Una reflexión sobre la clase política mexicana
Un diccionario dice que la política es “el arte de gobernar que comprende la organización y administración de un país en sus asuntos interiores y exteriores” y también dice que un político es una persona “versada en los asuntos de la política o que se ocupa de ello”. Luego también dice que un politicón es una persona que “muestra extrema atención a las cosas de la política”. Luego está el término “politiquear”, que, según el diccionario, es aquel que “se sirve de la política para fines ruines” y de hecho se señala que un sinónimo de politiquear es intrigar.
Situándonos en estos contextos de definiciones, hagamos un análisis sobre las realidades mexicanas, pues yo me preguntaría: ¿son nuestros políticos personas versadas en asuntos de la política o simplemente sólo se ocupan de ello? Por como va el país, yo optaría por lo segundo, pues en general no parecen nuestros políticos ser demasiado versados en lo que se ocupan, pues ¿cuántas veces hemos visto que se nombran diputados, senadores, secretarios de Estado, subsecretarios, directores, etcértera, como pagos de cuotas, favores o parentescos, aunque no sepan nada o poco sobre el área para la cual fueron nombrados?
También el término politicón, que se supone identifica a alguien que pone extrema atención a los asuntos políticos, aquí en nuestro México más bien, como señala la sabiduría popular, se refiere a alguien que está bien parado en las altas esferas, o sea, alguien con influencia grande y donde no importa si muestra o no extrema (o poca) atención a los asuntos políticos que en teoría le deberían corresponder atender.
Lo que sí parece ser característica nacional de los políticos es eso de “politiquear”, o sea, intrigar. Como la política se define como el arte de gobernar y el arte se define como “el conjunto de reglas para hacer bien alguna cosa”, pues quizás los políticos mexicanos han entendido que la cosa que hay que hacer bien es intrigar. Desde luego, si la intriga es muy eficaz, entonces el que la hace es un “politicón”, que merece ese epíteto por tornarse alguien de mucho respeto, no necesariamente muy respetable, siendo esto último de lo menos importante en la política mexicana.
Quizás es por esto que el país, en lugar de avanzar, parece ir en retroceso. México a veces da la impresión de ser como el mundo al revés. Sólo así se puede comprender que año con año las evaluaciones externas que se nos hacen muestran en casi todos los rubros que vamos hacia atrás. México es un país maravilloso, con recursos naturales que parecen inagotables, con una población que ama entrañablemente a su país, que tiene inteligencia y capacidad, pero desafortunadamente sometida a la rapacidad de la clase política y sus comparsas.
Los partidos políticos están partidos, no son partidos y no existe en ninguno un proyecto de nación, pero de NACIÓN, no de un proyecto pasajero, efímero, que cumple con el momento “político”.
La política mexicana es rehén de intereses tacaños, a veces hasta pueriles, y ya no sabe uno si así es la política genéricamente, o sólo lo es la que aquí nos tocó vivir.
Creo que es tiempo de cumplir con la ampulosa frase de que es necesario luchar por los intereses superiores de la nación y que la clase política realmente se dedique a trabajar en lo que le toca, cuando le toca y no con la vista puesta en lo que piensan que el futuro les parece prometer a ellos, o sea, que dejen de practicar el futurismo político.