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La marcha fue real; el desprecio, también.

Fuentes fidedignas. Por: Isaías Álvarez

En Reynosa, miles de ciudadanos firmaron para que al Ayuntamiento se le practique una auditoría rigurosa. Para esta hora, la cifra va en miles. Lo han compartido los propios organizadores en redes sociales.

Este sábado, muchas voces valientes salieron a las calles para exigir lo que por derecho les corresponde: un gobierno que trabaje, que escuche, que responda. No fue un acto político disfrazado ni una movilización con tortas y camiones; fue el resultado de años de desatención, de indiferencia, de decisiones tomadas desde el ego y no desde la razón.

Pero lo que realmente exhibió al gobierno no fue la marcha, fue su reacción. Porque en lugar de escuchar, se burlaron; en lugar de reflexionar, mandaron a minimizar; en lugar de aceptar errores, encendieron la maquinaria de siempre: bots en redes, ataques a ciudadanos y una narrativa que ya nadie cree. Como si con eso fueran a borrar el mensaje que se gritó en la plaza: el pueblo ya despertó.

Mientras tanto, allá, en el corazón de Reynosa, los ciudadanos seguían llegando. De a poco, sin prisa, sin jefes, sin banderas. Llegaban directo a firmar, con sus hijos al lado, con la esperanza viva. Nadie los acarreó, nadie les pagó, nadie los forzó.

Ya van más de cinco mil firmas recolectadas, cinco mil voces que dicen basta, cinco mil voluntades que no están detrás de ningún partido. Porque esta vez no hay padrinos, no hay estructuras, no hay mañas. Solo existe la certeza de que el pueblo pone, pero también quita.

Y no es poca cosa. En México, no es común que la ciudadanía se organice de manera tan masiva y espontánea contra un gobierno municipal -así de hartos deben estar-. Este tipo de movilización no ocurre todos los días. Aquí no hubo líderes visibles ni grandes recursos, solo hartazgo y dignidad. Lo que sucedió en Reynosa marca un precedente, un antes y un después, y eso incomoda.

Y eso es lo que más duele allá arriba: que no hay a quién culpar. Que no pueden acusar a un grupo, a un político, a una oposición. Porque esta vez, el hartazgo viene de todos lados. De los que votaron por ellos, de los que no votaron, de los que ya no esperan nada. Viene de colonias olvidadas, de hogares inundados, de calles llenas de lodo y gobiernos llenos de orgullo.

Carlos Peña Ortiz está en su reelección, pero no gobierna. Maki, su madre, ya gobernó dos administraciones y sigue detrás del poder. Alejandra Yelitza Garza, ‘novia’ del alcalde, no ayuda, solo incendia más con sus desplantes —¿Será infiltrada para reventar desde dentro? —.
Y ahora, ni la diputada Claudia Hernández ni el senador José Ramón Gómez Leal se han dejado ver con el clan makiavélico. ¿Será que no quieren ser apestados junto con ellos? ¿O solo están esperando que pase la tormenta para regresar? ¿Cuánto les durará el alejamiento… si al final, son lo mismo?

No fue la marcha lo que los tumbó del pedestal, fue su soberbia. Fue ese impulso de minimizar lo que era evidente, la incapacidad de gobernar con humildad. Porque gobernar no es presumir obras, es dar resultados. Y cuando el ego se vuelve la brújula, el gobierno pierde el rumbo; no se pedía perfección, se pedía atención, trabajo, respeto. Y como no lo dieron, el pueblo alzó la voz y firmó.

Lo que pasó en Reynosa no fue un estallido espontáneo, fue la consecuencia de años de abandono y desprecio disfrazados de poder. Fue la voz colectiva de una ciudad cansada de que la escuchen solo en campañas, una ciudad que ya no tiene miedo, que exige dignidad.

Reynosa ya no se calla, y mientras más intenten tapar el descontento, más crece, porque la dignidad no se frena con propaganda. No fue la marcha, fue su reacción. Y lo que viene después dependerá del pueblo y esta vez, ya decidió hablar.

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