Columnas

AMLO: SUS MASACRES…

MELITÓN GARCÍA DE LA ROSA 

Ha sido un año de retrocesos, aunque los ‘datos’ del presidente Andrés Manuel López Obrador digan lo contrario, cero crecimiento, polarización a su máxima expresión y un fracaso total de la supuesta estrategia de seguridad que tiene sumido al país en un gran charco de sangre.

Así es mis queridos boes, la fiesta del zócalo de la Ciudad de México el 1 de diciembre, en realidad solo se puede justificar con los rasgos de extrema egolatría del presidente, que en un año ya ha acarreado en tres ocasiones bajo el pretexto de un informe a los que pretende comprar a base de dádivas disfrazadas de programas sociales.

Cientos de autobuses fletados por las administraciones morenistas, bolsas con jugo y sándwiches, como cuando AMLO era del PRI se volvieron a observar en la capital para que los más pobres fueran a aplaudirle.

Hubo en verdad pocos aplausos, porque los acarreados llevaban horas esperando al presidente o porque casi nada de lo que dice es nuevo; lo ha repetido cientos de veces en la campaña, en las mañaneras y en los 3 informes que ha dado.

Estamos, aunque sus seguidores no lo quieran aceptar, ante un personaje que avanza a pasos agigantados hacia el fracaso, al que nos arrastrará con él sino da un golpe de timón a su forma de gobernar.

Su culto hacia si mismo lo está cegando, le impide ver el despeñadero al que nos conduce, le hace refractario a la oleada de violencia que su estrategia ha exacerbado por el ya de por sí maltrecho México que recibió y apenas atina a culpar al pasado, lejos de asumir su reponsabilidad.

Y es que como si el destino se burlara de él y de todos nosotros por añadidura, el día de su fiesta, el domingo 1 de diciembre, fue el día más violento de su administración y uno de los peores desde que en 2006 se declarara la guerra al crimen organizado.

Fueron 127 muertes causadas por la lucha entre bandas y de estas contra efectivos federales o de los estados.

Él feliz en el zócalo mientras en Villa Unión, Coahuila, eran asesinadas 22 personas entre buenos y malos, cifra pequeña comparada con el número de madres, esposas, hermanos y huérfanos que deja la masacre y que nunca se contabiliza.

Ese mismo día, el que López Obrador aprovechó para seguir dividiendo al país entre su pueblo bueno y los conservadores, el Estado de México aportó a la cuenta de sangre 14 asesinatos, Guanajuato y Oaxaca 10 cada uno, Baja California, Michoacán, Veracruz y Puebla con más de media docena por entidad, Tamaulipas, Jalisco e Hidalgo con cinco.

Para el presidente parecen ser sólo cifras, qué más da si el 2019 ya es el más mortífero del que se tenga registro.

No se quiere dar cuenta de que puede pasar a la historia como el presidente de las masacres, porque en un año las ejecuciones grupales han sucedido a lo largo y ancho del país, unas más sonadas que otras, pero todas con el sello de la impunidad ante su estrategia de ‘abrazos no balazos’.

El recuento cronológico de las masacres comienza el 6 de enero, cuando un grupo de hombres armados llegaron al bar Las Virginias, en Playa del Carmen, municipio de Solidaridad, Quintana Roo y mataron a siete personas.

Luego en Guerrero, el 3 de febrero de este año, ocho personas indígenas del municipio de Acatepec, fueron asesinadas y dos más resultaron heridas tras ser atacadas por un comando armado.

La madrugada del 9 de marzo, 15 personas que departían en el interior del bar «La Playa Men´s Club», en Salamanca, Guanajuato fueron asesinadas por un comando armado y los rostros cubiertos.

El 6 de abril en Apaseo El Alto, Guanajuato, un comando ingresó al municipio y disparó a las personas que se encontraban en un inmueble, dejando un saldo de ocho muertos, entre ellos dos
menores.

El 19 de abril, otro comando de la muerte entró a un salón de fiestas llamado «El Potro», en Minatitlán, Veracruz, donde había una fiesta de cumpleaños, el ataque dejó 14 muertos, entre ellos un bebé de un año, al que le dieron el tiro de gracia.

El 8 de agosto fueron encontrados 19 cadáveres en distintos puntos del Bulevar Industrial en Uruapan, Michoacán.

El 27 de ese mismo mes, el bar «Caballo Blanco» en  Coatzacoalcos, Veracruz, fue incendiado por sicarios luego de abrir fuego contra clientes y personal del lugar, el saldo el de mayores víctimas, 31 muertos entre bailarinas, trabajadores y clientes entre ellos marinos de Filipinas.

Ya en octubre, el día 14, sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), emboscaron a un convoy de policías estatales matando a 13 en Aguililla, Michoacán, que iban a trasladar a una víctima de abuso sexual hacia la capital de ese estado.

El 5 de noviembre, la ya muy citada por escalofriante ejecución de 3 mujeres y seis niños de la familia LeBarón en los límites de Sonora y Chihuahua.

Más los muertos del fallido operativo para detener a Ovidio Guzmán, donde fuimos el hazmereir del mundo.

¿Por qué la fiesta cuando debemos estar de luto?, ¿por qué dice que vamos requetebién, cuando lo único que crece es la inseguridad?. Comentarios: meliton-garcia@hotmail.com Twitter: @melitong

Fuente: Expreso.press

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