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Los juniors de la 4T

Sin Filtros; por Brenda Ramos

La madrugada del viernes arrancó con una escena que parece sacada de una tragicomedia política: el diputado morenista Antonio Attolini Murra, presuntamente ebrio, golpeando a un ciudadano afuera del Coliseo Centenario de Torreón, tras un concierto de Miguel Bosé. Medios de la zona, informaron como fue detenido, pero mostró su credencial de legislador, llamó al alcalde y lo soltaron. Sin cargos, sin consecuencias. Así, como los antiguos políticos “con privilegios” a quienes ha exhibido el diputado.

Horas después, ya con la ciudad despierta y el café humeante, otro capítulo digno de sátira política: Andrés Manuel López Beltrán, conocido como “Andy”, exigía públicamente que ya no lo llamen así. Que se refieran a él por su nombre completo. Que el apodo, según él, desdibuja su trayectoria y ensombrece el legado de su padre. Poco le importó que venía de perder estrepitosamente en Durango, donde fungió como operador electoral de Morena y hasta se mudó para dirigir la campaña pero aún así perdieron. Morena se desinfló y a él, lo único que le preocupaba era que no le llamaran Andy.

Ambos casos su dieron en menos de veinticuatro horas y dejaron al descubierto algo más profundo: el rostro de una generación política que llegó con la promesa de renovar el poder, pero lo único que ha sabido hacer es reproducirlo —y mal.

Antonio Attolini, que se forjó como activista universitario y vocero de la “nueva izquierda”, no sólo repitió el viejo guion de políticos ebrios e impunes, sino que usó el fuero como salvavidas, y su cercanía con el poder local para evadir la ley. Años de discurso anticorrupción sepultados en una noche.

Andy, por su parte, no ha ganado una sola elección. Donde lo han enviado como operador político, Morena ha perdido, así fue en Durango. Instaló a sus amigos en el aparato local, se mostró en mítines, se vendió como renovador… y terminó entregando el estado al adversario. Su relevancia está anclada al apellido presidencial, no a sus méritos ni a sus resultados.

José Ramón Gómez Leal, hoy senador y exdelegado federal en Coahuila, forma parte de este círculo político joven ya no tan joven…que, más que liderar, ha aprendido a sobrevivir del nombre, la marca y los vínculos. Es cercano a Andy, amigo de Attolini, de “Makito” y cuñado del exgobernador Cabeza de Vaca. Un actor constante en las mesas donde se discuten alianzas, narrativas y ataques contra rivales internos.

En una foto que circuló el año pasado, Attolini, JR, Maki Ortiz, Casandra de los Santos y otros actores aparecen juntos en una cena informal. Esa imagen no es casual: ahí están los operadores, los aspirantes, los que —sin ganar elecciones— buscan tener injerencia en ellas. Desde esas mesas nacen las historias que luego circulan en redes, los golpeteos, las campañas soterradas. Todos ellos —Andy, JR, Makito, Attolini— tienen algo en común: no sólo son jóvenes, también vienen de entornos políticos acomodados o familiares ya posicionados. Son juniors, en la forma y en el fondo.

Continuando con los protagonistas de la foto, no es casualidad la aparición de cada uno allí, por ejemplo Casandra de los Santos, conectada a Makito y José Ramón, no olvidemos, nació en Coahuila, el mismo estado donde fue delegado JR y donde Attolini ahora es diputado. En esa entidad tiene raíces, familia y conexiones que ha sabido capitalizar políticamente.

Carlos “Makito” Peña Ortiz, hijo de Maki Ortiz y alcalde de Reynosa, también forma parte de este entorno de Juniors que les gusta el poder, jugar con la política pero no dar resultados. Cuando su ciudad se inundó, negó estar en Europa pero apareció más de 24 horas tarde. Luego mientras Reynosa seguía ingobernable, fue captado en fiestas. Más recientemente, en un evento con Eduin Caz en la CDMX, y al ser descubierto justificó su presencia como “gira de trabajo”. Una gira, sí, pero no de gestión pública.

Esos son los juniors de la 4T: no saben operar, pero sí disfrutar del poder. No construyen partido, pero sí redes. No heredan compromiso, solo apellidos. Usan la marca Morena como franquicia personal, no como proyecto colectivo. Donde los colocan, pierden. Donde se instalan, desgastan. Son sinónimo de derrota.

La juventud no es problema. El problema es el uso del poder sin responsabilidad. El nombre sin resultados, la arrogancia sin oficio.

Y mientras el país espera cuadros frescos, liderazgos nuevos y apuestas éticas, estos políticos juegan al poder como si fuera un privilegio heredado. No representan el futuro: son el pasado con cuenta de Instagram.

Si este es el relevo generacional, la transformación tendrá que esperar… o encontrar mejores herederos.

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