La Paradoja de la «Inclusión» en Tampico

Martín/ La Nube
En Tampico, el gobierno local entrega despensas exclusivas a la comunidad LGBTTTIQ+, bajo el pretexto de «inclusión». Sin embargo, esta política, impulsada por un grupo selecto en la administración, discrimina a otros necesitados al priorizar la identidad sobre el hambre. Es clientelismo disfrazado de justicia social.
Por Martín Díaz / La Nube
Tampico, Tamaulipas.— ¿Recuerdan al Club de Tobi de La Pequeña Lulu? Para muchos, es un eco lejano de las historietas de hace más de 50 años. Aquel club infantil, con su casita en el árbol, era el epítome de la exclusión pura y simple: «¡No se aceptan niñas!». En ese entonces, hace décadas, la idea de «discriminación» o «género» no era un tema de preocupación pública como lo es hoy. Las mujeres ni siquiera soñaban con los derechos que ahora poseen, y la exclusión de las niñas era una viñeta cómica, no una bandera social.
Avancemos medio siglo. Las mujeres, con una lucha incansable, han alcanzado un reconocimiento innegable. Han derribado barreras, conquistado espacios y forzado a la sociedad a entender y respetar sus derechos. Es un triunfo ganado a pulso, un avance histórico que abrió la puerta para que otros grupos también exigieran ser vistos, ser respetados, no ser discriminados. Y eso, sin duda, es lo correcto. Nadie debería ser despreciado por ser quien es.
El gobierno municipal de Tampico, en nombre de una supuesta «inclusión», lanzó esta semana una «nueva política social» que, con un guiño irónico al Club de Tobi, decidió que el hambre ahora tiene requisitos de identidad. Estamos hablando de 70 despensas mensuales entregadas exclusivamente a personas de la comunidad LGBTTTIQ+.
Mientras la lucha por la igualdad ha sido dura, y es justo que nadie sea discriminado por su orientación o identidad, es profundamente incorrecto que, en nombre de esa misma igualdad, se termine discriminando a quienes no son «iguales» a ese grupo selecto. Si no perteneces al colectivo, si no usas las siglas oficiales o si no tienes «representación» en el Cabildo (donde, por cierto, el rumor es que un grupo de esta comunidad ya es quien toma decisiones clave), las puertas de la ayuda social se cierran.
El Ayuntamiento lo vende como un «esfuerzo sensible», pero la realidad es otra. Si la ayuda pública se basa en quién eres o con quién te identificas, y no en la urgencia de tu necesidad, esto no es inclusión; es un privilegio segmentado. Es la versión moderna de la casita en el árbol del Club de Tobi, solo que ahora, en lugar de niños excluyendo niñas, son administraciones excluyendo a sus propios ciudadanos bajo la bandera de lo “progresista».
Mientras las fotos con arcoíris se viralizan y se celebra la «sensibilidad», ¿dónde quedan las madres solteras que apenas sobreviven, los adultos mayores olvidados, o las familias que nunca han visto una despensa municipal? Ellos, sin una «etiqueta» mediática o un representante en Cabildo, siguen esperando.
En el fondo, esto es un modelo excluyente disfrazado de justicia social. Los recursos públicos se asignan por afinidad, por cercanía, no por la urgencia real del hambre. Es el clientelismo de siempre, pero ahora, con un filtro de identidad y una bandera de «inclusión» que, en la práctica, excluye. Y eso, por muy modernos o sensibles que quieran parecer, es un paso atrás en la verdadera equidad por la que tanto se ha luchado.