Dato protegido

Fuentes fidedignas. Por Isaias Alvarez
Aunque quieran disfrazarlo, el caso “Dato Protegido” puso sobre la mesa una verdad incómoda: en México, la censura se está normalizando. No se ejerce con golpes ni agresiones, (en la mayoría de los casos), sino con resoluciones judiciales, multas y nombres borrados. Lo ocurrido con Karla Estrella no fue un simple exceso del tribunal, fue una advertencia para todos los que se atrevan a cuestionar al poder.
Todo comenzó el año pasado cuando esta ciudadana publicó un tuit en el que sugería que el ascenso político de una diputada estaba ligado a su relación marital con otro político. La respuesta institucional fue desproporcionada. El Tribunal Electoral la sancionó por presunta “violencia política de género”. Le impusieron una multa, le ordenaron ofrecer disculpas públicas, leer bibliografía especializada y la obligaron a difundir durante 30 días una especie de confesión digital. Su nombre fue exhibido, mientras el de la legisladora fue escondido bajo el ridículo alias de “Dato Protegido”.
Una democracia que premia el silencio y castiga la crítica, tarde o temprano, se transforma en un aparato que se protege a sí mismo, no a la gente.
Lo más grave no es el castigo en sí, sino la normalización del autoritarismo disfrazado de discursos de derechos. El Estado comienza a utilizar las herramientas legales diseñadas para proteger, como escudos contra la opinión pública, y no contra la violencia y el crimen real. Casos como el de ‘Dato Protegido’ funcionan como palancas simbólicas, mandan la señal de que los poderosos pueden victimizarse y ganar, y eso fortalece a funcionarios menores que, sintiéndose blindados, replican los abusos en su nivel.
En Tampico, por ejemplo, la censura está en un punto crítico hacia la prensa, y eso no pasa desapercibido para la presidenta Claudia Sheinbaum, quien menciona constantemente que los alcaldes morenistas (y demás funcionarios de alta investidura) deben poner el ejemplo manejando el poder “con humildad”. Lamentablemente en el puerto, creen, que no habrá consecuencias ni castigos.
Y no, no es un caso aislado. En Tamaulipas hemos visto señales claras de hostigamiento a la prensa desde otras trincheras: la periodista Martha Isabel Alvarado ha sido objeto de presiones desde el círculo del senador José Ramón Gómez Leal. La senadora panista Imelda Sanmiguel amagó con emprender acciones legales contra el reconocido periodista Oscar Díaz Salazar. Y Maki Ortiz, senadora por San Luis Potosí, pero con base política en Reynosa, ha lanzado amenazas digitales -que después borró- a medios de comunicación como Tribuna Abierta y La Nube.
Estos actos no son episodios dispersos, sino síntomas de una cultura política que desprecia la crítica y confunde cuestionamiento con ataque personal. Son parte de un sistema que se siente cómodo solo cuando nadie los señala. Pero la historia —y sobre todo el pueblo— tiene memoria.
Y aquí es donde toca mirar hacia adelante. Si los partidos —cualquiera que sea su color— continúan alimentando esta cultura de intolerancia, si siguen creyendo que la prensa y la ciudadanía que los cuestiona son sus enemigos, terminarán ahogados en el lodo de su propia soberbia. Porque, aunque borren publicaciones, demanden a la gente o disfracen la censura de legalidad, la ciudadanía observa, toma nota y vota.
Lo que hoy parece una simple resolución judicial, una amenaza lanzada al calor de una crítica o un caso enterrado en la burocracia, mañana puede convertirse en derrota electoral. Cada acto autoritario que hoy se intenta maquillar, mañana tendrá eco en las urnas. Las acciones de hoy —sí o sí— tendrán consecuencias.
En cuanto a datos protegido y su esposo, les llegó el karma, pues al no respetar la libertad de expresión que nos otorgan los artículos 6 y 7 constitucional a todos los mexicanos, ya les están sacando los trapitos al sol, sobre su lujoso estilo de vida que no coincide con su salario.
Y con eso de que ahora la UIF ya la controla Omar García Harfuch, mejor se hubieran quedado callados. “A quien no le guste que lo pisen, que no se meta a bailar” y punto.