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El «lobito jodido» de la CTM

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Joaquín Gamboa Pascoe no nació pa’ pobre ni encaja en las definiciones de diccionario; su gusto por los casimires finos, camisas de diseñador, zapatos de pieles exóticas, restaurantes caros, autos de lujo —Mercedes-Benz o BMW—, así como su residencia en El Pedregal de San Ángel o sus aficiones a la cacería y el golf ofrecen elementos para afirmar que este senador priista y secretario general de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) cumplió su palabra cuando en una ocasión, a finales de la década de 1980, le espetó a una reportera: “¿Qué, porque los trabajadores están jodidos yo también debo estarlo? A mí nunca me verán descalzo ni de guaraches”.

Aquella sentencia muestra a un dirigente obrero, que jamás fue obrero, falto del carisma de su maestro Fidel Velázquez Sánchez; lejano de aquella lengua larga y afilada de su predecesor Leonardo Rodríguez Alcaine, que tan morbosamente atraía a los periodistas, y carente del rico e infame pasado de su fallecido protector Jesús Yurén Aguilar; Gamboa Pascoe es un “político” seco y hermético, cuya vida guarda cualquier cantidad de secretos; sobre él corren las más turbadoras historias desde que en las décadas de 1970 y 1980 llegaba a sus oficinas del Senado de la República a bordo de lujosas limosinas Cadillac y Lincoln de importación.

La vida de Gamboa está llena de misterios; en ocasiones produce la sensación de vacío y de contradicción. Dicen que es el más acaudalado de los líderes sindicales mexicanos, pero conserva la réplica y el concepto desde el que se define a cada uno de ellos. Así, cuando se piensa en el término líder sindical, lejos de asociarlo con la persona que vela por los derechos e intereses de los trabajadores a quienes representa, inevitablemente llegan a la memoria imágenes: las más socorridas, si bien desprestigiadas, diputado, senador, poder; y adjetivos cuyo significado dice lo contrario a la definición tradicional: cacique, charro, manipulador, vividor del sistema, golpeador millonario, ostentoso y explotador.

El resultado: millones de trabajadores que viven en la pobreza, otros medianamente y muchos más se conforman con sobrevivir. Este ejemplo concreto lo protagonizan la CTM y Gamboa, considerado el “líder” más conservador, tradicional y representativo del charrismo trasnochado mexicano de una política muy borrosa que lo encumbró para codearse con la élite política y empresarial, y asegurarse un patrimonio lleno de lujo y comodidad

Como si su riqueza no se notara, cuando habla sobre la crisis económica y malas condiciones laborales se asume en el mismo barco de los trabajadores —“a nosotros qué nos van a venir a contar de los problemas económicos de México, si somos de los que más los han sufrido”—, cuando es bien sabido que a don Joaquín —como muchos lo llaman— le gusta distinguirse de entre sus representados con objetos de mucho valor como el “humilde” reloj en oro amarillo que usó la mañana del miércoles 19 de febrero de 2009 para su toma de posesión como presidente del Congreso del Trabajo (CT).

Era una joya de producción limitada, con movimiento cronógrafo, valuada en 70 mil dólares.

Aquel día, el flamante líder salió a bordo de su auto más modesto, un Chrysler 300 modelo 2008 gris plata con asientos de piel, calefacción y sistema de sonido de siete bocinas, cuyo costo oscilaba en 320 mil pesos. Imágenes y crónicas como la del periódico Reforma guardan ese precioso historial. Nadie duda que Gamboa Pascoe conozca la pobreza: la reconoce en los rostros de los obreros cetemistas que acuden a sus congresos, conferencias cumbre; la descubre en sus ropas, en la manera en que llegan —apretujados en un camión—; la entiende como una circunstancia que, para su fortuna, marca la diferencia entre él y ellos, los obreros, los jodidos.

