ColumnasOpinión con sentidoPolíticaPrincipal

Un alcalde que se pelea con su propia gente

Fuentes fidedignas. Por Isaias Alvarez

Río Bravo nació como municipio libre en 1962, emancipado de Reynosa en tiempos en que el algodón era “oro blanco” y los comerciantes y ejidatarios supieron alzar la voz para lograr su independencia. De ese impulso quedó la Villa de Nuevo Progreso, convertida con los años en un enclave turístico peculiar, donde los consultorios dentales son casi tantos como las cantinas, y por donde desfilan -o desfilaban, más bien- miles de estadounidenses y visitantes extranjeros. Una villa que incluso se atrevió a soñar con ser el municipio 44 de Tamaulipas.

Hoy, sin embargo, ese sueño está en ruinas. Nuevo Progreso no es la postal de los turistas, sino un territorio en crisis, marcado por denuncias de abusos policiacos, manifestaciones en las calles y una bomba social que amenaza con estallarle en las manos a un alcalde incapaz de medir su propio tamaño político.

Y es que lo que debía ser liderazgo se convirtió en espectáculo penoso. El edil, en lugar de tender puentes, llegó a la villa rodeado de guaruras y asesores que más parecían camarógrafos de un reality show. En vez de estrategia, hubo gritos; en vez de diálogo, desplantes; en vez de autoridad, soberbia. Se puso al tú por tú con una ciudadana inconforme, casi a los golpes, como si la política se resolviera en el ring de un mercado, voceando tomates y cebollas.

La escena fue reveladora: su asesor grabando en lugar de operar, un regidor paralizado mirando el desastre, las psicólogas municipales jugando al apagafuegos, justificando el actuar de su patrón y los guaruras interponiéndose para evitar que la confrontación se volviera tragedia. El alcalde, lejos de representar la dignidad de Río Bravo, terminó insultando a quienes lo llevaron al poder, gritando como si la ciudadanía le debiera atención a sus delirios empresariales disfrazados de política. El argumento: golpeteos de los contrarios.

Pero la historia tiene un matiz aún más oscuro: el alcalde se llama Miguel Almaraz Maldonado, un hombre que ya estuvo en prisión por su presunta relación con el huachicol. Que se controle o corre el riesgo de volver a mascar barrote. Porque si algo le sobra a la ciudadanía de Nuevo Progreso es paciencia, pero no infinita; y si una mujer se anima a denunciarlo por violencia de género o amenazas, el expediente judicial podría volver a abrirse.

La autoridad se respeta, sí. Pero jamás se impone con gritos ni con escoltas. Río Bravo y su villa merecen mucho más que un alcalde con pasado turbio, futuro en entredicho y si ebria de sobra. Bien dice el refrán: Si no te gusta que te pisen los callos, no te metas a bailar.

Notas relacionadas

Deja una respuesta

Botón volver arriba