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Un impuesto para la decencia

Si usted es de los que cumplen puntualmente con todas sus obligaciones, hace su fila respetuoso para pagar sus recibos por servicios, entrega a tiempo su declaración de impuestos y es responsable, ordenado y honesto, lo felicito sinceramente por su conducta ética, pero permítame decirle que tal vez haya vivido el funesto error en que para muchos el ser correcto se ha convertido.

Porque si lo piensa usted bien, el impuesto que paga por ser decente es socialmente ignorado y desde luego muy poco reconocido por quien debería hacerlo. Así, si usted es un causante cautivo, su premio será que lo atosiguen con avisos y notificaciones, hasta dejarlo casi sin respiro, puesto que lo han capturado para siempre y ya no podrá escaparse nunca. Lo que no sucede con quien evade tranquilamente sus obligaciones, y hasta presume de ello tanto como de su astucia para lograrlo.

Si usted compró con mucho sacrificio un coche y paga cabalmente todos y cada uno de los desmesurados impuestos que le cobran hasta por usarlo, más los intereses que incluye el financiamiento del mismo, verá con tristeza que no se usa el mismo rasero con aquel que lo tiene, pero no pagó por sus derechos ni cumplió con las obligaciones derivadas de ello. A éste nadie le dirá nada, ni le exigirán cumplir como a todos.

Ahora que si usted por desgracia se atrasa en el pago de una de las muchas deudas que casi todos tenemos con negocios e instituciones, por nuestra necesidad natural de crédito, puedo asegurarle que será perseguido, amenazado y clasificado, mientras quienes nos convirtieron en rehenes de deudas impagables, andan tan campantes porque la ley aparentemente no se hizo para ellos, sino sólo para los más débiles y desheredados de la fortuna.

Si usted tiene un negocio y cumple puntualmente con los compromisos que le exigen para permitirle ser productivo, estará rigurosamente vigilado por funcionarios que sólo se dedican a eso, a vigilarlo. Tendrá que llenar mil trámites, hacer otras tantas filas, que son a veces verdaderos calvarios, para así recabar autorizaciones y permisos; pero si no está formalmente establecido, no tendrá problemas y vivirá sin angustias ni riesgos. Y cuando mucho con una que otra marcha atemorizante o un bloqueo de la vía pública, o una protesta “social” presionará a las autoridades para que lo dejen en paz. Y éstas invariablemente acabarán cediendo, y callarán. El agobio y la exigencia serán exclusivamente para usted que por decente, tiene además que pagar por serlo.

Por eso si usted no roba la luz, o se cuelga del cable de la televisión de paga del vecino, ni miente en su declaración anual, o se adelanta en la fila faltándole al respeto a su prójimo, anda por la ciudad a la velocidad que le marcan los reglamentos, no se pasa el semáforo en rojo y respeta a las autoridades, seguramente le dirán que le falta astucia y creatividad y que es poco inteligente y audaz. Pero si usted no es comedido con el transeúnte, ni cumple con las reglas y los señalamientos, se estaciona donde no debe y hace lo que se le pega la gana, porque su prepotencia y arrogancia se le han confundido con una cuestionable inteligencia, le aseguro que no le sucederá nada, como no sea que le vean con admiración por ser tan sagaz, astuto y temerario. Y quizá lo ha podido constatar.

Y si, irónicamente desde luego, me atrevo a decirle que tanto el responsable como el decente han vivido en el error, es porque son otros los paradigmas que nuestra sociedad consagra, privilegiando las conductas que los propician. Todavía hay quien piensa que el que no transa no avanza; que es tonto tener confianza en los demás; que todos están coludidos con el mal; que no hay bondad en el corazón humano y que para progresar se debe pisotear a quien sea, ya que es el camino seguro hacia el éxito. Y que las únicas indecencias reprobables tienen que ver con otras cosas como el sexo, la pornografía y el antro. Así de ridículos son a veces nuestros dobles estándares de moralidad.

Por eso, refraseando lo que antes afirmé, si usted es un trabajador productivo y honesto, mientras que otros, por mencionar sólo algunos, trabajan poco, faltan cuando quieren y casi nada construyen, quiero decirle muy en serio que aunque tal vez yo crea que usted ha vivido en el error, lo felicito muy sinceramente, a pesar de todo.

Y lo felicito pues gracias a usted, este país aún no se ha desmoronado. Gracias a usted, esperanzado creyente de utopías, defensor de nuestras agraviadas instituciones, aún hay productividad y empleo; gente que cree en un mejor futuro para sus hijos, personas que no se desaniman ante la apatía de otros; hombres y mujeres de bien que, aunque deban pagar por el error de ser decentes un impuesto que otros deberían pagar, hacen posible que su nación tenga todavía esperanza. Lo felicito por su valentía, y el amor a su patria.

Pero también le pido que no se desespere. Porque afortunadamente el capital humano que como nación aún tenemos y somos, está ahí esperando ser descubierto por quienes deveras quieren un progreso sostenible. Y que más tarde o más temprano, la verdadera diferencia entre las personas no será sólo la sagacidad, ni la astucia o los títulos y los puestos. Lo será la conducta ética, el respeto a la ley, la honestidad y la decencia bien entendidas, y desde luego la fidelidad a la propia dignidad, que es la lealtad que debemos tener hacia nuestros propios sueños, pero sin lastimar nunca los de los demás.

Porque si por desgracia así no fuera, y continuamos cultivando la parte oscura de nuestra naturaleza, representada por la mezquindad y el egoísmo, seguramente que nuestro mundo, ya amenazado por tantos flagelos, no tendrá otro futuro que el odio y la desesperanza. Porque como dice el Libro Santo “Aquel que sopla sobre su casa, sólo heredará el viento”.

“Las leyes son como las telarañas: atrapan a los insectos pequeños, mientras los grandes las rompen, y de ordinario escapan de ellas…” 


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