Columnas

De política y cosas peores

«No se puede vivir sin ellas ni con ellas». «Tienes razón: así son las mujeres». «No: yo hablaba de las tarjetas de crédito». Doña Macalota llegó a su casa después de un viaje y sorprendió a don Chinguetas, su casquivano esposo, en erótico trance con la linda criadita de la casa. «¡Canallasinfamesdesgraciadosmalnacidos ruines!» -les gritó con iracundia en un solo golpe de voz. «No te pongas dramática, mujer -respondió, calmoso, don Chinguetas-. Ni que se la fuera a acabar». El novio de Glafira fue a pedir su mano. El padre de la muchacha le preguntó, severo: «Y ¿tiene usted donde ponerla?». «No, señor -contestó el galancete-. Precisamente por eso me quiero casar: porque no tengo dónde ponerla». Lulu Mae, linda chica texana, le dijo al rico petrolero que la pretendía: «Te agradezco que me propongas matrimonio, Houston, pero me parece poco romántico que me lo pidas diciéndome que quieres los derechos exclusivos de perforación sobre mi persona». Aunque nadie sabe dónde están, todavía quedan algunos partidos de oposición en México. Inexistentes casi, apenas tienen fuerza para ir a cobrar los dineros que por ley reciben. El PRI es un vetusto anciano que sólo vive por la esperanza de ser para Morena lo que alguna vez fue el PARM para él. Por su parte el PAN está desmigajado, y el PRD es una memoria ya olvidada. Los otros partidos -partiditos, partidillos, partidejos- son ofensa para la vida pública de la Nación y carga indebida para los contribuyentes. López Obrador propone una radical reducción de los dineros que los partidos políticos reciben, y funda su propuesta en la justicia: no debe haber partidos tan ricos en un país tan pobre. Los dirigentes de esos partidos acusan a López Obrador de querer debilitarlos para fortalecer a su propio partido, Morena, y para quitar fuerza al ejercicio democrático y erigirse en jefe máximo. Quizá su acusación sea fundada, pero lo cierto es que hay demasiados partidos, y que algunos de ellos no son tales, sino negocios de vividores, de mercaderes de la política. Comparto entonces la iniciativa de AMLO: es necesario reducir las excesivas prerrogativas de los partidos. Y al mostrar mi acuerdo con López Obrador evoco un viejo dicho: «Hágase el milagro y hágalo el diablo». En el bar un sujeto entabló conversación con otro que bebía en la barra. Le preguntó cuál era su equipo favorito de futbol, y comentó largamente los resultados de la Copa América, Europa, Asia, África y Oceanía, lo mismo que del Campeonato de Liga, de Liguilla y de Liguero y del Torneo Sub 22, Sub 21, Sub 20, Sub 19 y Sub 18. Luego pasó a la cuestión política, y quiso saber la opinión del otro acerca del gobierno nacional y del de cada uno de los Estados de la Federación, lo mismo que de los principales países del mundo. En seguida abordó el tema religioso: le preguntó a su interlocutor si creía en los ángeles, en el demonio, en la infalibilidad del Papa y en las doctrinas y prácticas de los puritanos. Habían pasado ya tres horas de esa conversación, y tanto el que preguntaba como el que respondía habían apurado más de una docena de copas de tequila cada uno. Bajo el influjo de tales libaciones el que había hecho las preguntas se echó a llorar de pronto y le dijo al otro: «Ahora que ya somos amigos, casi hermanos, siento un remordimiento de conciencia, y quiero hacerte una confesión. Un tipo al que no conozco me pagó una buena cantidad para que te entretuviera aquí en el bar mientras él iba a tu casa a tener trato de fornicio con tu esposa». «Debe haber un error -se extrañó el otro-. No soy casado». «¡Ah cabrón! -exclamó el otro levantándose a toda prisa para salir-. ¡Pero yo sí!».

FIN.

Fuente: El Bravo

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