De allí su filosofía: ser líder de los trabajadores no implica estar igual de jodido, ni tampoco vestir de guaraches. Por eso a nadie sorprende la declaración que le hizo a Felipe Calderón Hinojosa, en la residencia oficial de Los Pinos, cuando fue por la toma de nota que reconocía su reelección como líder de la CTM: “Aunque nos quede la tripa a medio comer, estamos primero por México que por otros intereses”, que se traduce como: “Aunque los trabajadores estén con la tripa a medio comer, estoy primero por los intereses del Estado que por los suyos”.

Calderón ya lo sabía —las promesas para mejorar las condiciones laborales forman parte de un discurso viejo y trillado, palabras, ríos de palabras—, y se notó la primera vez que visitó la sede de la confederación para prodigar la propuesta de su gobierno panista de cómo mejorar la precaria situación de los trabajadores: “A mayor productividad y competitividad de la economía, tiene que haber más ingreso también”.

La pregunta de algunos cetemistas fue espontánea. El ¿cuándo? ¿cuándo? ¿cuándo? se escuchó como un eco ignorado por Felipe, quien siguió, inmutable, leyéndoles su discurso. Ese día —24 de febrero de 2007— era una prueba de fuego para el líder cetemista. Necesitaba demostrar que tenía el control de sus agremiados, y qué mejor que con una calurosa bienvenida al presidente Calderón. Gamboa intentaba evitar, a toda costa, que se repitiera el mal recibimiento que habían dado, algunos años atrás, a Vicente Fox Quesada. No aguantaría otro bochorno. La orden fue clara: “Todos preparados para recibirlo como se merece”; es decir, con aplausos y las frases eufóricas, “Calderón, amigo, la CTM está contigo”, “Calderón, amigo, Nuevo León está contigo”, “Con este presidente, Joaquín está presente”, “Compañero, te lo digo, Calderón es nuestro amigo”, “Con CTM, hasta el fin, Calderón y don Joaquín”, “La CTM se siente, está con el presidente”. Era la porra oficial cetemista con los acarreados de Nuevo León. Cada uno había recibido 500 pesos —aunque los hubo de 3 mil y un poquito más—, además de los gastos para hotel y alimentación.

Por segunda vez, el auditorio Fernando Amilpa Rivera —sede de la Confederación de Trabajadores de México, ubicado en el centro del Distrito Federal— sirvió de escenario para recibir a un presidente panista. Como buen político, Gamboa Pascoe hizo lo propio: “No es alarde, pero la CTM fue la primera que, acorde con esta línea, reconoció plenamente el triunfo del presidente Felipe Calderón”.

Montado en su nube de ensueño, Felipe regresó el halago y dijo sentirse muy contento con el reconocimiento a las instituciones de la República, a pesar del origen priista de la CTM. Gamboa aprendió hace mucho a ser un sindicalista adaptable, aprendió el valor de la ambivalencia.

Tiempo después, el 24 de febrero de 2013, la historia de la visita de Calderón se repetiría en el auditorio Fernando Amilpa Rivera con el mismo protocolo, la misma euforia, las mismas porras, pero con diferente invitado: el mexiquense Enrique Peña Nieto.

Se le recibió con singular alegría no sólo porque se unía al festejo del aniversario número 77 de la confederación, sino porque el PRI estaba de regreso en Los Pinos. En medio de las aclamaciones “Enrique, papucho, Nuevo León te quiere mucho” y “Peña, amigo, Nuevo León está contigo”, se distingue la voz del líder cetemista.

Montado en aires de buen orador —que ha decir verdad nunca se le dará o la voz ya lo traiciona por la edad— le da al priista mexiquense “De la Peña” la bienvenida a su casa con su familia cetemista y, ya encarrilado, se preocupa por aclarar que la CTM “una organización limpia y políticamente fiel al PRI, lo obedecerá durante todo su sexenio”.

Presume de que a pesar de que muchos “corazoncitos” latieron por llegar a la Presidencia de la República, los 4 millones de afiliados a la CTM sólo escucharon el de Peña y lo ratificaron en las urnas de las elecciones de julio de 2012.

