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El apretón de manos de Claudia y la señal invisible

Por Jorge Chávez Mijares.

En algún momento de la ajetreada vida política del francés Joseph Fouché, “El Genio tenebroso” diría Stefan Zweig, quien vivió las mieles y las hieles de su andar en la misma vida política francesa dijo: “En política, a veces, es mejor estar lejos y saber que estas cerca, que estar cerca y saber que estas lejos”. Un aforismo contundente y cruel para quienes lo han vivido.

Querido lector, en la política —ese teatro donde cada gesto vale más que un discurso— a veces un simple movimiento corporal revela la partitura oculta. El domingo pasado, en el Polyforum de Ciudad Victoria, la presidenta Claudia Sheinbaum, vestida de azul profundo, extendió todo su cuerpo más allá de la línea de protocolo para saludar a la alcaldesa de Nuevo Laredo, Carmen Lilia Canturosas Villarreal, relegada en la cuarta fila, fuera del camino real.

Lector curioso, la escena tiene el perfume de lo insólito: pudo haberse dado la indiferencia, como cantó Pedro Infante con su voz de terciopelo, “pasaste a mi lado con gran indiferencia”, y sin embargo ocurrió lo contrario. Claudia rompió la geometría del poder y se inclinó como quien se abalanza sobre un destino. Aquella deferencia, casi atlética, pareciera entonar otra melodía, acaso aquella de José Antonio Méndez en la voz de Luis Miguel: “La gloria eres tú”, donde el aprecio se sobrepone a toda distancia y adversidad. Fue un gesto que pareció decir, sin palabras, que en la baraja política de Tamaulipas también hay afectos que trascienden las posiciones asignadas.

No es poca cosa, sesudo lector. En el mismo recinto, José Ramón Gómez Leal y Olga Sosa, ambos senadores, ocuparon un espacio privilegiado, estratégicamente situados para estar en la órbita directa del poder presidencial. Esa ubicación, sin duda, es un privilegio. La presidenta los saludo con cortesía, pero lo que Claudia hizo con Carmen Lilia fue diferente: fue la concesión de un gesto extraordinario, casi milagroso, que descolocó las jerarquías visibles. ¿No es acaso más fuerte la señal que se lanza desde un saludo inesperado que desde la mera cortesía a quienes ya están bajo el reflector?

Aquí, la política se viste como siempre de metáfora: lo cercano puede ser rutinario, pero lo lejano cuando es alcanzado adquiere la fuerza de lo inolvidable. Y Sheinbaum, en ese instante, escribió con su cuerpo una parábola: la distancia no es impedimento cuando hay voluntad de acercamiento. Carmen Lilia en ese momento fue un oxímoron político francés estilo Joseph Fouché: Estaba lejos pero estuvo cerca.

El juego de la sucesión tamaulipeca —para relevar al gobernador Américo Villarreal Anaya, de quien la presidenta habló con elogios ese mismo día— ya está en marcha. Morena es la casa grande y segura, pero adentro se libra la danza de nombres, aspiraciones y señales. Entre todos los signos, este apretón de manos extendido desde el azul presidencial al amarillo lejano de Carmen Lilia quedará grabado como un acorde especial, acaso una señal de aprecio, acaso un indicio de que, en política, a veces, el verdadero poder se manifiesta en lo inesperado.

No puedo dejar de pensar en el estilo del presidente Adolfo Ruiz Cortines para designar sucesor. Puso énfasis en esconder a su candidato, su tocayo, Adolfo López Mateos, le hizo creer a todos, incluso al propio López Mateos que iba por otro lado. Cada quien tiene su estilo, Ruiz Cortines tuvo el suyo, estamos por conocer el de la actual presidenta Sheinbaum, todas las señales hay que tomarlas en cuenta.

Querido y dilecto lector, como diría Chavela Vargas, “no soy de aquí, ni soy de allá”, pero en la partitura de los gestos el futuro de Tamaulipas podría estarse escribiendo no en las primeras filas, sino en la intensidad de un saludo que rompió la distancia.

El tiempo hablará.

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