Columnas

El México ¿Independiente?

AGUSTÍN JIMÉNEZ

Cuando el cura Miguel Hidalgo fue convencido por sus colegas insurgentes de ser él quien llamara al pueblo a la revuelta para derrocar el yugo de un mal gobierno, jamás imaginó que la paradoja social, política y gubernamental que estaba iniciando traería para esta nación una serie interminable de interpretaciones ambiguas de su gesta; dichas ópticas serían siempre a conveniencia de quien se encontrase en el poder y, en contadas ocasiones, en beneficio de la población.

Para que esto último nos quedase más claro debemos recordar que la conquista de la Mesoamérica obedeció, en primera instancia, a la fuerza; empero, la consolidación del avance de la Corona española fue gracias a la imposición cultural.

Para cuando los españoles llegaron a nuestras tierras, los mayas habían inventado el cero, los totonacos habían dominado la agricultura, los huastecos tenían avances importantes en materia de hidráulica, los aztecas poseían escuelas de todos los niveles, desde educación elemental hasta lo que hoy serían profesionalizantes, como la medicina herbolaria, por ejemplo y absolutamente todas las tribus eran pródigos en conocimiento de ingeniería y arquitectura, así como de astronomía y matemáticas.

Fue la destrucción de templos, ídolos, figuras, disciplinas del conocimiento, códices, hábitos y costumbres, lo que ocasionó que las culturas precolombinas estuvieran por siglos al borde de la desaparición. Posterior a ello ocurrió el mestizaje que dio pie a una nueva raza de mexicanos que asumieron su situación de inferioridad por no ser “puros” o por ser hijos de españoles nacidos en la nueva España. Condiciones que, al final, los dejaba en desventaja frente a sus “semejantes”.

Cuando Hidalgo llamó a independizarse, clamaba por seguir tal y como se estaba, pero con un trato digno, que fuera considerado justo, amparado en leyes, con igualdad, en el que todos los ciudadanos gozaran de los mismos privilegios. Nunca pensó que al llamar a la emancipación nacional se debía considerar la libertad de culto, económica, de derechos, intelectual, y pondría al Estado como la entidad obligada no solo a impartir la justicia fundamentada en leyes, sino a ser proveedor de condiciones que permitieran la satisfacción de necesidades de una comunidad cada vez más amorfa gracias a esa misma independencia.

Los presidentes de los Estados Unidos Mexicanos, así como los miembros de sus respectivos gabinetes y los integrantes de las cámaras se han visto obligados, sexenio tras sexenio, a sortear con esa evolución tratando de calmar a las masas y, a la vez, “llevando agua a su molino”, enriqueciendo sus cuentas personales y su capital político en una masa ávida de tener un héroe.

Y, como bien reza el refrán que dicta que “el que hace más saliva, come más pinole”, solo basta con que uno más abusado que otros tome un estandarte físico o ideológico, se vista simbólicamente de “cura” o de traje y toque una campana fuertemente para hacer ruido o, por lo menos, haga declaraciones escandalosas en los medios de comunicación y un buen día llame al pueblo a independizarse de lo que, en ese momento, se considera “un mal gobierno”.

No vaya a resultar que en esa concepción exista, también, una coyuntura paradójica, un recoveco de ambigüedad, unas líneas escritas “a medias tintas” al final del contrato, un claroscuro que no permita ver más que el relumbrón de lo que asumimos como metal de preciado valor.

Todo este preámbulo lo traigo a colación porque he repetido una y otra vez en video, la ceremonia del Grito de Independencia, tratando de dejar de lado los argumentos banales y sin razón que no aportan sustento alguno a la reflexión sobre lo acontecido. No nos interesan los detalles del vestido de la primera dama, ni los invitados a la cena privada, ni las arengas pechadas por AMLO que, por cierto, hubo dos o tres impropias para la solemnidad del acto y otras sumamente incongruentes con lo realizado en estos primeros meses de gobierno.

En esas escenas que he visto hasta el cansancio en mi computadora destacan las posturas, miradas y conducta de los asistentes. La conclusión a la que llegué es que, en realidad nadie fue a festejar un año más del inicio de la lucha por la Independencia, fueron a aplaudir que, por fin, aquel que les prometió libertarlos de un “mal gobierno”, se encontraba en el balcón presidencial. En otras palabras, la gente fue a aplaudir que AMLO y solo AMLO estuviera dando el grito.

La figura que se ha creado en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana que votó por MORENA desbanca en su totalidad a la figura del ejecutivo nacional que es jefe del Estado Mexicano. Con todas las responsabilidades y obligaciones que ese papel inviste.

Por tanto, eso me hace creer, que ya no existe el México independiente, y mucho menos, el mexicano independentista.

Lo anterior lo escribo amparándome en el hecho de que hombres y mujeres están confiriendo el rumbo de su destino a los programas clientelares emanados de la presidencia. Muchos –y me consta- ya no están buscando salir a trabajar, prepararse, estudiar o buscar empleo. “¿Para qué?”, dicen. Es más cómodo esperar las becas o asistencias bimensuales que se otorgan.

¿Independencia ideológica? “Qué caso tiene, si nos perdonaron 25 años de deuda a la CFE”. ¿Independencia financiera? “No. Si con lo que me toque de la venta del avión tengo todo resuelto”.

¿En realidad estamos en el México independiente o es la mera etiqueta de cada 15 de septiembre? ¿O nos llama independientes “a modo” el gobierno en turno? ¿O de plano, mejor nos ponemos el traje de independientes, pero estiramos la manita para recibir la dádiva bimestral?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana

¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

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