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PAÑALES AL CONGRESO

ricardo rodriguez

 

 

 

 

 

Por: Mauricio Fernández Díaz

*La tradición política del poder hereditario

*Ricardo Rodríguez ¿Qué va a hacer un junior  al Congreso?

*Legislar no es un juego de niños, ni  un trampolín político

*¿Merece ganar 80 mil pesos mensuales solo por ser el hijo de papi?

Es terrible presenciar como las leyes que rigen la convivencia de una sociedad y garantizan la igualdad y equidad entre los ciudadanos quedan en manos de personajes que ni idea tienen de lo que se necesita legislar en un Estado como Tamaulipas.

Es patético ver como a juniors adictos a la vida loca, al goce etílico y con un pasado pandilleril, el PRI les da la oportunidad de competir electoralmente para llegar a ser diputados, cuando su preparación, sus prendas académicas y su experiencia serían mejor ultilizadas en un trabajo de guarura o cargamaletas.

Sin embargo, históricamente en el PRI el poder se ha vuelto un botín hereditario.

Basta con que el padre del chamaco haya tenido incursiones en la función pública para que su hijo pueda acceder a esa vida de lujos y placer, ganancias sin esfuerzo y el poder que da pertenecer a ese pequeño grupúsculo que gobierna nuestro estado.

Es el caso de Ricardo Rodríguez, candidato a diputado por Victoria, un bebe de pañales cuyo único mérito es ser hijo de Jaime Rodríguez Inurrigarro, un político que se desempeño en varios puestos como presidente municipal de Victoria, diputado federal, secretario general de gobierno, Procurador General de Justicia de Tamaulipas.

Desafortunadamente las experiencias y la sabiduría no se transmiten en los genes.

Así que el junior hijo de papi tendría, de ganar, que empezar como todos los ignorantes que llegan a algún puesto público por meras recomendaciones: echando a perder.

Desgraciadamente, para los ciudadanos de a pie ese echar a perder aparte de perjudicarnos en nuestra vida diaria –con las leyes en contra de la población que aprueban nuestros “representantes populares”, lo que ganan es una ofensa para cualquier trabajador, incluyendo a profesionistas como médicos, ingenieros y otros que en realidad se la parten y no logran obtener en ocasiones ni la mitad de lo que percibe un legislador, que son aproximadamente 80 mil mensuales.

Ricardo Rodríguez anda por ahí, con su sonrisa Colgate, su carita bien cuidada y su vestimenta de primer mundo, comprada obviamente en los US, tratando de convencer a la gente de que él es un tipo simpático y agradable, por lo que merece ser diputado.

No ha propuesto una sola idea acerca de lo que pretende llevar como propuestas legislativas, no se ha pronunciado sobre la legislación de la mariguana, sobre la despenalización del aborto, sobre la inconstitucional tenencia vehicular; no ha fijado su postura acerca de la reelección de los diputados y presidentes, ni ha dicho esta boca es mía en la cuestión de transparentar los gastos del Congreso ni su opinión acerca del problema de las tarifas eléctricas; vamos, ni tan siquiera ha sido capaz de emitir un juicio sobre la corrupción en los Ayuntamientos y como podría ser más efectiva la supervisión del Congreso en ese aspecto.

Nada; absolutamente nada de propuestas; solo sonrisas, abrazos, apapachos y mucho galaneo.

¿Necesita en realidad el Congreso a un niño afecto a la buena vida y que sin duda utilizará su puesto solo como trampolín político como lo hizo su padre?

Jaime Rodríguez Inurrigarro tuvo sus cosas buenas, pero también tiene una amplia cauda de historias negras.

Ojalá éstas no vayan incluidas en la herencia política

 

 

 

 

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