A Calderón hay que leerlo en clave de semiótica porque cuando dice una cosa en realidad está diciendo otra.
El prestigitador
¡Bien dicho!
El Presidente López Obrador salió al paso a Felipe Calderón cuando este habla de persecución política y le responde que no debería enojarse con él respecto del caso judicial de su Secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna,”yo que culpa tengo, si no es conmigo, es con el Juez de Estados Unidos”.
Si bien AMLO lo aprovecha para sus propios fines distractores lo cierto es que el proceso se está celebrando en una corte de Brooklyn y será allá donde se resuelva el destino de García Luna, pero no sólo eso, también, de la red de complicidades que existían cuando este personaje técnicamente cumplía funciones de seguridad nacional.
Este caso, al igual que el juicio contra Joaquín “El Chapo” Guzmán, ha despertado un gran interés en la opinión pública tanto por el personaje hoy tras las rejas como por las revelaciones que podrían llevar a declarar al mismísimo Felipe Calderón sobre el tejido de relaciones mafiosas que se han detectado alrededor de ese personaje al servicio del cártel de Sinaloa.
Calderón buscando salvar el pellejo está haciendo lo mismo que hizo García Luna, mandar mensajes de que su Gobierno colaboró con el estadounidense cuando en un “te lo digo Pedro para que lo escuche Juan” se dirige a López Obrador recordando que “ha sido el Presidente que ha realizado el mayor número de extradiciones de capos” hacia juzgados de la Unión Americana.
Pero no parece aprender que ese tipo de estrategias hasta ahora poco le han servido a su entonces Secretario del ramo a librarla, ni siquiera, para llevar el juicio en libertad.
El sistema judicial norteamericano, al menos en el caso de los mexicanos de esta trama corrupta, ha sido impermeable a los acuerdos de colaboración que han sostenido previamente sus agencias con funcionarios e incluso con capos del calibre de Vicente Zambada, “El Vicentillo”, por sus sentencias muestran que prefieren ir por más, y para evitarse fugas mantienen a García Luna en prisión.
Y ese comportamiento indeclinable a favor de la justicia debe tener muy preocupado a Calderón y sufre ante la larga espera del inicio de las audiencias contra el exsecretario de Seguridad Pública de su Gobierno y buscando blindaje forma su partido y aspira al registro para postularse como candidato a Diputado plurinominal, por supuesto.
Pero más nervioso por las eventuales declaraciones que García Luna pudiera hacer y donde lo comprometa como antes lo hizo el capo Edgar “La Barbie” Valdez Villareal, quien en algún momento de sus declaraciones a los medios manifestó en una carta dirigida a la periodista Anabel Hernández que el expresidente llegó a encabezar reuniones con los líderes de los cárteles de la droga.
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Cierto, este capo pudo haber mentido en una suerte de venganza por haber sido detenido por la Policía Federal el 30 de agosto de 2010 y ser extraditado a una prisión federal de La Florida, sin embargo, si esto se llega a verter en las audiencias judiciales contra García Luna sería la confirmación de que durante el Gobierno calderonista se crea una suerte de narco-Estado, es decir, un cártel, el de Sinaloa, se habría apoderado del sistema de seguridad nacional y lo utilizaba para sus propios fines y en especial para “limpiar” el terreno de enemigos durante los años de la llamada “Guerra contra el narco”.
Mucho se ha hablado de que, en aquellos años de gran violencia criminal, los capos colaboraron con la DEA y el FBI, lo hacían cómo una forma de alcanzar blindaje en sus operaciones criminales binacionales. Pero, también, para quedarse con una mayor tajada del mercado de las drogas.
Fue el caso de Valdez Villareal pero también de Vicente Zambada, hijo, que llevó en su juicio en Chicago el tema de la colaboración como un recurso de la defensa y quizá eso arrojen las audiencias del juicio contra García Luna.
El tema García Luna está en un impasse por la pandemia de la COVID-19 y seguramente la investigación sigue su curso para dotar de mayores elementos al jurado al momento de escuchar a las partes y resolver sobre la suerte de este exfuncionario mexicano.
García Luna en tanto está buscando una negociación que le evite una condena de por vida y conociendo cómo está el sistema judicial norteamericano tendrá que darle mucho más que ya les pudo haber dado en el supuesto de la colaboración con las agencias del otro lado de la frontera norte.
¿Qué podría dar García Luna que no les haya dado? Desde lejos podemos imaginar que sus márgenes de actuación son muy estrechos, una parte podría ser su fortuna de la que mucho se ha hablado, pero pocos saben su dimensión, la otra mencionar nombres de la narco política mexicana y eso podría ser la gran diferencia respecto de lo que representó el juicio contra Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Y en particular, más allá de las responsabilidades políticas de Felipe Calderón en el caso de la actuación del exsecretario García Luna, el papel de este personaje en la trama de la llamada “guerra contra el narco” y los apoyos que García Luna prestaba al cártel de Sinaloa que han quedado evidenciados en el libro El Traidor de Anabel Hernández.
Nadie se cree la frase de Calderón de “no sabía nada”, y mucho menos se lo van a creer los jueces norteamericanos, es una mentira de una ternura inconmensurable, que huele más a otra frase. Aquella de “recuerden que colaboré con ustedes”, que dio manga ancha para que las agencias norteamericanas hicieran su trabajo cómo fue el caso del fallido operativo de “Rápido y Furioso”, implementado por la Oficina de Alcohol Tabaco, Armas y Explosivos de los Estados Unidos bajo un acuerdo secreto con el Gobierno calderonista durante el periodo 2006-2011.
Este operativo, recordemos, significó la introducción en México de más 2 mil armas con chip a México y fueron distribuidas entre los distintos cárteles y probablemente significaron miles de muertes.
Entonces, a Calderón hay que leerlo en clave de semiótica porque cuando dice una cosa en realidad está diciendo otra, cuándo se dirige a AMLO el destinatario podría igual ser otro, se ha convertido en una suerte de prestidigitador tardío que mediante malabares circulares busca salvarse ante la justicia norteamericana.
Nunca más oportuna la frase: ¡la bronca no es conmigo, sino con el Juez estadounidense!
¡Al tiempo!