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Sin límites la ambición de Marcelo Abundiz

Fuentes fidedignas. Por Isaías Álvarez

Marcelo Abundiz Ramírez es de esos personajes que se sienten el rey de Altamira, aunque apenas les alcanza para cacique pueblerino. La diferencia es que el cacique, al menos, conoce a su gente; mientras que Marcelo se entretiene con perfiles falsos en Facebook, convencido de que los likes lo harán alcalde.

En su cruzada por el poder, no tiene empacho en manejar a funcionarios de SEBIEN como si fueran peones de rancho. Ni el delegado se salva: todos bajo su dedito, como si el presupuesto social fuera botín de campaña adelantada. Y por si fuera poco, opera con ejércitos de páginas fake, donde el insulto barato y la mentira reciclada son la estrategia de “posicionamiento”.

El domingo pasado, en el ejido Benito Juárez, se le vio meter las manos —y los operadores— en la elección de comité seccional de MORENA. Con Raquel Turrubiates, Marisol Rodríguez y Alejandro Castellanos como fichas de su tablero, pretendió imponer a uno de sus incondicionales. Pero el problema fue que lo hizo con la sutileza de un ladrón de pueblo: hubo empujones, amenazas y hasta amagos de violencia. Todo por un comité que, en teoría, debería fortalecer la unidad, no las ambiciones personales.

Lo más grave no es su conducta violenta, sino su estrategia calculada, usar estos pleitos locales como moneda de cambio para presumir que él “controla” Altamira, vendiéndose como operador ante Américo Villarreal Santiago y el propio gobernador Américo Villarreal Anaya. Simula un liderazgo que en la realidad no tiene, y esa es la jugada peligrosa, su ambición desmedida lo impulsa a querer colgarse de los Villarreal, intentando proyectar un peso político que nunca ha tenido ni tendrá.

Los altamirenses, lo saben. Conocen de sobra la trayectoria de Marcelo, un oportunista profesional que ya pasó por el PRI, se disfrazó de panista y ahora se viste de guinda como si con eso borrara su pasado. Como buen arribista, busca subirse a la ola de MORENA no por convicción, sino porque huele a poder.

El sueño guajiro que lo desvela es sencillo, sentarse en la silla de la Presidencia Municipal de Altamira. El problema es que ni él ni sus allegados dan una. Su historial político es una colección de fracasos con el sello de la improvisación y el oportunismo.

Resulta lamentable que un diputado local, con la obligación de legislar por el bienestar de los tamaulipecos, prefiera perder el tiempo en simulaciones de poder y en pleitos de redes sociales. Marcelo Abundiz no representa a Altamira, representa su propia ambición, esa que no conoce límites y que raya en lo grotesco.

En resumen, Altamira tiene a un diputado que se comporta más como troll de Facebook que como representante popular. Y que, en su desesperación, confunde la política con un videojuego de likes, shares y bots. Lo malo es que su ambición ya no es virtual, ahora busca convertir a MORENA en su feudo personal.

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