Sólo Gamboa es capaz de creer eso. Al igual que su antecesor, Enrique hace lo propio, recurre a la retórica para enaltecer a Joaquín: ‘‘Vengo aquí, también, a hacer un público reconocimiento a esta gran confederación que lidera un hombre con capacidad, con talento, con sensibilidad política, que ha sabido armonizar los esfuerzos de todas las partes de esta gran central obrera, y que han tomado por pronunciamiento su adhesión al Pacto por México’’.

Y atribuye a los cetemistas el fortalecimiento de la estabilidad económica.

En la lista de los negocios que se le achacan al líder de la CTM también destaca la concesión de créditos y contratos para la construcción de más de 50 mil casas de interés social, que no es poco y, menos si se toma en cuenta que fueron construidas en terrenos de su propiedad. Las mismas que él presume como un beneficio para los trabajadores, “un conducto de justicia social, de que vivan en sus propias casas, de que no vivan en mazmorras de un tamaño que resultara risible”.

Apenas egresó de la UNAM, Gamboa Pascoe se dedicó a litigar. La vida y sus relaciones lo llevaron hasta Jesús Yurén Aguilar —un histórico de la CTM—, quien lo hizo asesor de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal —la delegación capitalina de la CTM y la más importante de esa central obrera en todo el país— y siempre será un misterio el porqué, en 1958, Fidel Velázquez llevó a Gamboa como compañero de fórmula para buscar la diputación federal por un distrito de la Ciudad de México.

Fidel tenía capacidad para embelesar a mucha gente, pero cualquier cosa quedaba pequeña cuando se hacía público que la CTM, la mayor organización obrera, tenía empresas valoradas en miles de millones de pesos, manejadas por líderes sindicales; desde luego, controlados por él, que necesitaban asesores en todos los niveles. Y Gamboa Pascoe, un hombre muy habilidoso y lleno de ambiciones, encajaba bien en todos los proyectos y el futuro cetemista. La disciplina, la discreción y la lealtad al viejo líder cetemista lo recompensaron casi de inmediato. Tres años más tarde Joaquín Gamboa Pascoe llegó al Congreso de la Unión con una diputación cetemista.

Lo mismo sucedió en 1967, aunque hasta entonces sus mayores ingresos provenían de las asesorías sindicales y sus negocios por fuera. Esos asuntos personales se multiplicaron con la creación del Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) en 1971, que en su primera etapa permitía a los dirigentes laborales anchos márgenes de utilidad en la concesión de créditos de vivienda y contratos de construcción. Con la protección absoluta e incondicional de Yurén y de Velázquez, amistades como las de López Portillo y Echeverría, y su bien desarrollado sentido del oportunismo político, su carrera despegó.

A Joaquín se le puede criticar su falta de arraigo entre la clase obrera —él nunca lo fue—, de ser enemigo de los derechos laborales o de entreguista, pero nunca de improvisado.

Su especialidad en negocios le valió para ser considerado por Jesús Yurén Aguilar —uno de los cinco lobitos — como asesor jurídico permanente de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal cuya dirigencia alternaba con Fidel Velázquez, como lo hacían también en un escaño senatorial de la Ciudad de México.

Con este encargo de asesor permanente, no tardó en ganarse la amistad y confianza plenas de Velázquez Sánchez, quien vio en él a un hombre con muchas posibilidades.

Y en 1972 lo impulsó como representante de la CTM en el consejo de administración del Infonavit, donde labró una historia de corrupción que nunca se pudo quitar.

Crónicas y reportajes sobre su encumbramiento en la CTM, advierten que, sin el menor prejuicio, no sólo se dedicó a negociar con los créditos y contratos de construcción, sino que también aprovechó para colocar a sus hijos en puestos clave.

Por ejemplo, a Joaquín Gamboa Enríquez lo integró a la Comisión Consultiva Regional del Distrito Federal, que se encargaba de buscar los terrenos para la construcción; y a Héctor lo hizo gerente de Fiscalización y Cobranza.

