La jueza que no olvidó su raíz

Sin Filtros; por Brenda Ramos

Se abrió camino sin conocidos, sin apellidos pesados, sin favores políticos. Solo con su esfuerzo, así llegó Nora Victoria Bonilla Marín a ser jueza de distrito en Ciudad Victoria. Y hoy, también candidata, sigue siendo la misma mujer que empezó desde abajo, convencida de que la justicia no puede quedarse entre paredes frías.
Nació en la colonia Mainero, en una casa modesta donde la dignidad fue siempre más abundante que el dinero. Su madre, sola, sacó adelante a cuatro hijos. Su abuela fue la voz que enseñaba ternura mientras la vida enseñaba carácter. En ese entorno, Nora aprendió que hay cosas que duelen más que la pobreza: la injusticia y el silencio.
No fue la alumna modelo ni la que ganaba concursos. Pero cuando entró como practicante al Poder Judicial, algo se encendió. Encontró su vocación, se preparó, se disciplinó, se formó desde lo técnico, pero también desde lo humano. Y así subió, peldaño por peldaño, hasta convertirse en una figura respetada.
Hoy es jueza, sí, pero no de esas que dictan desde el escritorio con distancia. Nora ve personas, no expedientes. Sabe lo que significa un amparo para quien pone toda su esperanza en ese recurso. Ha llorado en silencio por casos que desgarran. Porque, aunque tenga toga, no se ha quitado el alma.
Y lo más admirable: no se conformó con lo que tenía. Decidió dar el siguiente paso, postularse. No para escalar, sino para transformar. Cree que el Poder Judicial debe salir de su zona de confort y acercarse a la gente, porque la justicia no puede ser un lujo para pocos.
Nora no es política, es una ciudadana. Con principios, con historia, con vocación. Su candidatura no se basa en promesas vacías ni en discursos de ocasión, sino en la posibilidad real de que la justicia tenga rostro humano.
Y ese rostro, en esta contienda, es el suyo.