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El pueblo de Reynosa despertó: el golpe que fracturó al poder

Fuentes fidedignas. Por: Isaías Álvarez

El abuso tiene límites, y en Reynosa, el límite lo puso la gente. Durante casi una década, la familia Peña Ortiz ha operado la ciudad como si fuera su hacienda personal, dictando impuestos a su antojo y exprimiendo hasta el último peso de los comerciantes más vulnerables. Pero esta vez, el golpe fue demasiado descarado: un cobro de piso tan desproporcionado que ni el salario mínimo en la frontera podía competir con la ambición de los Makitos.

El intento de Carlos Peña por triplicar la carga sobre los vendedores ambulantes terminó en una rebelión popular. La administración municipal decidió «aplicar la ley» con un cálculo matemáticamente diseñado para quebrar a los más débiles. Pasaron de cobrar una UMA diaria a una por cada metro cuadrado, elevando la tarifa de $113 a más de $1,000 pesos diarios en algunos casos. Un atraco oficializado. No solo ignoraron la realidad económica de la gente, sino que insultaron la inteligencia del pueblo al justificarlo con que eso venia en la ley de ingresos.

El resultado fue inmediato: indignación, protestas y presión política. Comerciantes organizados, ciudadanos indignados y legisladores hartos de la soberbia municipal se unieron para darle reversa al atropello. La respuesta del Congreso fue tajante: se modificó el esquema de cobro, reduciendo la tarifa a $90.51 por día para quienes ocupan hasta 10 metros cuadrados. Y lo más significativo: los vendedores más vulnerables, como boleros y vendedores de chicharrones, quedaron exentos de pagar un solo peso. La gente ganó, el gobierno se tuvo que echar para atrás y Reynosa despertó.

Pero no todos fueron aliados en esta lucha. Algunos, que se dicen defensores del pueblo, mostraron su verdadera cara. Geovanni Barrios Moreno, director de seguridad pública y supuesto paladín de los derechos humanos, se apresuró a justificar el atropello. Cuando la indignación creció, su reacción no fue defender a la gente, sino limitar los comentarios en sus redes sociales para evitar la avalancha de críticas. Así de delgada es la línea entre la servidumbre y la complicidad.

Este episodio nos dejó una lección: el control que la familia Peña Ortiz ha ejercido durante más de una década se desmorona. Por primera vez, sus decisiones enfrentan resistencia dentro y fuera del poder. El bloque de diputados locales de Reynosa ya no les sigue el juego, ni siquiera los panistas; la ciudadanía empieza a cuestionarlos y, lo más grave para ellos, la narrativa del «gobierno humanista» se derrumbó. Cuando un alcalde prefiere asfixiar a los más pobres en lugar de aplicar políticas de austeridad, queda claro quién es su verdadera prioridad.

El tiro les salió por la culata. No solo tuvieron que dar marcha atrás, sino que el nuevo esquema de cobro dejó a muchos comerciantes pagando incluso menos que antes de este intento de saqueo. En política, pocas cosas son tan letales como la torpeza y la soberbia. Hoy Reynosa no solo ha conseguido un respiro económico, sino que ha dado un paso crucial: el despertar de un pueblo que se niega a seguir siendo rehén de una dinastía que se les escapa el poder de las manos.

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