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«Candidatos Impresentables»

Sin Filtros; Por: Brenda Ramos

Capitulo 1: Miguel Gómez Orta

La candidatura de Miguel Gómez Orta solo puede describirse como un escarnio público hacia la dignidad de los altamirenses, el Partido Acción Nacional (PAN) parece estar no solo cavando su propia tumba política, sino también burlándose abiertamente de los principios democráticos al considerar la designación de Gómez Orta como su candidato a la presidencia de Altamira. Al hacerlo, no solo han insultado a la inteligencia colectiva, sino que también demuestran que la corrupción y la impunidad continúan enraizadas en sus estructuras políticas, desafiando cualquier intento de reforma o cambio.

Gómez Orta, un personaje cuya carrera está tan manchada por el escándalo como por la incompetencia, emerge de las sombras del clan cabecista, simbolizando no la renovación, sino la perpetuación de una política de corrupción y nepotismo. Sobrino de Alma Laura Amparan y Juvenal Hernández Llanos, Miguel no solo carga con el peso de sus controversiales lazos familiares, sino también con un prontuario que haría temblar los cimientos de cualquier institución democrática que se precie de serlo.

Su historial habla por sí solo: desde un vergonzoso paseo por la cárcel en 2002 por un fraude millonario contra una empresa cervecera, hasta acusaciones de soborno y participación en el despojo de terrenos. Gómez Orta ha demostrado una y otra vez que su compromiso no es con los ciudadanos de Altamira, sino con sus propios intereses y los de su círculo cercano.

La trayectoria política de Miguel no es menos controvertida, marcada por una inconfundible tendencia a la traición y el oportunismo. Abandonando el PRI por el PAN, ha tejido una red de complicidades que lo han catapultado a posiciones de poder, no por mérito, sino por afinidad con figuras como Francisco García Cabeza de Vaca. 

El electorado debe saber que Acción Nacional, al contemplar su candidatura, no solo pone en evidencia una alarmante falta de criterio, sino que también se burla abiertamente de los ciudadanos de Altamira, proponiendo a un candidato cuya idoneidad es, en el mejor de los casos, cuestionable. Es un recordatorio sombrío de cómo las prácticas corruptas se han normalizado, y cómo los partidos políticos, lejos de ser bastiones de la ética o transparencia como pregonan, se han convertido en refugio de lo más bajo y sucio de la política.

La designación de candidatos corruptos y moralmente impresentables no solo socava la confianza en el sistema político, sino que también como ya lo dijimos, insulta la inteligencia y la dignidad de los votantes, quienes merecen opciones que representen verdaderamente sus intereses y aspiraciones. El caso de Miguel Gómez Orta no es un incidente aislado, sino un síntoma de una enfermedad más profunda que afecta a la política mexicana: la falta de responsabilidad, la ausencia de integridad y la pérdida total del sentido de servicio público.

Frente a esta realidad, los ciudadanos de Altamira y de todo México tienen no solo el derecho, sino el deber de demandar y elegir a representantes que verdaderamente encarnen los valores de honestidad, transparencia y compromiso con el bienestar colectivo.

Pero no solo Miguel en Altamira es un símbolo de corrupción hecho candidato, pues en Tamaulipas abundan los «candidatos impresentables» en todos los partidos, que continuaremos señalando en posteriores capítulos.

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