La Polar, de birriería de calidad… a centro del crimen organizado
El restaurante-bar de prosapia –donde un comensal fue muerto a golpes por trabajadores del lugar– había devenido en centro de prostitución y distribución de drogas, ligado al cártel tepiteño.
El asesinato de Toño Monroy, cliente habitual de La Polar –una birriería tradicional de la colonia San Rafael– destapó una cloaca: el restaurante-bar de prosapia –donde el comensal fue muerto a golpes por trabajadores del lugar– había devenido en centro de prostitución y distribución de drogas, ligado al cártel tepiteño. El sitio ya está clausurado y la investigación de todas las irregularidades avanza en la fiscalía capitalina.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Como acostumbraba cada fin de semana, Antonio, Toño, Monroy acudió el domingo 8 a su restaurante favorito, la birriería La Polar, a tomar una cerveza cubana y un tequila mientras escuchaba el mariachi y el trío. Lo que sería una salida ocasional, casi rutinaria, se convirtió en una tragedia. Ese día la última canción que pudo entonar fue la que, según sus amigos, consideraba su himno personal: “El Rey” de José Alfredo Jiménez.
En la madrugada del lunes Toño fue atacado a golpes por al menos cuatro meseros y dos personas más: el jefe de seguridad del lugar y un empleado administrativo. Toño, de acuerdo con la necropsia oficial, fue asfixiado hasta morir.
La tragedia de Toño Monroy detonó un escándalo inmediato. En la misma mesa departían con él cuatro de sus amigos que testificaron y presenciaron todo: “Lo mataron porque le inflaron la cuenta y querían que pagara propina a huevo; fue una pendejada lo que hicieron”, dijo Raúl, uno de los amigos de Toño, en su velorio.
Precisamente, la canción “El Rey” fue la que su familia y seres queridos pusieron para dar el último adiós a Toño durante su funeral. Aunque nada llenará la pérdida, susurraban entre ellos que, por lo menos, también sería el fin de La Polar.
Durante años La Polar ha sido una de las birrierías más famosas y concurridas de la capital. Ese establecimiento, en la calle Guillermo Prieto, colonia San Rafael de la alcaldía Cuauhtémoc, era de las pocas cantinas tradicionales de la cosmopolita Ciudad de México donde a los trasnochados les gustaba ir para curarse la cruda o seguir la fiesta.
No era un hecho nuevo que al interior se presentaran conflictos. Casi a diario había riñas y discusiones entre clientes y meseros y entre amigos y acompañantes. No es un restaurante cualquiera. Ahí mismo se podía conseguir de todo: mariguana, cocaína, pastillas y hasta cristal, la droga de moda en la capital del país. Bastaba con que le confesaras al oído a uno de los meseros qué buscabas… y te lo llevaba a la mesa.
Si bien en sus inicios el lugar era tranquilo y tradicional, y la birria –según los expertos– no estaba nada mal, con el tiempo se fue volviendo añeja. En su época más reciente el servicio ya era pésimo: los meseros exigían 30% de propina. De lo contrario había bronca. La comida era insípida, los baños estaban sucios todo el tiempo, lo que disfrazaba el aroma ambiente del lugar. No se distinguía si el hedor provenía de la birria de chivo o de la orina de los cientos de clientes. Aun así, tenían a sus parroquianos como Toño, que hasta el último día de su vida no dejó de acudir.