PolíticaZona Centro Tamaulipas

La revolución tranquila de la UAT

Fuentes fidedignas. Por Isaias Alvarez

En Tamaulipas, mientras la clase política suele entretenerse en sus pequeñas guerras de aire, hay una institución que —sin ruido, sin estridencias, sin conferencias matutinas— está construyendo futuro real: la Universidad Autónoma de Tamaulipas. La UAT se ha convertido en ese engranaje silencioso que articula cultura, desarrollo agroalimentario e innovación educativa; una universidad que, más que adaptarse a los tiempos, decidió adelantarse a ellos.

La prueba está en lo que ocurrió en sus campus durante la celebración del Día de Muertos. No fue la típica postal decorativa para redes: fue una demostración de identidad. Altares levantados desde el amanecer, estudiantes transformados en catrinas, facultades compitiendo con ingenio y creatividad… pero, sobre todo, una comunidad reivindicando la idea de que las tradiciones no son un acto del pasado, sino una plataforma para entender quiénes somos y hacia dónde vamos. La Facultad de Ingeniería y Ciencias se llevó el primer lugar con un altar que parecía cápsula del tiempo; Jesús Abel Gallardo se coronó en calaveritas literarias desde Derecho; y en Comercio brilló Vanesa Ojeda con su caracterización. La universidad entera respiró raíces. Y en estos tiempos de identidades líquidas, eso ya es un acto político.

Pero la UAT no vive solo de cultura —la está convirtiendo en desarrollo económico tangible—. Ahí está el Rastro TIF: un proyecto que huele a futuro, a exportación, a músculo productivo. La certificación del SENASICA no es un papel colgado en una pared; es la llave para colocar carne tamaulipeca en más de 60 países. El rastro puede procesar hasta 100 reses diarias y ya conversa con cadenas como HEB y La Michoacana Meat Market. En términos geopolíticos, significa que una universidad estatal logró algo que muchos gobiernos tardan años en conseguir: elevar el valor de una región entera con estándares internacionales y con jóvenes formándose en cada eslabón de la cadena.

El rector Dámaso Anaya lo dijo con una frase que suena a tesis de Estado: producir carne con calidad mundial no es negocio, es estrategia. Y sí: detrás de ese TIF hay conversaciones con productores, con la Secretaría de Desarrollo Rural, con la Unión Ganadera y con compradores internacionales. Lo que viene —un rastro adicional para caprinos y ovinos— colocará al Altiplano en la ruta del crecimiento. Como si la UAT hubiera decidido que el campo tamaulipeco también merece universidad, ciencia y dignidad productiva.

Y mientras los proyectos se consolidan, la administración central afina su ruta. En la reunión para evaluar avances institucionales, el rector y su gabinete revisaron indicadores, infraestructura, crecimiento de matrícula, investigación aplicada y nuevas ofertas educativas. Suena técnico, pero es profundo: una universidad que crece es un estado que se expande. Ahí está la nueva extensión de la Facultad de Arquitectura en Ciudad Victoria; las licenciaturas que se abrieron en norte, centro y sur; la nueva carrera en Educación y Tecnologías Emergentes totalmente en línea; y el Bachillerato Virtual UAT que arrancará en enero de 2026 para abrirles las puertas a quienes necesitan otra oportunidad.

Todo eso, junto, dibuja un escenario claro: mientras algunos actores políticos buscan votos, reflectores y espacios de coyuntura, la UAT construye infraestructura educativa, expande su comunidad, regula su calidad académica, conecta la investigación con el desarrollo económico de las regiones y, para rematar, sostiene un modelo cultural que no renuncia a sus raíces.

La conspiración —si existe alguna— es simple: hay una universidad pública que decidió convertirse en motor, no en espectador. Y en tiempos donde la polarización intenta nublar la visión colectiva, la UAT aparece como ese recordatorio incómodo de que el progreso no se grita… se trabaja.

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