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Trump, Sheinbaum y el nuevo reto bilateral: pragmatismo frente al discurso

Gastón Arriaga Lacorte

Con Donald Trump nuevamente en la Casa Blanca, su retórica de campaña ha comenzado a materializarse en acciones concretas. La reciente declaración de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas marca un punto de inflexión en la política bilateral entre Estados Unidos y México. Este movimiento, que en campaña parecía más una táctica populista, ahora tiene implicaciones reales y plantea desafíos inéditos para ambos gobiernos.

Sin embargo, detrás del discurso agresivo de Trump, hay una realidad que no puede ignorarse: Estados Unidos y México están entrelazados en una relación de profunda interdependencia económica, social y política. La designación de los cárteles como terroristas es, sin duda, una señal de presión hacia el gobierno mexicano, pero no implica que la cooperación entre ambos países sea descartable. Al contrario, la colaboración será más necesaria que nunca.

Desde que asumió el poder, Trump ha buscado reafirmar su imagen de líder firme frente a la delincuencia organizada y la migración irregular. La medida contra los cárteles también responde a la crisis de opioides que afecta gravemente a Estados Unidos, donde el fentanilo, en gran parte traficado desde México, ha devastado comunidades. Sin embargo, convertir este problema en un asunto de seguridad nacional podría abrir la puerta a tensiones diplomáticas si no se gestiona con prudencia.

En México, Claudia Sheinbaum enfrenta una de las mayores pruebas de su liderazgo. Como presidenta, deberá equilibrar la defensa de la soberanía nacional con la necesidad de mantener una relación funcional con Washington. Sheinbaum ha dejado claro su compromiso con el respeto mutuo y la cooperación, pero también ha señalado que no permitirá una intervención extranjera en asuntos internos. Este posicionamiento, aunque firme, abre la puerta a un diálogo estratégico donde ambos países puedan encontrar puntos en común.

La declaración de los cárteles como terroristas, aunque polémica, no significa necesariamente que Trump busque una intervención militar directa en México. Más bien, podría utilizar esta designación para aumentar la presión política y económica, exigiendo resultados concretos en el combate al narcotráfico. Para Sheinbaum, esto representa una oportunidad para fortalecer las instituciones de seguridad y justicia mexicanas, y demostrar al mundo que México puede enfrentar sus desafíos internos sin depender de presiones externas.

A pesar de las aparentes diferencias ideológicas entre Trump y Sheinbaum, ambos líderes comparten algo esencial: un enfoque pragmático en sus decisiones. Trump sabe que una política abiertamente hostil hacia México podría desestabilizar la región y afectar los intereses económicos de Estados Unidos. Por su parte, Sheinbaum entiende que la cooperación bilateral es crucial para el crecimiento económico y la estabilidad social en ambos países.

En este contexto, es probable que veamos una relación marcada por la tensión en el discurso público, pero con esfuerzos significativos de colaboración detrás de las cámaras. Estados Unidos necesita a México como socio en comercio, migración y seguridad, mientras que México depende de su vecino del norte para mantener su estabilidad económica.

Al final, más allá de las declaraciones incendiarias y las medidas polémicas, la relación entre Trump y Sheinbaum estará definida por la capacidad de ambos líderes para poner los intereses nacionales por encima del espectáculo político. Porque, en el juego de la política exterior, el pragmatismo siempre supera a la retórica.

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