen sacadas de un manual de cómo cavar más hondo cuando ya estás en el hoyo: “son viajes privados”, “no se usó dinero público”, “tenemos derecho a descansar”. Todas ciertas en lo técnico, pero desastrosas en lo político.
Y es que, mientras los spots de Morena siguen apelando a la “cuarta transformación” y a la “austeridad republicana”, las imágenes de playas exclusivas, vuelos en primera clase o estancias en destinos internacionales contrastan con la filosofía del partido y lo que tanto satanizaron antes de llegar al poder. El efecto es devastador: cada justificación, lejos de apagar el fuego, aviva el hartazgo ciudadano.
Hasta la propia presidenta del partido, Luisa María Alcalde, terminó lanzando una frase que muchos leyeron como una recomendación a sus compañeros: “Aunque se tengan los recursos, no usarlos”, en alusión a vivir en la “justa medianía”. En redes, la interpretación fue inmediata: una instancia a esconder la riqueza de el ojo público.
En ausencia del presidente López Obrador —que todavía conserva un capital político suficiente para apagar fuegos—, el partido luce como un barco sin timón. Los cuadros más visibles no sólo no han sabido contener la crisis, sino que parecen empeñados en echarle gasolina. Es la paradoja: Morena fue capaz de sobrevivir ataques feroces de la oposición, pero está tropezando con las piedras que él mismo puso en el camino.
En contraste, la mayoría de los morenistas tamaulipecos, quizá por sentido de supervivencia o porque conocen mejor el pulso del electorado de carne y hueso, actuaron con mayor prudencia. Algunos no salieron de viaje; otros se mantuvieron en sus actividades, visibles en los medios y cercanos a su base. Era lo lógico: predicar con el ejemplo, enviar una señal de que la “austeridad” no sólo es discurso de campaña; no faltó claro uno que otro descarriado, ya se imaginarán a quienes me refiero. Pero resulta que los más veteranos, los que se suponía conocían todos los trucos para calmar aguas, fueron los más descarados en mostrar privilegios.
En política, las percepciones pesan más que las facturas. No importa si el boleto lo pagó la tarjeta personal, lo que cuenta es la imagen, y esa imagen es hoy un tiro en el pie para el partido guinda. De aquí a la elección siguiente, cada tropiezo será amplificado por la oposición, pero también por una ciudadanía cada vez más exigente y menos dispuesta a comprar narrativas de pureza moral.
Quizá por eso la frase “les hace falta AMLO” ha hecho eco en las redes sociales. El expresidente tenía la habilidad para justificar, encuadrar o, al menos, distraer la atención de las metidas de pata de su equipo. Sin él al mando del partido, los errores quedan desnudos y la narrativa se rompe en tiempo real.
La autodestrucción política casi siempre empieza igual: con el olvido de las reglas básicas que llevaron al poder. Morena parece estar ahí, confiado en que la marca y el arrastre presidencial son eternos. No lo son. En política, el pasado no garantiza victorias futuras. El capital político se gasta, y el derroche de credibilidad es mucho más rápido que el de dinero.
Y mientras la mayoría de los dirigentes se enredan en justificaciones y lujos mal disimulados, parece que la única que pone el ejemplo es la presidenta Claudia Sheinbaum, quien incluso advirtió que el pueblo juzgaría a cada morenista por su comportamiento. Un mensaje que, sin decirlo abiertamente, sonó a desaprobación directa hacia los suyos. Si no lo entienden, el juicio popular no necesitará esperar al próximo sexenio: ya comenzó. La autodestrucción de un partido
Fuentes fidedignas. Por Isaias Alvarez
En política, a veces no hace falta un enemigo externo para que un proyecto se tambalee: basta con el fuego amigo, el exceso de confianza y la soberbia de quienes creen que ya no hay nada que demostrar. Morena, el partido que nació de un discurso moralizante contra la corrupción y el derroche, está viviendo su propio naufragio moral y lo hace por las propias acciones de sus líderes.
