Por: Mauricio Fernández Díaz
Aunque Américo gobierne nunca volverán los grandes gastos
Ciudad Victoria.- Todavía no toma asiento el doctor Américo Villarreal como gobernador y ya se frotan las manos los favorecidos en tiempos de Yarrington, Hernández Flores y Torre Cantú, engañados por la idea de que volverán los viejos tiempos, aquellos de gastos de avión, hospedajes y donativos a cualquier asociación chatarra. Se convencen a sí mismos porque el nuevo gobernador es victorense y está comprometido con rescatar la capital y otras zonas deprimidas del estado. Pero los tiempos han cambiado, y la jauja geñista jamás volverá.
Estamos seguros de que habrá mejoría en obra pública, salud y educación con el doctor Villarreal, ya que tanto en campaña como en sus foros planteó proyectos para fortalecer estos y otros servicios. Igualmente, el gobierno federal ya anunció un paquete para la zona fronteriza de 1,200 millones de dólares. En suma, vienen buenos tiempos para Tamaulipas, y es razonable esperar cambios para bien.
Pero creer que volverán los tiempos pasados es un cambio para mal. Se ha sufrido demasiado con la administración del panista Francisco García Cabeza de Vaca como para padecer otros seis años. Cada vez salen más indicios de corrupción y ejercicio indebido de funciones en el reynosense, sus parientes y colaboradores. En eso se parece a Eugenio Hernández, otro de los peores mandatarios de Tamaulipas, con quien irónicamente sostuvo una rivalidad personal. Tanto se parecían que llegaron a odiarse.
En cambio, el hombre que ejercerá el Poder Ejecutivo Estatal es un profesionista realizado, un médico exitoso y reconocido, cualidades que solo se ganan con honestidad; ni Cabeza de Vaca ni los anteriores gobernantes contaron son esa reputación cuando llegaron al cargo. Pero su mayor virtud, en política, es otra, y precisamente por ella gobernará la entidad con un estilo opuesto al priista.
Américo Villarreal Anaya es un ferviente promotor y practicante de la Cuarta Transformación. Desde su labor como Senador puso de manifiesto su compromiso y su lealtad al proyecto de López Obrador. Ha defendido en tribuna la política de salud implementada por el régimen a pesar de los cuestionamientos. Gracias a él, también, se lograron mejoras en algunos hospitales federales de la entidad.
Este es el dato más importante a tomarse en cuenta si se quiere predecir el tipo de administración que tendrá Tamaulipas en el próximo sexenio, porque allí se encuentra la característica principal de este singular gobierno federal.
Bajo el lema “primero los pobres”, la presidencia de Andrés Manuel López Obrador ha combatido, vituperado y exhibido el derroche de recursos de las pasadas administraciones. Para diferenciarse de ellas, ha rebajado hasta lo espartano los gastos permitidos a funcionarios y organismos públicos; incluso convirtió la residencia oficial de Los Pinos en un Centro Cultural para uso de todos. El Ejecutivo federal ya no viaja en jet privado sino en vuelos comerciales y en clase turista. Y cuando quiere mover conciencias a su favor, exhibe los sueldos faraónicos de magistrados, presidentes y consejeros de organismos autónomos. Toda noción de lujo, molicie y clasismo los tiene por repugnantes.
Este es un verdadero acierto del gobierno federal luego de los ejemplos atroces de Enrique Peña Nieto y Vicente Fox, sin eximir por eso a Felipe Calderón, aunque el defecto principal de este vaya en otra dirección.
Hoy, la gente ya no mira con horror aquella riqueza humillante de los altos funcionarios y, en contraste, profesa admiración por el presidente y sus políticas sociales.
Esta filosofía política, enemiga del materialismo y el glamur, está a punto de aterrizar en Tamaulipas, y si bien Américo no es Andrés Manuel ni lo será jamás, desde su trabajo como senador respetó el código ético de la Cuarta Transformación, y nunca voló a Las Vegas a celebrar el 16 de septiembre como tantas veces hicieron Eugenio Hernández y los parásitos de aquel Congreso Local, presidido por Ricardo Gamundi.
El doctor Villarreal no es el inmaduro Hernández Flores y no gobernará como él ni como priista. ¿Quién puede creer que volverán los viejos tiempos?
Pero la razón más importante para esperar un gobierno estatal discreto es la austeridad impulsada desde Palacio Nacional.
De entrada, este concepto, austeridad, es perjudicial para una república con tantos niños enfermos, tantas personas sin estudios y tantos pequeños empresarios en quiebra. Pero es lo que hay, y nuestra labor es indicar los hechos.
Bajo esta óptica supuestamente franciscana, el gobierno de López Obrador ha suprimido cada ves más las fondos a estados y municipios. Para 2022, sus diputados, con mayoría en el Congreso de la Unión, aprobaron 29, 803 millones de pesos a la Guardia Nacional, pero solo 7,988 millones de pesos a policías municipales.
Asimismo, eliminó el Fondo de Fortalecimiento de Seguridad Pública, el Fondo Metropolitano, el Programa de Desarrollo Regional y el Programa de Infraestructura para obras de drenaje, alcantarillado, y caminos rurales. Eran una inyección de dinero fresco que no volvieron a ver los gobiernos estatales con la Cuarta Transformación.
Tampoco generarán una importante derrama económica las obras anunciadas en los cruces fronterizos de Reynosa y Nuevo Laredo; se asignarán directamente al Ejército: ningún constructor local, siquiera regional, obtendrá un peso de ellas, y no se sabe si los militares adquieren por lo menos materiales en la zona donde se ejecutan los trabajos. Algo de hospedaje y consumo de alimentos podrían pagar en los lugares, pero no son montos como para reactivar a una localidad.
La austeridad franciscana, para bien y para mal, es una realidad en este país, y no permite pensar en las bacanales de dinero que gastaban Tomás, Geño y Egidio.
El doctor puede invertir mucho donde verdaderamente lo necesite y, sobre todo, donde le dé resultados. No debería temer eso.
Sin embargo, los viejos tiempos del priismo jamás volverán, y ahí estará atento el Presidente para impedirlo.