Politiquería rastrera

Fuentes fidedignas. Por: Isaías Álvarez
El gesto parecía noble: regalarle una consola a un niño enfermo en el Hospital Infantil de Victoria. Pero la política, cuando se manosea sin vocación ni oficio, termina ensuciando hasta los actos más humanos. Y eso fue exactamente lo que hizo Roberto Lee, dirigente estatal de Movimiento Ciudadano en Tamaulipas. Llegó con una famosa consola de videojuego bajo el brazo y con el fotógrafo bien preparado para la foto.
El niño, Andy, no es un caso cualquiera. Su historia ya había recorrido redes, conmovido a muchos y puesto sobre la mesa la urgencia de una atención médica especializada. Desde Matamoros fue trasladado a la capital del estado por una enfermedad hepática. Lo demás lo hizo la viralidad. Y ahí es donde entró Lee: detectó reflectores, se puso la camisa del partido y se coló en la escena con la sonrisa lista y el encuadre preciso.
El problema no es el regalo, es la intención. Nadie en su sano juicio critica el acto de dar consuelo a un niño que la está pasando mal. Pero lo que sí indigna es que ese consuelo venga con promoción personalizada, con la imagen del menor expuesta en redes sociales, sin filtros ni recato, como si fuera parte de una campaña de mercadotecnia política. Porque eso fue: una campaña disfrazada de ternura.
No es la primera vez que la política mexicana cae en estas prácticas. En 2013, Enrique Peña Nieto fue duramente criticado por recorrer el Hospital Central de Pemex tras la explosión en la Torre de Marina Nacional. La imagen de un presidente posando junto a una paciente hospitalizada recorrió los medios como muestra de cercanía, pero también como símbolo de manipulación mediática. Lo acusaron —con razón— de aprovechar la tragedia para recuperar puntos en las encuestas.
Hoy la fórmula se repite, solo que con menos experiencia y más descaro. Porque mientras Peña Nieto tenía todo un aparato de comunicación y cálculo detrás, Roberto Lee lo hizo con la torpeza de quien aún no distingue entre servir y servirse. Un político con vocación, con madera, con preparación real, sabe que publicar la imagen de un menor hospitalizado no solo es un error garrafal, sino una imprudencia legal. Eso no lo comete quien conoce el oficio; lo hace alguien que demuestra que esto no es lo suyo, que le falta estructura, y sobre todo, que no tiene madera de político.
En México, la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establece que está prohibido difundir imágenes de menores en contextos de vulnerabilidad sin el consentimiento expreso de sus tutores. Pero incluso cuando hay consentimiento —si es que lo hubo—, la ley prevé mecanismos para frenar este tipo de atropellos. El Artículo 81 de dicha ley lo deja claro: “Se podrá solicitar como medida cautelar la suspensión o bloqueo de cuentas de usuarios en medios electrónicos, a fin de evitar la difusión de información, imágenes, sonidos o datos que puedan contravenir el interés superior de la niñez.” Es decir, si el contenido expuesto vulnera al menor, procede frenarlo, aunque venga disfrazado de “buen gesto”.
Y no, que la madre haya dicho que sí no lo justifica. Mucho menos cuando esa imagen termina sirviendo como insumo para posicionar a un personaje político en redes.
No cualquiera sirve para esto y con actos como este, Roberto Lee lo confirma. Le falta vocación, le sobra ego y hambre de poder. Lo suyo no es la política, y menos aún la pública. Porque cuando se utiliza el dolor ajeno para sumar simpatías, se cae en lo más rastrero de la politiquería.
La compasión verdadera no necesita testigos, no exige encuadres, no presume lo que da. Y si Roberto Lee no lo entiende, que se acerque a los libros, a la ley… o al Evangelio: “Pero cuando tú hagas obras de misericordia, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha.”
— Mateo 6:3