¿Por qué no podemos ser como ellos?

Por Oscar Díaz Salazar
El poblado de Carboneras, municipio de San Fernando, Tamaulipas, fue la sede de la competencia estatal de varias disciplinas deportivas, académicas, artísticas y culturales, de estudiantes de secundarias técnicas.
A la maestra que asesoraba a los representantes de Reynosa en oratoria, se le acercó una de sus alumnas de la secundaria ubicada en la colonia Jarachina de Reynosa, para señalarle al grupo de estudiantes de un colegio de Tampico y preguntarle, Maestra: ¿por qué no podremos vernos como ellas?
Los adolescentes del puerto traían ropa deportiva “completa”, todas igualitas, mismos tenis, mismo pantalón deportivo, mismo chaquetin, ropa de marca y a la medida. Su cabello reflejaba el buen trato, limpieza frecuente con shampoos, enjuagues y nutrientes de primera. El corte a la moda. Las chamacas mostraban el semblante del buen trato, buen sueño, buena alimentación, buen abrigo, buen descanso.
Muchos años después de este diálogo entre una maestra de secundaria pública de un barrio de trabajadores de maquiladora, – barrio proletario, aunque los directivos de la maquila no quieran emplear esa definición -, la profesora vuelve a experimentar la profunda tristeza que le causó esa pregunta inocente de su alumna, ese cuestionamiento al que en su momento no atinó a responder , y al que mucho tiempo después sigue buscando respuestas y provocando el brote de una lágrima.
Me acordé de esa anécdota que con emoción me platicó la maestra de Jarachina, al asistir al ensayo de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, invitado por el músico reynosense Baltazar Díaz Dávila, el sobrinazo de mi vidaza, integrante titular de dicha orquesta.
Desde la hermosa y funcional sede de la Orquesta, en el centro histórico de Toluca, me pregunto a mí mismo, y les pregunto a mis lectores: ¿por qué no podemos ser como ellos?
Hasta aquí le dejo pues un nudo en la garganta y un profundo sentimiento de frustración (colectiva) me complica continuar con estas historias.
Pero no quiero concluir sin comentarles que por encima de esos pensamientos y sentimientos negativos, está el gran orgullo de ver triunfar a mi sobrino consentido, como todos mis sobrinos, un joven talentoso que está teniendo éxito en una de las mejores organizaciones musicales de nuestro país.