La Comuna
El síndrome Cachorro Cantú
José Ángel Solorio Martínez
Debe ser muy duro, tenerlo todo y perderlo en unas horas. La abundancia, se debe entender, no es para siempre. Hincharte de bondades que da el poder y sus derivaciones y luego ver volar esas prerrogativas, no es cualquier cosa. Tiene que doler mucho; tiene, que pegarte en el ánimo y hacerte ver que tiempos pasados fueron mejores.
Y cómo no: traer guaruras, gastos de representación, chequera abierta, tarjetas de crédito y débito con saldos ilimitados es casi el paraíso.
En esos momentos de embriaguez presupuestaria, eres el centro de atención de la clase política toda, de tu familia, de tus amigos y de tus conocidos.
Todos, te ven como triunfador.
Por eso no es extraño: en muchos casos, esos afortunados y dichosos actores actúen con soberbia y petulancia. Esas actitudes, son la generalidad y no la excepción en un Tamaulipas tapizado de servidores públicos que llegaron a servirse y no a servir al prójimo.
Los ve uno flotar en lugar de caminar; se deslizan, como sobre una alfombra, no caminan; pontifican, no opinan; disertan, no platican; tienen respuestas y no interrogantes; no saludan, son condescendientes; y sobre todo: un halo de autoridad los separa del mundo terrenal para instalarse en el Olimpo al que según aseguran pertenecer, a juicio de la nueva cosmogonía que alegremente presumen.
Con cualidades cognitivas de oropel, todo lo saben.
Y si no: contratan asesores de extensas vidas curriculares.
(Para ellos, todo conocimiento ajeno es extenso).
Se deleitan con su diletante mundo: la relación con gobernadores y alcaldes se da en circunstancias de naturalidad en sus vidas. Lo que resulta inalcanzable para la mayoría de los ciudadanos comunes, para ellos es de rutina: el Ejecutivo estatal, diputados federales, diputados locales, alcaldes y no se diga síndicos y regidores, contestan sus llamadas a cualquier hora del día o de la noche.
¿Quién no se siente soñado, con esas palpables delicias del poder?
Los días quince y treinta de cada mes, es la reiteración de sus éxitos y de sus hazañas: cobran puntualmente, un salario más que decoroso aderezado por una compensación de altos vuelos y de grandes cifras.
Se sienten, poderosos en grado superlativo.
Tienen en sus manos, la impartición de Justicia, la facultad de cambiar la norma jurídica, y la potestad de conducir las inversiones del erario público hacia donde ellos lo desean y no al lugar en donde se necesita.
Por años, con sólo decirle sí al Ejecutivo estatal, se abría la puerta a un gigantesco cofre de joyas y monedas que libremente y sin culpas, podían embolsarse y compartir sin rubor con los suyos y las suyas.
Les importó un bledo, dejar endeudado a los tamaulipecos.
Les valió sombrilla, abandonar las instituciones degradadas y pervertidas.
Ellos, como parte de la ola neoliberal que gobernó la entidad llegaron con el objetivo de aniquilar toda área de gobierno que tuvo en un tiempo un andamiaje con sentido social.
Es decir: aplastaron todo tipo de andamiaje construido para implementar –herencia del Estado de bienestar– auxilio a los más vulnerables en la pirámide social.
Sus bienes y cuentas bancarias en el extranjero, es el parlante testimonio de lo que fueron los últimos treinta años de gobierno de los tricolores y de los azules.
Dejar esos privilegios, debe ser como el desagradable escozor producido por la secuela del fuego sobre la piel.
¿Ahora nos explicamos, por qué se enfermó el Cachorro Cantú?