Columnas

«Estado de indefensión».

MÉXICO BRAVO… Por Alberto Ídem.

Indefenso, vulnerable, frágil. Así quedó cada uno de los tres municipios que conforman la conurbación sur de Tamaulipas cuando, en el año 2005, el gobierno de Eugenio Hernández Flores (hoy en día preso y sujeto a proceso en nuestro país bajo diversos cargos) desapareció de esta zona las policías preventivas, que estaban a cargo de los ayuntamientos, para instaurar ese experimento fallido que se llamó Policía Metropolitana, y el cual duró sólo 5 años, dado que en menos de un sexenio había ya desaparecido junto con el resto de las corporaciones de seguridad pública municipales de la entidad, ante la derrota del estado frente al crimen organizado y la consecuente intervención de las fuerzas federales.

Pues resulta que casi una década después, y otra vez con un gobierno estatal de ideología distinta al federal, por razones idénticas a las de aquella vez, el ejecutivo tamaulipeco está a punto de declararse en estado de indefensión ante una nueva crisis de inseguridad que, aún cuando no afecta a todo el estado, como en el 2010 y los años tanto previos como posteriores, sí está debilitando sobremanera a la autoridad en esas áreas territoriales donde el fenómeno de la violencia y el crimen afectan más a la población: la frontera y el centro de la entidad.

En la zona sur de Tamaulipas, aunque esporádicos, los hechos delictivos más escandalosos, como asaltos a negocios e instituciones bancarias, así como desapariciones forzadas y eventuales asesinatos, la mayoría de estos de índole horrenda y despiadada, han ido sucediendo en forma cada vez más frecuente durante los últimos meses, y en contraste con la proximidad tanto como adiestramiento de los efectivos que integran las policías estatal y federal, hay un creciente segmento de la población (posiblemente el mismo que está presto a descargar su ira contra todo y contra todos ya sea por las redes sociales o físicamente) que les ha perdido el respeto tanto a esas corporaciones como a las fuerzas armadas y a todo tipo de institución, aunque sea algo inexplicablemente contradictorio que no lo hagan así con el presidente de México, comandante supremo de las secretarías de la Defensa Nacional y Marina.

En contrapartida, la soberanía nacional, tan celosamente enarbolada como discurso político por el actual y anteriores gobiernos de la república, se ve groseramente violentada, y cada vez en mayor medida, por indocumentados lo mismo del continente americano que de África o Asia, quienes tienen hasta la osadía de enfrentarse de manera más que hostil a policías, soldados y marinos, y ya no sólo desprecian los frijoles y las tortillas que aquí se les ha llegado a dar como parte de un abastecimiento humanitario oficial, sino que además la emprenden a empellones, insultos y ataques con objetos que emplean como proyectil, contra los efectivos que resguardan nuestro territorio y los confinan cerrándoles el paso, pero ya adentro del suelo mexicano. En el espacio territorial tamaulipeco, grupos de supuestos inmigrantes centroamericanos, muy probablemente a las órdenes de grupos delictivos, se trepan ya hasta con mujeres y niños en ristre para pedir ya no trabajo, ya no ayuda económica mientras siguen su paso hacia Estados Unidos, sino de plano efectivo o especie en calidad de caridad o limosna, pero sin establecer argumento o explicación ninguna sobre esa acción, es decir: ya ni siquiera dicen, entre su letanía, si van de paso, se van a quedar, o necesitan medicinas, o están buscando trabajo, no: ellos piden, eso sí de forma lastimera, «para comer», siendo que la mayoría de nuestros connacionales mexicanos que emigran hacia el vecino país del norte lo hacen para buscar trabajo y un mejor estilo de vida ganándoselo honradamente, y no para andar pidiendo caridad en el transporte urbano.

Por otro lado, ya ni los perritos están a salvo de los secuestros exprés: mi amigo Ismael, gerente de un complejo de salas cinematográficas en la zona, extravió a su cachorrita de chihuahueño la semana pasada, y antes de que una familia honrada lo llamara para decirle que la había hallado y que pasara a recogerla, habiendo visto una de las publicaciones que él hizo intentando dar con el animalito, un sujeto le telefoneó afirmando que tenía a la mascota, pero que, «casualmente», había tenido que irse a Papantla, Veracruz, con todo y la perra, y que «sólo necesitaba para comprar una jaula transportadora en la cual enviarle al can por una línea de autotransporte foráneo», por lo que le pedía hacerle un depósito de cierta cantidad a tal cuenta bancaria. El muy hijo de su… chihuahueña.

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