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El arte de tragar sapos

Fuentes fidedignas. Por: Isaias Alvarez

En la política mexicana, pocas cosas son tan ciertas como el dicho: “tragar mierda sin hacer gestos”. Este arte de la supervivencia política es una constante en figuras que alguna vez combatieron a un enemigo, pero que hoy buscan integrarse en su círculo de poder. Dos ejemplos notables son la familia Yunes en Veracruz y Maki Ortiz, quienes en algún momento fueron enemigos declarados de Andrés Manuel López Obrador y su movimiento, pero que hoy parecen haber hallado su lugar en la Cuarta Transformación.

Miguel Angel Yunes Linares, exgobernador de Veracruz, no solo llamó “loco” a AMLO, sino que lo acusó de ser un «vividor del sistema» y de no trabajar, dedicándose únicamente a «decir barbaridades». Durante años, Yunes Linares mantuvo una postura agresiva contra López Obrador, particularmente durante las elecciones de 2018, donde fue uno de sus críticos más acérrimos: De llamarle “loco” a AMLO a poder votar a favor de su reforma (https://www.elimparcial.com/mexico/2024/09/10/yunes-de-llamarle-loco-a-amlo-a-poder-votar-a-favor-de-su-reforma/).

Sin embargo, la política es cambiante. Su voto fue decisivo en la aprobación de la reforma judicial impulsada por el presidente, a pesar de haber sido expulsado del PAN por esta traición a los ideales de su partido. Su alianza reciente con Morena muestra cómo incluso los más acérrimos opositores están aprendiendo a tragar sapos para sobrevivir en el nuevo escenario político.

Un caso similar es el de Maki Ortiz, exsubsecretaria de Salud durante el gobierno de Felipe Calderón y una política cercana a Margarita Zavala. En sus tiempos como panista declarada, Ortiz no escatimó en sus críticas a López Obrador, a quien consideraba un «peligro para México». En su intento de alinearse con el gobierno de Calderón, Maki incluso formó parte de una cruzada judicial para intentar encarcelar a AMLO, Claudia Sheinbaum y otros por irregularidades en obras públicas relacionadas con el hermano de López Obrador. 

Hoy, Maki Ortiz logró ingresar al Senado bajo las filas del Partido Verde, aliado de Morena, representando a San Luis Potosí, aunque tiene sus intereses políticos en Tamaulipas y reside en el Valle de Texas. Este es otro ejemplo claro de cómo la política puede ser más un acto de pragmatismo que de convicciones firmes.

Lo más impactante de estas transformaciones no es solo el hecho de que personajes como los Yunes y Ortiz hayan cambiado de bando. Es la rapidez con la que han decidido adaptarse a una nueva realidad e ideologías, tragándose las palabras y acciones que alguna vez usaron para atacar a López Obrador y su movimiento. Es el arte de tragar sapos sin hacer gestos, y lo hicieron y lo volverían a hacer con la esperanza de encontrar un lugar en un sistema que antes despreciaban.

Esta tendencia no es exclusiva de estos personajes, sino que refleja una dinámica muy común en la política mexicana. La oposición, que en su momento luchó por frenar a la Cuarta Transformación, ahora enfrenta la realidad de que sus intentos fueron en vano. El poder de Morena y AMLO ha reconfigurado el mapa político, y aquellos que antes lo atacaban ahora se ven obligados a adaptarse, aunque esto signifique tragarse sus críticas y posturas pasadas.

El caso de los Yunes y Maki Ortiz nos hace reflexionar sobre el estado actual de la política en México. ¿Qué tan genuinas son las convicciones de quienes nos representan? ¿Cuántos están dispuestos a cambiar de piel con tal de mantenerse vigentes en el escenario político? El oportunismo parece ser la norma, y el pragmatismo se ha convertido en la principal herramienta para sobrevivir.

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