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Cuando Vicente Guerrero perdonó la vida a un sacerdote

CDMX, a 11 de oct.- “Los costeños de Galeana Pelean como demonios!.” Así decía el informe de Lorenzo Garrote, que en Chihuhualco había sido derrotado estrepitosamente por Hermenegildo Galeana de Bargas.

El mejor aliado de los realistas en Tixtla, era el padre Manuel Mayol, quien desde el púlpito lanzaba ataques contra José María Morelos y Pavón calificándolo de diabólico, ruin y mal nacido; auguraba que su cuerpo pendería de una soga consumido lentamente por los zopilotes y convencía a los feligreses a rechazarlo en defensa de Dios.

En la cresta del cerro, se asomaba la silueta amenazante de 600 insurgentes que con banderas, machetes espadas y rifles, dispuestos al ataque. Morelos y Pavón, estaba al frente a su lado, Leonardo Bravo, en el otro Hermenegildo Galeana de Bargas..

Morelos ordenó al padre Antonio de Talavera, teniente coronel, demandar la rendición e ir con la bandera blanca en cumplimiento del protocolo de guerra. Comentó Morelos: “Comeremos en Tixtla, después de la batalla”.

Nicolás Cosío, jefe militar, fue a su encuentro y tras escuchar el mensaje, respondió soberbio: “Diga a a quien lo envía, que los soldados del rey no ceden con la chusma, tenemos una fuerza regular y tres veces mayor: Ésta es mi respuesta y no vuelva a presentarse con bandera de parlamento, porque no será respetada”.

Morelos hundió las espuelas en los ijares a su corcel que se paró en dos patas y emprendió el galope hacia Tixtla, con su tropa, sonaron los cañones y vibró la tierra, pero continuaron a la pelea cuerpo a cuerpo, que era su especialidad.

Morelos avanzaba entre las balas y entraron a la ciudad; ya estaban encima de los realistas. En tanto, Hermenegildo Galeana al frente de su grupo, y con su joven asistente Vicente Guerrero, realizaron estragos en las trincheras que sometían.

Miguel y Víctor Bravo, por el norte, mientras Morelos aplastaba a los soldados por la retaguardia; que caían fulminados; hacían alarde de valentía y frenesí bélico.

Hermenegildo Galeana y Vicente Guerrero llegaron hasta el atrio de la iglesia, contra un grupo de realistas que fueron acabados para sellar un triunfo con la toma de la plaza.

El párroco Manuel Mayol, hincado ante el santísimo, ocultaba su pánico con la cabeza hundida entre los hombros, en actitud de entrega al rezo; fue interrumpido al abrirse con violencia la puerta del presbiterio y aparecía Vicente Guerrero sereno y triundante.

—¡Vicentito, hijo mío, tengan ustedes misericordia de nosotros, aquí no hay más que mujeres! —Exclamó el cura en actitud sumisa, temerosa y suplicante. —Señor cura, esté usted tranquilo, sabemos respetar a las personas pacíficas, la plaza es nuestra y el señor Morelos ha ordenado que las familias se retiren en paz —contestó Guerrero con la seguridad de la victoria. —Llévame con él… —Suplicó el clérigo. —Es inútil señor cura, nada tiene usted que tratar con nuestro jefe — concluyó Guerrero.

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