La Comuna
La ominosa oscuridad cultural de Tamaulipas
José Ángel Solorio Martínez
La galopante inseguridad, el desplome de la calidad de la educación, la pandemia y la ausencia de un proyecto cultural gubernamental –y ciudadano–, han hecho de Tamaulipas un desierto en el rubro de la creación, del consumo y la circulación de los bienes culturales. En la plástica, sigue siendo referente, desde hace décadas, el victorense, Alejandro Rosales Lugo –y no se sabe quién pueda ser su relevo generacional, en sus niveles de calidad y estilo–; en la literatura, hay todavía más orfandad: no se vislumbran escritores ni jóvenes ni viejos, que puedan sorprendernos; en teatro, sigue firme como el personaje central en la región, el riobravense, Medardo Treviño: al igual que Rosales Lugo, no tiene un reemplazo en el corto plazo a la vista. En la música, contamos con un monstruo: Sergio Cárdenas. Garbanzo de a libra, generado por las instituciones culturales de otras regiones de México y el mundo.
Mucho se recuerda a Norberto Treviño Zapata, porque en su administración gubernamental, potenció actividades que detonaron y extendieron la identidad del tamaulipeco por el país y por el mundo. De igual forma, remembranzas del gobierno de Américo Villarreal traen al presente la creación de la dirección de Cultura y del Festival de la Costa del Seno Mexicano. De la misma manera, el enorme festival de Letras del Golfo, que implementó Tomás Yarrington.
Hasta Mario Vargas Llosa –que sería Premio Nobel, años después de su estancia en Tampico– participaría en ese monumental evento. La gran falla de esos ambiciosos planes, fue poner en el centro de su interés la difusión de actividades culturales y no en lo que realmente impacta en el espíritu y la conciencia del hombre: la creación artística y cultural.
Traer artistas de diversos lugares –con talento y todo–, para realizar festivales efímeros y de impactos muy pasajeros, no deja de ser una visión colonialista de la cultura, cuando se soslayan otras herramientas para que la sociedad se apropie y tenga la capacidad de construir sus propios objetos y sujetos culturales.
Esa práctica, un tanto errática, se manifiesta en un desequilibrio absurdo, grotesco: en nuestro estado, tenemos una infraestructura muy sobrada para la masificación de eventos artístico-culturales –teatros muy bien equipados, auditorios con recursos de sobra, etc.– en todas las regiones de la entidad, pero carecemos de instituciones –planes de estudio, profesores, material didáctico– para educar en la creación y la innovación culturales.
Es decir: poseemos espacios para la exhibición de aportaciones artísticas de cualquier nivel, pero carecemos de una red de creadores capaz de ocupar a plenitud y con dignidad esos sitios. Muy probablemente, por esa dolorosa contradicción, los Centros Culturales –espectaculares y envidiables– de Reynosa, Nuevo Laredo, Victoria y Tampico, han sido tomados por obras de teatro tan superficiales como frívolas y hasta por cómicos de patéticas narrativas – misoginia, homofobia, clasismo, etc.–.
La IV T, tiene un desafío de alto perfil en corto. Lo primero será –ya lo ha dicho el gobernador electo, Américo Villarreal Anaya– darle el rango de Secretaría a la dirección de Cultura. Después, caería bien a la sociedad, recuperar esos inmuebles que desde hace décadas han estado sub-utilizados y hasta mal manejados. Por meses, el Centro Cultural Metropolitano – en Tampico–, careció de clima y por ello, estuvo fuera de servicio.
Las burocracias que se enquistaron en esos edificios, disfrazadas de patronatos, deben desaparecer. La sociedad civil, podrá incorporarse a las tareas culturales de la administración estatal, desde otras figuras más eficaces y funcionales. La ominosa oscuridad cultural tamaulipeca, debe disiparse.