Política

¿Qué pasó con el otrora PAN?

MAURO GONZÁLEZ LUNA

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Hablemos del otrora PAN; conozco bien su historia. Decimos otrora porque ya solamente es hoy un cascarón político, gris, pragmático, neoliberal, vacío de la substancia que le dio vida y sentido en su origen, 1939.

Hay una significativa ignorancia –no culpable y en ocasiones culpable– de muchos que hacen la historia de dicho partido. Por motivos de parentesco y afinidad de pensamiento, tuve oportunidad de conocer de cerca, vida e ideas de su ideólogo más importante y primer candidato a la presidencia de la República, Efraín González Luna, y de Manuel Gómez Morín, su fundador, uno de los siete sabios de México.

Hubo un biógrafo original de los primeros años y primera campaña presidencial de 1952, según testimonio unánime, la más combativa, dura, brillante y fecunda de su historia. Ese biógrafo fue Luis Calderón Vega, hombre inteligente y honrado que renunció al PAN en los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, padre de ex presidente. En sus famosas memorias del partido, se puede palpar el espíritu de “camaradería castrense” que prevalecía en aquellos años de lucha difícil, ardua, sacrificada, contra el régimen faccioso. Todos cooperaban con entusiasmo, trabajo tenaz y donativos, pues no había entonces financiamiento público.

En un principio grandes y medianos empresarios creyeron ver en el PAN un reducto para defender sus intereses, pero en brevísimo tiempo se dieron cuenta que la doctrina y la dura praxis del partido eran unas que no correspondían a lo que habían supuesto; y por ello, lo dejaron. Y no correspondían porque el pensamiento fundante se basó en los dos principios esenciales de la doctrina social católica que van de la mano: solidaridad o bien común, y subsidiariedad.

Doctrina social católica que fue inspiración de los principios sociales, políticos y económicos que le dieron unidad de pensamiento a la conducción original del partido por sus líderes. Unidad de doctrina tras la cual se volcaron sectores de la clase media comercial y profesional, pero fundamentalmente del pueblo sencillo.

Basta releer los discursos del primer candidato a la presidencia del país para comprobar la solidez y fidelidad ideológica del partido y su abanderado; y mirar las fotografías de las grandes concentraciones en la campaña presidencial de 1952, para darse cuenta de que en ellas predominaban personas del pueblo humilde, de sombrero y huarache.

Esos dos principios fundantes –de índole social, no clerical entiéndase bien– de la doctrina política de lo que fue Acción Nacional, son incompatibles tanto con la ideología individualista del capitalismo liberal tan afín a los grandes empresarios de derecha, como con el colectivismo materialista de izquierda. Calderón Vega calificó esa sólida doctrina, columna vertebral del partido, como “humanismo político”.

Las etapas de nacimiento y paulatino crecimiento del partido tenían como propósito esencial y prioritario: la formación de conciencia política, la asimilación de la doctrina, la comprensión de la política y de la estrujante realidad antidemocrática e injusta que se vivía. Lo electoral era importante, pero no lo trascendental en esas etapas formativas, previas a las futuras consolidación y asunción del poder como medio, nunca como fin. Se tenía muy claro que la lucha sería larga y poblada de sacrificios.

Por ello Gómez Morín llamó a la lucha política del PAN, “brega de eternidad”. Y por ello se dijo que no se “podía subordinar la anécdota al destino”. Las escaramuzas electorales no podían ser el alma de esa etapa formativa tan indispensable en política de bien común, pues se corría el riesgo de sucumbir ante la tentación del apetito de poder como fin, lo que a la larga ocurrió.

En esa perspectiva de formación de conciencia política, se realizó en 1965, la proyección de los principios de doctrina del partido para adaptarlos sin variar su substancia, a los nuevos tiempos. Proyección de pensamiento social y económico tributario sin duda alguna del humanismo político de los orígenes del partido, con independencia de aventuradas interpretaciones.

En el año 1976, el partido vivió una dura crisis interna, en parte debida a soberbia intelectual de algún líder, que preludiaba descarrilamientos futuros. A raíz de ella, no se presentó candidatura presidencial. Ello desalentó a muchos, y sin duda lo debilitó. Como una consecuencia de tal crisis, las etapas formativas del partido quedaron truncas; no hubo un relevo generacional que contara con el bagaje doctrinal propio del partido, el que le había dado vida y dirección políticas. Doctrina que ponía delante del pueblo, principios, ideas teñidas de valor democrático y de liberación. Bagaje que había sido el eje de la conducción política del PAN.