En las últimas semanas, el país ha presenciado un desfile de episodios que retratan a la perfección la distancia entre la prédica y la práctica. Viajes y lujos de personajes clave —como Andy López Beltrán, hijo del expresidente; Ricardo Monreal, “experimentado” operador político; y Mario Delgado, secretario de educación, entre otros— han sido justificados con frases que, más que aclarar, hunden. Las explicaciones parecen sacadas de un manual de cómo cavar más hondo cuando ya estás en el hoyo: “son viajes privados”, “no se usó dinero público”, “tenemos derecho a descansar”. Todas ciertas en lo técnico, pero desastrosas en lo político.
Y es que, mientras los spots de Morena siguen apelando a la “cuarta transformación” y a la “austeridad republicana”, las imágenes de playas exclusivas, vuelos en primera clase o estancias en destinos internacionales contrastan con la filosofía del partido y lo que tanto satanizaron antes de llegar al poder. El efecto es devastador: cada justificación, lejos de apagar el fuego, aviva el hartazgo ciudadano.
Hasta la propia presidenta del partido, Luisa María Alcalde, terminó lanzando una frase que muchos leyeron como una recomendación a sus compañeros: “Aunque se tengan los recursos, no usarlos”, en alusión a vivir en la “justa medianía”. En redes, la interpretación fue inmediata: una instancia a esconder la riqueza de el ojo público.
En ausencia del presidente López Obrador —que todavía conserva un capital político suficiente para apagar fuegos—, el partido luce como un barco sin timón. Los cuadros más visibles no sólo no han sabido contener la crisis, sino que parecen empeñados en echarle gasolina. Es la paradoja: Morena fue capaz de sobrevivir ataques feroces de la oposición, pero está tropezando con las piedras que él mismo puso en el camino.
En contraste, la mayoría de los morenistas tamaulipecos, quizá por sentido de supervivencia o porque conocen mejor el pulso del electorado de carne y hueso, actuaron con mayor prudencia. Algunos no salieron de viaje; otros se mantuvieron en sus actividades, visibles en los medios y cercanos a su base. Era lo lógico: predicar con el ejemplo, enviar una señal de que la “austeridad” no sólo es discurso de campaña; no faltó claro uno que otro descarriado, ya se imaginarán a quienes me refiero. Pero resulta que los más veteranos, los que se suponía conocían todos los trucos para calmar aguas, fueron los más descarados en mostrar privilegios.
En política, las percepciones pesan más que las facturas. No importa si el boleto lo pagó la tarjeta personal, lo que cuenta es la imagen, y esa imagen es hoy un tiro en el pie para el partido guinda. De aquí a la elección siguiente, cada tropiezo será amplificado por la oposición, pero también por una ciudadanía cada vez más exigente y menos dispuesta a comprar narrativas de pureza moral.
Quizá por eso la frase “les hace falta AMLO” ha hecho eco en las redes sociales. El expresidente tenía la habilidad para justificar, encuadrar o, al menos, distraer la atención de las metidas de pata de su equipo. Sin él al mando del partido, los errores quedan desnudos y la narrativa se rompe en tiempo real.
La autodestrucción política casi siempre empieza igual: con el olvido de las reglas básicas que llevaron al poder. Morena parece estar ahí, confiado en que la marca y el arrastre presidencial son eternos. No lo son. En política, el pasado no garantiza victorias futuras. El capital político se gasta, y el derroche de credibilidad es mucho más rápido que el de dinero.
Y mientras la mayoría de los dirigentes se enredan en justificaciones y lujos mal disimulados, parece que la única que pone el ejemplo es la presidenta Claudia Sheinbaum, quien incluso advirtió que el pueblo juzgaría a cada morenista por su comportamiento. Un mensaje que, sin decirlo abiertamente, sonó a desaprobación directa hacia los suyos. Si no lo entienden, el juicio popular no necesitará esperar al próximo sexenio: ya comenzó.