Bajo la protección de Velázquez —que bien puede considerarse como la estrella de buena suerte que nunca lo abandonó— probó las penurias del poder, pero también las mieles.

A la muerte de Yurén Aguilar, en agosto de 1973, y un mes después, en septiembre y supuestamente por deseos expresos de Yurén, Fidel Velázquez lo impuso como dirigente de la FTDF —“¡Pascue!, para nosotros los trabajadores es Pascue”—, a pesar de la amenaza de una docena de líderes que prometieron irse si llegaba Gamboa.

Nada lo hizo desistir. Fue así como hizo a un lado a los tres cetemistas que esperaban en la línea de sucesión: Leopoldo Cerón, Antonio Mayén y Leopoldo López.

Ya era un hecho, Fidel también había puesto sus esperanzas en quien, por mucho tiempo, había cargado los portafolios de Yurén.

Fidel tenía sus razones personales: “Debe ser Joaquín, yo con la Federación muevo a la CTM”. Y sí, desde 1941, él controlaba la organización. Aquel año instauró su maximato con el apoyo y autorización del presidente Manuel Ávila Camacho, que luego afianzaría por instrucciones del sucesor de éste, el veracruzano Miguel Alemán Valdés.

Como elegido, Gamboa terminó de pulir su imagen exhibicionista de político millonario, prepotente e intolerante, pero no pudo quitarse su particular forma dicharachera de hablar, razón por la que fue catalogado como el Jilguerillo de Fidel.

Velázquez dio nueva cuenta de la protección a Gamboa cuando el presidente José López Portillo removió en 1976 a El Negro Carlos Sansores Pérez de la Presidencia de la Gran Comisión del Senado —una defenestración por su pasado echeverrista—, para enviarlo a cualquier lado.

Lo habría querido regresar a Campeche, aunque terminaron ocupándolo en la Dirección General del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para Trabajadores del Estado (ISSSTE).

Por recomendación de Fidel, aquel año Gamboa Pascoe fue enviado a ocupar el lugar de Sansores en la XLVII Legislatura. Una vez que llegó a su nuevo puesto, Gamboa empezó a fomentarse un exquisito estilo de vida, que incluía el trato distanciado con la prensa, la ostentosidad en la forma de vestir y hasta hábitos muy particulares de alimentación.

Si bien muy pocos lo percibieron, Fidel Velázquez Sánchez se anotó una carambola de tres bandas—valga la expresión que se usa en el juego del billar— con la imposición de Joaquín Gamboa en la Secretaría General del Sindicato de Trabajadores del Distrito Federal.

No se trataba de respetar la voluntad de su fallecido amigo Yurén Aguilar porque seguramente no le importaba, sino de sus planes propios en relación con el futuro de la CTM como un gran conglomerado de sindicatos o la mayor confederación gremial de México, y de su liderazgo.

De entrada, Gamboa era un títere más en las manos de Fidel. Y se notó de inmediato porque de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal salieron innumerables grupos de golpeadores para reprimir e intimidar sistemáticamente a trabajadores del movimiento democrático que encabezaba Rafael Galván en la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

La campaña de los golpeadores de la CTM defeña de Gamboa Pascoe culminó en julio de 1976, cuando el mismo Fidel Velázquez diseñó un plan violento para reprimir y expulsar del sindicato a Galván y los galavanistas. Los “matones” de Gamboa abrieron paso para que nadie le diputara la titularidad del contrato colectivo de trabajo de la CFE al pistolero Leonardo La Güera Rodríguez Alcaine, el otro dirigente de la época protegido de Fidel Velázquez Sánchez.

Como perros de presa, los golpeadores de la FTDF sirvieron para borrar cualquier indicio de insurgencia sindical entre los electricistas. Durante los siguientes diez años, golpeadores de la FTDF también sirvieron para liquidar otros movimientos de sindicalismo democrático o independiente, aplastar huelgas, mientras la CTM negociaba con los patrones.

