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El poder de mantener la boca cerrada

Fuentes fidedignas. Por: Isaías Álvarez

En el pantanoso tablero de la política tamaulipeca, hay quienes entienden tarde —muy tarde— que el silencio, a veces, es la estrategia más efectiva. Carlos Peña Ortiz, tardó más de tres años en comprender que cada palabra que salía de su boca era gasolina sobre el incendio de su propia credibilidad.

Durante su gestión como alcalde de Reynosa, Makito eligió la confrontación constante: contra la prensa, contra los ciudadanos, contra cualquier crítica. Su reacción visceral ante los señalamientos de corrupción, opacidad y negligencia fue siempre la misma: una respuesta desafiante, victimista y no podía faltar el dicho de que los contrarios eran pagados para que lo atacaran. Cada vez que abría la boca, se hundía un poco más.

La tragedia que marcó el principio del fin fue la inundación de marzo. Miles de familias atrapadas entre aguas negras, calles convertidas en ríos insalubres, colonias sin auxilio real. Mientras el agua subía, la respuesta del ayuntamiento se ahogaba en la lentitud burocrática y el desdén. En lugar de asumir liderazgo, el alcalde optó por salir en video -no en las calles- a culpar al pasado, a otros niveles de gobierno, al clima; aunado a que no apareció hasta 28 horas después.

Aquello cavó la tumba política de los Peña Ortiz. No por falta de oposición -que a decir verdad, es inexistente en la ciudad-, sino por el hartazgo ciudadano. El apellido que hace años significó una alternativa joven, hoy es sinónimo de ineficiencia y soberbia. La aprobación, si alguna vez existió, se diluyó como el agua sucia en los drenajes colapsados de Reynosa.

Lo paradójico es que, desde que Makito decidió callar, el ambiente político ha encontrado una tensa pero necesaria calma. No hay más desplantes contra los medios, no más entrevistas incendiarias; el silencio se ha vuelto un bálsamo institucional. No es que haya mejorado su imagen, simplemente, al no hablar, deja de empeorarla.

Este mutismo repentino no es señal de redención ni de humildad. Es estrategia de supervivencia. El clan Peña Ortiz parece haber comprendido que su ciclo está agotado, y que cada declaración solo acelera el juicio popular. En vez de recular con dignidad, optaron por la desaparición intermitente, dejando a la ciudad en una especie de limbo político.

Pero el repudio no se borra con silencio. Las heridas abiertas por la negligencia, el amiguismo y la falta de resultados siguen sangrando en cada calle de Reynosa. El electorado no olvida que mientras la ciudad se inundaba, el alcalde buscaba culpables en lugar de soluciones, incluso se atrevió a decir que el no era dios. Que mientras la prensa cuestionaba, él desafiaba, mientras los ciudadanos clamaban por agua limpia y seguridad, él entregaba ataques en redes.

El silencio puede ser, en ocasiones, una forma de respeto, pero cuando proviene del poder, también puede ser una forma de desprecio. El silencio de Makito no significa arrepentimiento, sino cálculo. Y eso, quizás, es lo más insultante.

La familia Peña Ortiz, alguna vez símbolo de renovación, ha terminado su andar como un caso de estudio sobre cómo la arrogancia puede devorarse a sí misma. El tiempo del clan terminó, no por falta de palabras, sino por exceso de ellas. Hoy, su silencio no es prudencia, es derrota disfrazada; parece que al fin le hizo caso a sus asesores.

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