Nepotismo político: se les cayó el negocio
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Fuentes fidedignas. Por: Isaías Álvarez
El poder en México ha sido por años un juego de herencias y linajes. No hay sorpresa en ver apellidos repetidos en boletas electorales, como si la política fuera un negocio familiar. Pero esta vez, la historia podría cambiar. La reforma impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum ha derrumbado de un solo golpe el castillo de naipes donde algunos ya planeaban sus futuras dinastías. Se acabaron los tiempos en los que ser hijo, pareja o cónyuge de un político garantizaba un boleto directo a una candidatura. Ahora, tendrán que aprender a jugar en un terreno donde el parentesco ya no es suficiente.
Los ejemplos son claros y familiares. En Reynosa, el alcalde Carlos Peña Ortiz parecía seguir la fórmula del éxito de antaño: crear una nueva relación sentimental con fines estratégicos. En un plan viejo y trillado, al parecer su pareja estaba siendo impulsada para construirle una carrera política con miras al 2027. La intención era más que clara: postularla, comprarle la candidatura, heredarle el poder. Pero la reforma de Sheinbaum echó a perder el proyecto antes de despegar, podría cancelarse el bodorrio; la muchacha ya no les sirve a los Makiavelicos. No será el único caso, en varias regiones de Tamaulipas, otros actores políticos veían en sus esposas, hijos, primos o incluso en sus amistades más cercanas la continuidad de su legado. Hoy, todos esos planes se han venido abajo.
Esta reforma no es solo una barrera para las dinastías políticas, es un golpe frontal a los caciques que han creído que los cargos públicos son títulos nobiliarios que se transmiten por sangre o conveniencia. Los Makitos, por ejemplo, llevaban casi 10 años operando bajo esta lógica. Especialistas en la simulación, maestros en la manipulación del discurso político, al parecer tenían todo listo para que el parentesco siguiera mandando en Reynosa y más allá. Pero la reforma les arrancó el guion de las manos. Ahora, tendrán que idear una nueva estrategia, una que no dependa de matrimonios arreglados o candidaturas heredadas.
El problema no es menor. La política mexicana está infestada de estas prácticas. Basta recordar casos como el de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, donde la relación pública y mediática servía para reforzar una narrativa conveniente de estabilidad y legitimidad. En Tamaulipas y otros estados, los mismos trucos han sido aplicados una y otra vez. Pero si la reforma se aplica con firmeza, esas tácticas dejarán de ser viables. Se acabó la época en la que se podía fabricar candidatos a modo solo con alianzas personales.
La pregunta ahora es quiénes sobrevivirán sin el apellido como escudo. Sin la comodidad de una estructura heredada, algunos políticos quedarán al desnudo, expuestos a la competencia real. ¿Cuántos podrán sostenerse sin el respaldo de una red familiar? ¿Cuántos estaban ahí solo porque el camino estaba pavimentado para ellos? La reforma de Sheinbaum no solo pone fin a una práctica indeseable, sino que obliga a la política mexicana a un ajuste de cuentas.
Lo que queda claro es que la política, al menos en el papel, dejará de ser un asunto de familias. Quienes aspiren a gobernar tendrán que hacerlo con méritos propios, y no con una campaña financiada desde la comodidad del poder heredado. La gran pregunta es si esta reforma será suficiente para frenar el nepotismo o si los de siempre encontrarán la forma de darle escabullirse. Pero, por lo pronto, la función terminó para algunos. Se les cayó el negocio.