Por : Mauricio Fernández Díaz
Ciudad Victoria.- En los últimos años, la política nacional ya no se sustenta en la obediencia ni la resignación. Cierto que diversos líderes, incluso de corrientes contrarias, pueden sumarse a un proyecto y llevarlo al poder, pero cada uno reclamará las posiciones que cree merecer. Esto genera polarización, tensiones y pleitos, sobre todo en medio de procesos electorales. Acaba de tocarle el turno de vivirlos a Morena Tamaulipas.
Sentimos que estas tensiones vienen de un liderazgo que busca agradar a todos o que les da iguales posibilidades a todos, aunque por fuerza solo algunos lleguen a los cargos o influyen en la toma de decisiones. López Obrador ha jugado esa doble moneda con sus allegados, y las riñas están a la vista: Julio Scherer contra Olga Sánchez; Alejandro Gertz contra Julio Scherer; Porfirio Muñoz Ledo contra Mario Delgado, y los ejemplo nunca se acaban (revisen las luchas causadas por la designación de candidatos de Morena en 2021 y 2022).
Esto debilita la unidad del movimiento lopezobradorista, y sus consecuencias están por verse en 2024. Ya se menciona, por ejemplo, que su candidata presidencial es Claudia Sheinbaum, pero ilusiona al canciller Marcelo Ebrard con la misma posibilidad. Tal indefinición provoca una lucha masoquista entre grupos morenistas con distintos proyectos. Pero otros efectos suelen ser más perniciosos y permanentes, como la división y los rencores.
La pasada elección de consejeros de Morena Tamaulipas dejó muchos resentimientos e inconformidades, y con razón: fue un aquelarre de votantes sin afinidad con el partido y, por increíble que parezca, ni con López Obrador. Llegaban del PRI y del PAN a afiliarse en una mesa y a votar en la otra por su consejero favorito. Ese podría ser gente de Maki Ortiz, de la familia del doctor Villarreal o de la familia Canturrosas. En todas las regiones acarrearon personas de diversos institutos para ganar la elección “abierta”.
Ante la evidencia aplastante, evidencia de las numerosas violaciones, Mario Delgado no tuvo otra salida que ordenar la reposición del proceso en los distritos 7 y 9, correspondientes a Altamira y Reynosa. La militancia deberá salir a votar nuevamente.
La impresión general es que se quedó corto. Hubo irregularidades con visos de fraude en todos los distritos, desde apoyos económicos hasta inducción al voto frente a las mismas urnas (pequeños recados con los nombres de los consejeros por los que debían votar).
Entonces, quedarán muchos resentidos con el resultado, aún en los distritos donde repetirán la votación.
El fondo de estas luchas es la presidencia de Morena Tamaulipas y todas las atribuciones, privilegios y poderes que ese puesto implica.
La información disponible indica que hay tres bandos detrás de la dirigencia, y uno de ellos responde a los designios de Américo Villarreal, el próximo gobernador. Los otros dos, por desgracia, intentan quitarle el bastón de mando.
Una fuente cercana a este medio de información nos confió que Ernesto Palacios habría intentado convencer al doctor Villarreal de no apoyar a alguien de su grupo para ocupar la presidencia, de cederle ese puesto a otro, pero al gobernador electo no le satisfizo la solicitud. Después de todo, una de las reglas del sistema político mexicano (y prácticamente de todas las democracias) le da al mandatario en turno poder para decidir dentro de su instituto político.
Toda la rebatinga de consejeros obedece a esta lucha por el partido estatal y por las ambiciones de los grupos que han cooperado en las victorias del movimiento en esta entidad desde 2021. Como decíamos arriba: apoyan proyectos, pero exigen posiciones y no vacilan en movilizar a la gente para alcanzar sus objetivos.
A esto agréguese el descontento de la verdadera militancia morenista, un segmento que, a pesar de su escaso número, están con López Obrador desde 2015, cuando se creó el movimiento, no desde 2022, como esos millones que llegaron a registrarse por órdenes de figuras influyentes.
Nos parece que los líderes naturales que hoy encabezan Morena han abandonado la negociación y el uso de acuerdos para apagar rebeliones. Está en las manos de Américo Villarreal y de Ernesto Palacios la concertación de las diversas opiniones en estos conflictos. Tan malo es ignorar el justo reclamo de quien apoyó en la campaña como marginar al gobernador electo del proceso de integración de los cuadros directivos. Hasta ahora no han llegado a un punto medio.
Divididos, le abren una peligrosa rendija al panismo, aunque más bien se trata del cabecismo. Ellos son sus verdaderos rivales, y cualquier fractura en Morena podrían transformarla en un abismo de ingobernabilidad y disidencia. Se trata de un peligro real que no pueden soslayar: ahí está la astucia del cabecismo en la 65 Legislatura y las reformas que semi paralizarán a la administración entrante.
Ya se ganó el cargo de gobernador, en efecto. Pero la gobernabilidad la obtendrán después de numerosas pruebas de esfuerzo e inteligencia.