En 1986, fecha determinante para entender el cambio de trayectoria doctrinal, el salto mortal de la etapa formativa no consolidada a otra pragmática y oportunista. En tal año, un sector de la derecha extrema que había sido enemiga acérrima de fundadores del PAN, comenzó a infiltrarlo, y simultáneamente por igual, la derecha empresarial individualista, ajena en la realidad a los principios de doctrina fundantes del partido y a la previa lucha formativa contra el monopolio del poder faccioso. Tal derecha empresarial vio entonces la oportunidad de tomar y usar al partido para sus propios fines individualistas.

A partir de ese entonces se fue gestando la mutación de rumbo. La unidad de doctrina se fue derrumbando con la anuencia de los dirigentes en turno, Luis H. Álvarez, Castillo Peraza y otros personajes. Éstos asumieron en la práctica y al margen de los principios, el pragmatismo como bandera y programa. A raíz del fraude electoral de 1988 que le arrebató el triunfo legítimo al ingeniero Cárdenas, la dirigencia del partido negoció con el salinismo, legitimándolo a cambio de prebendas políticas.

Esa negociación fue después reconocida sin rubor alguno por H. Álvarez. Esa es la realidad de los hechos insobornables, lo demás, mixtificación histórica para inocentes, interna y de exportación.

Fue ese el tiempo de la claudicación en aras de cargos públicos y favores del poder, ya sin el sentido del humanismo político, sino alineado al nuevo rostro del capitalismo: el neoliberalismo y secuaces. Fue la hora de la hipertrofia del partido que perdura hasta hoy. Eso es ahora: un partido hipertrofiado, al igual que el grupo desprendido que pretende registro conforme a la ley, pero que equivale a más de lo mismo y revolcado. El PAN de hoy y sus subproductos son herederos de tal capitulación que enterró sus principios y proyecciones -que solamente se declaman, pero no se viven-.

Las políticas públicas de los gobiernos de Fox y Calderón evidenciaron tal rompimiento radical con los principios doctrinales de lo que fue el PAN. El de ahora, vaciado de sustancia y grandeza, está en manos de jóvenes cuya ideología y práctica liberal-individualista están a años luz de las genuinas de su fundación y etapa formativa.

En eso terminó el partido como regla, en botín de cargos públicos, grisura, alejamiento del pueblo sencillo, falta de imaginación, apetito de poder, marginando bien común y defensa de los humildes y migrantes pobres, a través de lo que debió ser su tarea: construcción del sistema social y económico que subordina el capital al trabajo, anhelado y propuesto por los fundadores.

Y en esa infecunda situación, han terminado casi todos los partidos, incluido Morena, que adquiere voluntades sumisas con limosnas electoreras, que patrocina ideologías contrarias al orden natural, que usa retórica anticatólica de tufo jacobino, que agrede al pluralismo y presunción de inocencia, que deja intacta la esencia neoliberal del sistema económico con el T-MEC y un sinnúmero de políticas públicas. Morena, además, complaciente en grado alarmante con el trumpismo racista. Y en poco tiempo, convertido en palenque donde pretendientes se despluman y desgarran por la dirigencia, en medio de una crisis de salud y económica sin precedentes -que los tiene muy sin cuidado-.

Ante tal panorama, hace falta un “relevo generacional de emergencia” como hace tiempo lo propuso un genio de la política hispanoamericana, no en los partidos, sino en la vida y política mismas, en la cultura, en la sociedad, en la conducción estratégica de México todo. Ello con el fin de sacar a la nación entera de su postración, de conjurar la tan frecuente, fallida, esquizofrénica conducción política de hace años y años, que acerca a los naufragios.

Un relevo generacional que se adiestre en comprender la patria y la política, en formarse para reorganizar el porvenir de México, conciliando generosidad, justicia, libertad, tradiciones, valores seculares y vanguardias. Un comenzar de nuevo, propio de almas, de naciones grandes, heroicas, que desafíen rutina, sumisión, mediocridad y conformismo. Resulta apremiante el relevo generoso y valiente.

Dedico este artículo con añoranza, a la memoria de los fundadores del otrora partido.

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