La reforma energética, el origen del huachicol fiscal en México

Primera parte | La herencia de Maki y Cabeza
Especial; por Brenda Ramos e Isaias Alvarez
Este es el primero de tres artículos que explican cómo la reforma energética de 2013 se convirtió en el detonante del huachicol fiscal en México y cómo Tamaulipas terminó siendo uno de los territorios más golpeados por esa herencia.
La madre de todas las reformas… y el hijo incómodo del huachicol
La periodista Ana Lilia Pérez, en su columna para SinEmbargo, puso el dedo en la llaga, el huachicol fiscal no nació de la nada, ni fue un accidente menor en el mercado energético. Fue la consecuencia directa de la reforma energética de 2013, esa que Enrique Peña Nieto vendió como la “madre de todas las reformas” y que el PAN abrazó con entusiasmo. La apertura del sector energético, disfrazada de modernización, terminó siendo el acta de nacimiento del contrabando a gran escala. Pemex perdió el monopolio de la importación y comercialización, pero también se esfumaron los candados que al menos permitían distinguir entre lo legal y lo ilegal. Desde entonces, el país quedó inundado de gasolina y diésel de procedencia incierta, bajo la etiqueta amable de “libre mercado”.
El problema, como bien narra Ana Lilia, no fue solo técnico, fue político. En la antesala de esa votación histórica, circularon maletas de efectivo para comprar conciencias. Emilio Lozoya no solo lo contó en declaraciones, también lo vimos en videos: legisladores recibiendo fajos de billetes a cambio de su “sí”. A partir de ahí, se repartieron permisos de importación como caramelos, sin exigir infraestructura, planes de almacenamiento o trazabilidad. Cualquier empresa de papel podía traer combustible del extranjero con documentos falsos que lo hacían pasar por aceites o aditivos. Las aduanas validaban sin revisar, el SAT no cruzaba datos y Pemex fue reducido a un actor más. El resultado fue un mercado paralelo que se expandió con complicidad oficial.
De esa reforma heredamos el peor de los mundos: ni llegaron las prometidas inversiones ni mejoraron las condiciones del sector, pero sí se abrió la llave para que floreciera el contrabando. El huachicol ya no fue solo la ordeña de ductos en Guanajuato o Hidalgo, sino un entramado financiero y aduanal que operaba con permisos oficiales y facturas falsas. Y aquí aparece la paradoja, lo que se vendió como la joya del sexenio peñista se convirtió en la mayor vulnerabilidad de México frente al crimen económico. Ese fue el punto de partida para que Tamaulipas —y en particular sus aduanas y puertos— se consolidaran como epicentro de un negocio multimillonario. La “madre de todas las reformas” terminó pariendo al hijo incómodo que nadie quiso reconocer: el huachicol fiscal.
II. De los candados al descontrol: así se abrió la puerta al huachicol fiscal
Antes de la reforma energética, el contrabando existía, sí, pero operaba en la penumbra, menciono la columnista. Había rutas marítimas y cruces aduanales por Tamaulipas, había gasolineras que “milagrosamente” seguían vendiendo combustible sin comprarlo a Pemex, pero al menos existían candados. El SAT podía cruzar datos, cotejar compras y detectar inconsistencias. Era un mecanismo rudimentario, pero era un freno.
Con la reforma de Enrique Peña Nieto, ese freno se soltó. El nuevo marco legal abrió la libre importación y comercialización de combustibles sin plan de trazabilidad. En otras palabras: cualquiera con un permiso podía meter hidrocarburos desde Texas y reportar que eran aceites, naftas o lubricantes. La documentación falsa hacía el resto, y las aduanas se volvieron coladeras donde la complicidad institucional era la norma. Lo que antes se veía como un delito aislado, tras la reforma se convirtió en una autopista abierta al huachicol fiscal.
Ese fue el verdadero parteaguas: Pemex dejó de ser el único oferente y perdió capacidad de control. Miles de permisos se repartieron como si fueran dulces, muchos de ellos a empresas fantasma o de papel. Entre 2013 y 2018, más de mil trescientos permisos de importación terminaron en manos privadas, mientras que Pemex apenas recibió catorce. La petrolera quedó reducida a un jugador más en un mercado donde los nuevos beneficiarios no tenían ni infraestructura ni intención de cumplir la ley. Ahí empezó la tormenta que todavía hoy padece México.
III. La votación que abrió la puerta y los premios del poder
El 11 de diciembre de 2013, el Senado aprobó la reforma energética con 95 votos a favor y 28 en contra. Fue la noche en que la llamada “madre de todas las reformas” quedó sellada en la Constitución. Y también fue la noche en que se pactó mucho más que la apertura de un sector: se firmó, en los hechos, la patente de corso que alimentaría al huachicol fiscal en México.
Los nombres que levantaron la mano ese día no quedaron en el anonimato ni en el olvido. Al contrario, el tiempo los premió. Gubernaturas, embajadas, diputaciones, senadurías, cargos estratégicos en empresas públicas y privadas fueron la moneda de cambio. Ahí aparecen los tamaulipecos que se alinearon: Francisco García Cabeza de Vaca, Maki Ortiz y Manuel Cavazos Lerma. Tres perfiles distintos que convergieron en la misma decisión histórica.
Pero mientras Cavazos Lerma ya juega un papel marginal en la política, los que siguen vigentes son Maki y Cabeza. Los mismos que hoy se rasgan las vestiduras cuando oyen hablar del huachicol, siendo que fueron ellos quienes le abrieron la puerta no solo a Tamaulipas sino a todo México. Esa es la herencia oscura que este especial busca recordar.