Tal fue el caso de la embotelladora Pascual, los choferes del autotransporte público de pasajeros —explotados por los permisionarios y luego por el sindicato—, la empresa Effort, S. A., Ideal o Frenos Hidráulicos, así como Acermex y Carabela.

Como granadas, los escándalos de Gamboa Pascoe estallaban por día, valga la exageración. Algunos fueron ridículos, como los de contrabando —uno de India y otro de Estados Unidos que le atribuyeron como presidente del Senado—. Aunque se encargó de negarlos con la mayor vehemencia —“no es cierto, nada de lo que se expresa respecto a mí”— y atribuirlos a conspiraciones políticas de sus enemigos, una papa caliente le quemó las manos.

Por el segundo, por muchos años se le conoció como el “legislador microondas” o el “diputado —si bien era senador— de la fayuca”.

La última semana de mayo de 1982, Gamboa Pascoe pasó una de sus mayores vergüenzas cuando fue obligado a salir al paso para desmentir, tajantemente, como dijeron en su momento, que era uno de los legisladores que, al regreso de una visita oficial a Estados Unidos para una reunión interparlamentaria —la delegación mexicana estaba integrada por diez senadores y 16 diputados, acompañados por la esposa respectiva—, traían consigo un cargamento de fayuca, detectado por agentes de Aduanas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Ocultas en el equipaje había diez voluminosas cajas con joyas, televisores, videocaseteras y hornos microondas. Pero sarcásticamente se habló más de estos últimos porque esos aparatos no eran comunes en México. También había televisores, caseteras, pianolas y un refrigerador.

Con tantos escándalos se llegó a creer que el liderazgo obrero de Gamboa Pascoe sería de corta duración. Esa creencia terminó por afianzarse tras la muerte de Fidel Velázquez, que aparentemente, lo dejaba en la orfandad. Pero la orfandad le sentó bien.

Leonardo Rodríguez Alcaine, el sucesor de Fidel, lo protegió, lo cuidó y le dio acomodo en su Comité Ejecutivo Nacional. La buena relación que cultivó con Rodríguez Alcaine, inscribió a Gamboa en el primer lugar en la lista de secretarios sustitutos, nombramiento que se hizo efectivo en 2005 —por disposición del líder nacional priista y precandidato presidencial Roberto Madrazo Pintado— cuando La Güera Rodríguez murió.

Y Ricardo Aldana Prieto, tesorero del sindicato petrolero, confirmó algunas sospechas cuando descalificó la elección: “¿La verdad se me figura que fue un albazo. Ya había un acuerdo de cúpula?”. Fue ésta la segunda vez que Gamboa se alistaba para suceder a un líder cetemista cuyo periodo terminaba con la muerte, pues éstos —los de la confederación— sólo ceden la dirigencia cuando es necesario “salir de viaje con los pies por delante”.

Convertida en un aparato sindical donde los líderes no se renuevan, la CTM tiene una estructura muy grande en todo el país, pero el mecanismo democrático para elegir a sus dirigentes es el mismo, por aclamación, imposición y, una vez en el puesto, reelección tras reelección hasta que la muerte opine lo contrario.

Con 78 años de edad y sin dejar su cargo en la Federación de Trabajadores del Distrito Federal, Joaquín se encumbró en la CTM para seguir con el legado de Rodríguez Alcaine: hacer de los trabajadores un fuerte brazo corporativo al servicio del PRI.

Lo primero que hizo fue acoger bien el triunfo de Felipe Calderón Hinojosa como presidente de la República, así como poner a su servicio la confederación y la federación, argumentando que tanto él como sus representados saben reconocer a las instituciones. “Acertado” en sus decisiones, se opuso, rotundamente, al proyecto de reforma para transparentar el manejo tanto de cuotas sindicales como de los bienes de los sindicatos, alegando que “si no se conoce la información es porque los trabajadores no la solicitan, pero abrirla a personas ajenas para cumplir reglas de transparencia no tiene sentido”.

