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Operadores que fracturan

Sin Filtros; por Brenda Ramos

En cualquier escenario ya sea político, laboral o familiar, al jefe se le llevan soluciones, no problemas. Parece una frase obvia, pero en la realidad, muchos olvidan este principio básico y en lugar de fortalecer el proyecto que dicen defender, lo erosionan desde dentro. Los que deberían ser los pilares de apoyo se convierten en fuentes de discordia, buscando asegurar su futuro personal a expensas de todo y de todos. En la actualidad, en los círculos más cercanos del poder, hay quienes ya no piensan en el presente ni en los resultados, sino en cómo asegurar su lugar en la próxima contienda. Y eso, más que un problema, es una traición.

El caso más preocupante es el de aquellos que, habiendo sido favorecidos con posiciones importantes, ahora operan con la mira puesta en el siguiente gran premio. Son figuras que, tras haber pasado por momentos difíciles, han sido respaldados con cargos de relevancia, pero ahora parecen olvidar que esos puestos se les otorgaron para servir, no para acumular poder. Lo más alarmante es que, en su ambición, están dispuestos a fracturar el equipo, a dividir a quienes deberían caminar juntos. Como si la lealtad a corto plazo fuera suficiente para asegurar el éxito a largo plazo.

En un contexto de competencia política cada vez más feroz, estos operadores comienzan a mover sus piezas para golpear a quienes ven como obstáculos, a otros posibles contendientes que, en su percepción, amenazan con arrebatarles la oportunidad de escalar posiciones.

Utilizan los recursos a su disposición, manipulan las situaciones y, con el apoyo de algunos que deberían estar velando por la unidad del equipo, inician campañas de desgaste contra sus propios compañeros.

Esto no es nuevo. En el pasado, otros líderes también enfrentaron este tipo de divisiones internas, algunas de ellas casi fatales para sus proyectos políticos. Andrés Manuel López Obrador es un claro ejemplo de alguien que, en su momento, tuvo que contener a aquellos que, habiendo caminado a su lado, intentaban dividir al movimiento para obtener más poder.

Pero AMLO, con su experiencia y astucia, no se dejó chantajear. Sabiendo que a cada uno ya se le había dado lo que merecía, mantuvo firme el rumbo y no cedió a las presiones. Esa es una lección que algunos deberían recordar: el poder no se distribuye bajo presión ni por capricho, y mucho menos por los méritos del pasado.

El verdadero liderazgo se mide en la capacidad de aportar soluciones y de mantener la estabilidad, no en la habilidad para fracturar y dividir. Hoy, lo que está en juego no es solo el futuro de operadores ambiciosos, sino el de todo un proyecto político que podría colapsar si se permite que estas ambiciones personales sigan adelante sin control.

El peligro de estas maniobras es evidente: cuando un operador es juez y parte, cuando tiene la capacidad de manipular información y decisiones, el daño que puede hacer al proyecto general es profundo. Si el líder del equipo no puede confiar en que sus operadores mantendrán la unidad, entonces, ¿qué queda? Nada más que un grupo dividido, y todos sabemos lo que sucede con las grupos divididos.

Los operadores que han recibido poder y posiciones de influencia deberían ser los primeros en proteger ese poder, en defender al equipo desde adentro, no en fracturarlo. Su lealtad no debería ser solo hacia el jefe, sino hacia todo el proyecto político.

Las banderas rojas siguen apareciendo: los líderes no pueden permitirse ceder ante aquellos que, habiendo recibido mucho, siguen exigiendo más. El futuro de los grandes proyectos no depende de cuántos favores o sacrificios se hayan hecho en el pasado, sino de cuántas soluciones se puedan aportar en el presente. La ambición personal no puede estar por encima del bien común, y los operadores que no entienden esto, son una amenaza silenciosa que podría hacer colapsar el proyecto desde adentro.

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