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“El año viejo”: Tony y Crescenciano una voz y una inspiración

Por: Vicente Hernández

“Yo no leo, pero escribo; como también toco y compongo sin tener ni puta idea de solfeo.”
«Pau Dones»

Amante como soy, y en especial de la buena música, desde muy pequeño escuche la música y canciones que mi madre escuchaba, y una de las canciones a la que me fui acostumbrando a escuchar y a cantar cada fin de año es; “El año viejo” interpretada por el tapatío Tony Camargo, quien se encontraba de gira y llegó a Caracas, Venezuela, donde le presentaron unos papeles con apuntes sobre una canción: se trataba de ‘El Año Viejo’ que estaba pensada originalmente para el género de cumbia, la cual fue grabada originalmente en 1953, acompañado de la orquesta de Rafael de Paz y el coro de las Tres Conchitas ( que fue y sigue siendo de Tony uno de sus mayores éxitos discográficos) y que en México se fue convirtiendo en una canción casi obligada en el mes de diciembre, junto a la canción “Amarga Navidad” que interpretara Amalia Mendoza, pero la primera le sobrevivió a la segunda, y ahora las nuevas generaciones ya la empiezan a cantar en las reuniones familiares decembrinas.

“Yo no olvido al año viejo / Porque me ha dejao’ cosas muy buenas / Ay, yo no olvido al año viejo / Porque me ha dejao’ cosas muy buenas / Mira / Me dejó una chiva, una burra negra / Una yegua blanca y una buena suegra” Así da comienzo esta pegajosa canción, y yo me digo -bueno si me dejo una chiva, una burra negra, una yegua blanca, hasta ahí está bien la herencia, pero ¿una buena suegra? así como muchos dicen que las suegras ni regaladas, son buenas en realidad la mayoría, si son buenas…¡pero con sus hijas!

Esta guapachosa canción nos pone de buen humor hasta para hacer chistoretes a costa de la madre de nuestras esposas, pero ¿Quién carajos compuso esta ya clásica canción? Según consta en fuentes consultadas, fue autoría de un colombiano de nombre Crescenciano Salcedo Monroy, nacido en Palomino, municipio de Pinillos, Bolívar, un 27 de agosto de 1913, fue un campesino que creció entre los agrestes campos, con hacha y machete, ordeñando vacas y sembrando sueños, nunca asistió a la escuela por lo cual no sabía leer ni escribir, fue autodidacta, pero componía la música y sus letras simultáneamente, fue sencillo por naturaleza, tanto que caminaba descalzo, según él, «para mejor sentir el contacto de la Madre Tierra» y por eso en Palomino, su pueblo, le pusieron el apodo de “El compae mochila de los pies descalzos”.

Aun cuando creció entre los agrestes campos, con hacha y machete, ordeñando vacas y sembrando sueños, desde niño aprendió a tocar la flauta de caña, un rústico instrumento que no requería comprarse en las tiendas de música, sino que se fabricaba siguiendo las huellas de la tradición indígena y emulando el canto de los turpiales, así con flauta en mano y mucha música en mente, salió a recorrer mil caminos, sembrando música y vendiendo flautas, que el mismo elaboraba y en sus correrías paso por Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, vivió ocho años en la Guajira con los Wayuu, sus hermanos mayores, encontrando en este recorrido inspiración para componer algunas de sus primeras canciones como: “El gusto por las mujeres”, “Cosquillitas”, así como la famosa cumbia escuchada en varios países de habla hispana, e interpretada por distintas orquestas “La Cumbia Sampuesana”, compuso también “Hermoso tricentenario”, dedicada a los trecientos años de la fundación de Medellín, que recibió una distinción especial.

Otra de sus grandes composiciones fue “La Múcura”: “La múcura está en el suelo/ mamá no puedo con ella/me la subo a la cabeza/ mamá no puedo con ella” inspirándose Crescenciano en los aguateros que llevaban las pesadas tinajas transportando el preciado líquido, siendo esta canción un gran éxito en la voz del bárbaro del ritmo Benny More, otra reconocida canción es “Mi Cafetal” que fue dedicada a los verdes campos de café que enorgullecen al campesino y son su más preciado tesoro que dice: “Porque la gente vive criticando me paso la vida sin pensar en na/ pero no sabiendo que yo soy el hombre que tengo un hermoso y lindo cafetal” interpretada con mucho éxito por el trio “Los Panchos” otra de sus muy conocidas composiciones fue “Se va el caimán” cuya letra dice: Se va el caimán,/ se va el caimán,/¿pa’ dónde?/se va para Barranquilla/se va el caimán, se va el caimán,/¡qué barbaridad!
se va para Barranquilla” (originalmente se dio a conocer como “El hombre del caimán”).

Desgraciadamente debido quizás a su ignorancia, Crescenciano nunca registro sus canciones, siendo victima de un descarado plagio de parte de personas deshonestas que registraron sus canciones como de su autoría, y haciendo dinero con presentaciones y regalías mientras su verdadero autor vivió una vida de austeridad, manteniéndose con la venta de sus flautas, ya que según él decía “Nunca me gusta hacerme pasar como compositor, pues lo único que hago es recoger motivos y melodías de lo que está con perfección hecho, de acuerdo con la cultura, con ese pulimento que uno tiene, puede recoger la obra, nadie compone nada, todo está compuesto con perfección, uno lo que hace es descomponer” esta forma de pensar dio pauta para el robo de sus composiciones, pero también las compañías disqueras tuvieron parte en este despojo, ya que muchas veces aprovechando las premuras económicas del compositor, le hacían un “adelanto de regalías”, llegándose al extremo de que el autor transfería toda su obra e, incluso, la vendía, yendo en contravía a la legislación autoral, todo esto le pasó a Crescencio, y cuando alguien le preguntaba sobre si recibía regalías por las canciones de su autoría grabadas, el respondía: ¿Autor de qué? yo no soy autor de nada ¿No le digo? y como no lo soy, no cojo nada, recojo motivos para expresarlos en música, otros recogen la plata…”.

El 3 de marzo de 1973 fallece Crescencio en Medellín Colombia, víctima de una trombosis; sin duda alguna, uno fue de los más grandes compositores de la música popular colombiana, tambien fue un prolífico padre, tuvo cinco hijos: Rafael, Santiago, Francisco, Martín y Ramón, su última compañera fue Ligia Alzate, porque, a pesar de todo, a Crescencio “le sonaba la flauta” para encender el amor y sus obras, aún vigentes, viven en el corazón de la gente del pueblo que las siguen cantando.

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