En apariencia sus agremiados no estaban pidiendo cuentas, pero cuando exigieron que el presidente de la República tomara medidas para solucionar la falta de empleo y los bajos salarios, Gamboa salió en su defensa al declarar que superar la crisis económica que enfrentaba México de ninguna manera era responsabilidad exclusiva de la administración del presidente Calderón, sino de todos los sectores productivos del país.

En palabras quedó muy bien, lo que no pudieron entender los trabajadores cetemistas fue cómo hacerlo desde su precaria situación, la cual venía deteriorándose desde el periodo presidencial de Vicente Fox. Según datos oficiales, los contratos colectivos disminuyeron considerablemente en el periodo 2001-2006. En 2001 la Confederación de Trabajadores de México contaba con 4 mil 420 contratos colectivos de trabajo; 2 mil 130 en 2002; 3 mil 820 en 2003, puntualizando que de 2004 a 2006 la disminución se colocaba en un alarmante 36 por ciento, debido a que de los 2 mil 500 contratos que se llegaron a alcanzar en 2005 sólo quedaban mil 90 en 2006.

Con estos vientos en contra, aunados a las ambiciones y el entreguismo de Gamboa, la CTM entró en una fase decadente que se reflejó en las bajas cifras de sindicatos adheridos. Se hizo público que para 2011 contaba con mil 351 asociaciones y 754 mil integrantes de la industria privada. Cifra que apenas si se acercaba a los 2 mil 810 que había logrado reunir cuando se fundó en 1936.

Hay quienes piensan que las cifras reportadas por Gamboa sobre el número de afiliados —cuatro millones de activos cetemistas dijo en la celebración del aniversario 77 de la CTM en febrero de 2013— no son más que un intento por mantener vigente el mito de poder y control corporativo que, en algún tiempo, era realidad. Un hecho innegable es que Gamboa ha encontrado, al igual que sus antecesores, la manera para perpetuarse en el cargo.

Todavía hay quien se asombra que después de los escándalos que ha tenido que sortear en su trayectoria política, el repudio que despiertan su ostentosidad y sus declaraciones, continúe enraizado en la confederación, negociando con los derechos y contratos de trabajo, comprometiendo a sus afiliados a seguir políticas y pactos que van en contra de su propia dignidad, no sólo laboral, sino como individuos.

Al margen de cuestionar si Gamboa Pascoe es el líder que los trabajadores merecen, se puede decir, con certeza, que sí es la clase de dirigente que el Estado necesita frente a cualquier federación, sindicato o confederación para aprobar sus políticas de control, esas que promueven al trabajo para sobrevivir, más no para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.

Ahora que el PRI está de regreso con ganas de “mover a México”, la desconfianza surge tras la declaración de Peña que pone como ejemplo de modernidad a la CTM y a Joaquín Gamboa, evidenciando que entiende a la modernidad como un retorno a los viejos rituales priistas, al control totalitario de las instituciones.

Desde este ángulo, se estaría viendo a la Confederación de Trabajadores de México (CTM) como un instrumento, un medio para lograr un escenario electoral propicio para los intereses del PRI.

De aquí la sospecha de que con Peña en la Presidencia de la República, el PRI apostará por revivir el andamiaje corporativo de la confederación. La estrategia para lograrlo será su política de siempre: dar en grandes cantidades, primero, cuando sea necesario, luego a cuenta gotas y al final aplicar una reforma —la ya tan conocida ley “del dulce y el golpe”.

Lejos de preguntar ¿en qué lugar está la modernidad?, la duda es ¿cuánto tiempo más aguantará el país los estragos que generan las relaciones perversas entre gobierno y sindicatos? ¿Hasta cuándo se mantendrán gustos y excentricidades de una clase sindical enraizada en la opulencia y el poder?

No, la CTM no representa el último reducto del corporativismo gremial, ni Joaquín Gamboa Pascoe representa el último eslabón de la alianza histórica de los líderes del sindicalismo con el gobierno mexicano, atrás de él hay más, muchos más.

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