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La enfermedad de Maky

La Comuna

José Ángel Solorio Martínez


¿Bajo qué criterio se honra con el nombre de Maky Ortiz Domínguez, a una escuela de educación media en Reynosa, Tamaulipas?

¿Ha hecho alguna aportación fundamental para la educación en el Senado?

¿Sus propuestas legislativas han sido relevantes para el progreso del país?
¿Qué legislación ha sido relevante en su paso por el Poder legislativo nacional?

Supongo que la nomenclatura de las escuelas sigue un reglamento de la Secretaría de Educación de Tamaulipas (SET). Y que esa decisión es tomada por funcionarios de esa dependencia, en común acuerdo con los padres de familia y los maestros.

Si ese fuera el caso, trasuda lambisconería de los funcionarios de la SET, para nombrar a un plantel como reconocimiento –supongo que por la relevancia parlamentaria– a una distinguida reynosense que ha escalado muchos cargos en el ejercicio público.
Ha sido alcaldesa, diputada federal, senadora y subsecretaria de Salud.

En diferentes gobiernos: con el presidente Vicente Fox hasta con Andrés Manuel López Obrador.
En la ciudad que la vio nacer –multimillonaria–, no se le ha visto algo plausible.

Y menos, ha legislado para las mayorías.
Su visión del mundo es de apoyo a los potentados y de mal trato a los desprotegidos. Reglamentos para ordenar el comercio ambulante –y mayores cobros– en Reynosa, Tamaulipas; altas multas de tránsito –los pobres son los que realmente pagan– y aumentos a las cuotas catastrales para los que menos tienen.

Por eso resulta absurdo, de mal gusto, que su nombre haya sido perpetuado en una escuela.
¿Qué culpa tienen los jovencitos?
¿Ha beneficiado a la juventud, en los  20 años de estar en la ubre presupuestaria?

Son dos razones que fundamentan la sinrazón: la megalomanía de doña Maky y la desatada conducta genuflexa del personal docente.

La senadora, no puede vivir sin ser condecorada, por muy deficiente que haya sido su labor. Le gustan los reflectores; se pude decir, que la llenan de vida y de salud. Esto quizá lo entiende el hijazo de su vidaza –Makyito–: su idolatría, inhibe su sensatez.

El febril deseo de ser aplaudida por los reynosenses, la desbordó.
Y Makyito –¿Qué le pude negar a su madre?– está cumpliendo como hijo.
Sí: pero está fallando como alcalde.

Ese cuestionable hecho, sólo se pondera cuando el culto a la personalidad es una reminiscencia de un pasado que nos ata a lo peor del viejo régimen. La auto adulación, que siempre es exagerada, lejos de aportar crecimiento, suma desprecio social tanto para el adulador como para el adulado.

¿Es así como se educa en valores a los jóvenes?
¿Con politiquería barata?
¿Dónde está Lucía Aimé Castillo Pastor?
Una cosa queda clara: Maky está enferma; muy enferma de poder.

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