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Brujería y política

Sin Filtros; por Brenda Ramos

En un país donde la realidad siempre parece superarse a sí misma en el terreno de lo insólito, hablar de brujería y política puede sonar, a primera vista, a una broma de sobremesa. Pero México, tierra de milagros y santos populares, de ritos prehispánicos y santería cubana importada, es también un lugar donde los rumores de hechizos y encantamientos han cruzado sin dificultad de las colonias a las oficinas del poder.

Pensemos, por ejemplo, en Elba Esther Gordillo, la «maestra de maestros». Entre las acusaciones que la rodeaban, más allá de los millones desviados, estaba aquella imagen de la mujer que, en la penumbra, consultaba a un grupo de brujos y santeros para asegurar su dominio sindical y mantener a raya a sus enemigos. ¿Verdad o mito? Eso importa poco; lo relevante es cómo, a través de estos rumores, se construyó la percepción de un poder tan impenetrable como oscuro, un poder que no se limitaba a las estrategias sindicales o a las alianzas políticas, sino que se adentraba en terrenos más allá de la comprensión racional.

Pero Elba Esther no es un caso aislado. La historia política, dentro y fuera de nuestras fronteras, está plagada de líderes envueltos en un halo místico. Desde Hugo Chávez, que no dudaba en consultar a santeros y curanderos antes de tomar decisiones cruciales, hasta Carlos Salinas de Gortari, de quien se decía que su afición por la astrología le ayudaba a leer mejor los movimientos de sus enemigos. Incluso en Brasil, Jair Bolsonaro y su esposa han sido vinculados con rituales de «despacho» en el Palacio de Alvorada. Así, la política se tiñe de un aura esotérica, un coctel de superstición y poder que fascina y aterra a la vez.

¿Por qué, entonces, esta persistente relación entre política y brujería? Quizás porque en el fondo entendemos que la política, como la magia, también es un acto de manipulación de fuerzas invisibles, una batalla por conquistar corazones y mentes que no siempre responde a la lógica y la razón. O tal vez porque, en un mundo lleno de incertidumbres, los líderes necesitan parecer más que humanos, revestidos de un poder más allá de lo tangible, capaces de invocar fuerzas superiores para guiar al pueblo a través del caos.

Pero hay algo más inquietante en juego: la brujería como estrategia de poder. La brujería, al igual que la política, puede ser utilizada para crear miedo, para distraer del verdadero problema, o para eliminar a quien se percibe como una amenaza. No es casualidad que las historias de brujas y encantamientos emerjan en momentos de crisis; son, en muchos sentidos, un reflejo de nuestras propias inseguridades, una manera de explicar lo inexplicable, de dar sentido a la maraña de intrigas y luchas de poder que definen nuestro tiempo.

Y mientras los políticos modernos siguen bailando entre el pragmatismo y lo esotérico, entre las promesas de progreso y los rituales a puerta cerrada, el verdadero enigma no es si la brujería realmente funciona, sino cómo seguimos siendo tan vulnerables a sus encantos. Quizás, después de todo, la verdadera magia está en la política misma, en su capacidad para mantenernos siempre al borde de lo creíble, atrapados entre el asombro y la incredulidad.

Así que, querido lector, la próxima vez que escuchemos de un líder político que consulta a su astrólogo o realiza rituales de purificación, podríamos preguntarnos: ¿es este un intento desesperado por mantener el control en un mundo cada vez más caótico? O, más bien, ¿es una señal de que, en el fondo, la política y la brujería no son tan diferentes como pensamos? Porque al final del día, ambas buscan lo mismo: poder, control y la capacidad de influir sobre aquellos que creen en sus encantamientos.

En cuanto a Tamaulipas, dicen más de una familia tienen su aquelarre, por eso se sienten con tanta fuerza que se atreven a insultar y desdeñar a sus adversarios políticos en cada ocasión que pueden.

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