La Comuna
De licuadoras, plasmas y catástrofes educativas
José Ángel Solorio Martínez
Varios años ha estado en la Secretaría de Educación de Tamaulipas. Muy pocos lo conocen; como muy pocos, saben lo que ha hecho con esa grande institución que se lleva la mayor parte del presupuesto del estado. Mario Gómez Monroy, el titular de esa dependencia, llegó ahí por sus vínculos con el gobernador. (Obvio: nadie llega al gabinete sin la venia y el apoyo del Ejecutivo estatal).
No será recordado por su trabajo, ni por su manejo certero de la institución dejada bajo su responsabilidad. Ni mucho menos, por su capacidad negociadora con el sindicato de maestros.
Ahora mismo, se deben millones de pesos a jóvenes becarios.
Se adeudan millones a proveedores.
Se tienen pasivos gigantescos producto de la mala administración de una dependencia que debiera ser ejemplar.
A un mes de terminar con su encomienda, se están basificando muchos trabajadores afines a Acción Nacional e incrementando salarios a quienes participaron en aventuras electorales pasadas.
¿Por qué Gómez Monroy falló en su encargo?
Sencillo: nunca tuvo el perfil para ocupar esa Secretaría.
El alto funcionario, en su lugar de origen –Reynosa, Tamaulipas– administraba dos tortillerías de su familia. Negocios dignos sin duda; muy honorables.
Junto a su protector, Héctor Garza González, se sumó a la campaña del hoy gobernador, Francisco García Cabeza de Vaca, para la alcaldía. (En su primer intento).
Esa derrota, no lo alejó del hoy gobernador; al contrario, mostró lealtad consistente que lo acercó más a Cabeza de Vaca.
En el segundo intento por ser jefe edilicio, Francisco arrasó en la elección.
Ahí estuvo cerca, Gómez Monroy.
Por su discreción y eficiencia, en tareas de “corre ve y dile”, y otras de menor calado, Mario fue ubicado en un importante cargo administrativo del Ayuntamiento reynosense.
Ahí inició su carrera.
Desde ese momento, empezó a construir una envidiable fortuna política y material.
El gobernador Cabeza de Vaca, lo ubicaría en un lugar de la administración estatal de bajo perfil, pero nada despreciable presupuesto.
Por las fallas y los descalabros que propinó al presupuesto, el matamorense Héctor Escobar, tuvo que salir de la Secretaría. Le ganó su amor al dinero y su desdén por la educación, a pesar de asegurar que posee un doctorado en esa disciplina.
Fue la oportunidad para Gómez Monroy.
Llegó a secretario, por esos inesperados golpes que da la vida y la fortuna.
No da entrevistas; muy probablemente, para esconder su precario capital cultural, que contraviene su estancia en el cargo; quizá, por su naturaleza discreta y apocada.
Con casi tres años en el gabinete, el reynosense, no ha mostrado nada que puede justificar su permanencia en la honorable institución que representa.
Ha habido, deplorables, lamentables, reprobables, y hasta repugnantes, Secretarios de Educación, pero con Gómez Monroy se exageró.
¿Se puede imaginar, el estado que guarda hoy nuestra Educación, con el actuar de tal personaje?
Triste la calavera de la SEP.
Mario Gómez Monroy, será recordado mas por el dantesco incendio devorador de su mansión, que por su legado a los procesos de enseñanza-aprendizaje en Tamaulipas.
Patético: se veía más deprimido por la calcinación de sus ocho licuadoras y sus cuatro pantallas de plasma, y no por la catástrofe educativa que nos heredó.