El asesinato de Marisela Escobedo, el caso que estremeció a su propio ejecutor
El encuentro con un agente de la Policía Federal llevó a J. Jesús Esquivel, corresponsal de Proceso en Washington, a desentrañar el modus operandi de esa dependencia ahora adscrita a la Guardia Nacional. Sus resultados los presenta en el libro Las operaciones secretas de la Policía Federal.
El encuentro con un agente de la Policía Federal llevó a J. Jesús Esquivel, corresponsal de Proceso en Washington, a consultar decenas de expedientes y entrevistar a infinidad de personas para desentrañar el modus operandi de esa vilipendiada dependencia ahora adscrita a la Guardia Nacional. De ese universo el reportero rescata 10 historias clave, poniendo el acento en la labor de esos anónimos investigadores que combaten a la delincuencia organizada. Sus resultados los presenta en Las operaciones secretas de la Policía Federal, puesto en circulación por Penguin Random House en su sello Debolsillo, con cuya autorización ofrecemos fragmentos de la primera historia: el asesinato de Marisela Escobedo.
El 16 de diciembre de 2010, cuando Chihuahua era el epicentro del fracaso de la guerra sin cuartel contra el narcotráfico que lanzó el entonces presidente Felipe Calderón, fue ejecutada a sangre fría, con un disparo en la cabeza, la activista y defensora de derechos humanos Marisela Escobedo Ortiz.
La señora Escobedo Ortiz exigía justicia por el asesinato de su hija Rubí, a quien en 2008, en Ciudad Juárez, le quitó la vida su novio Sergio Rafael Barraza Bocanegra, absuelto de manera increíble por decisión unánime de tres jueces de la entidad.
El crimen de Marisela, que ocurrió frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, fue captado por las cámaras de seguridad. Su transmisión en los medios de comunicación sacudió a la sociedad mexicana porque exponía a un Estado fallido y una ola criminal con capacidad y poder para matar a quien fuera, incluso frente a un edificio que se supone representa el poder y la justicia.
En diciembre de 2011, a días de la conmemoración del primer aniversario del asesinato de Escobedo Ortiz, la Fiscalía del Estado de Chihuahua presentó (muerto) a Héctor Miguel Flores Morán, El Payaso, como autor material del crimen.
En ese momento las autoridades estatales informaron que el inculpado pertenecía a una banda delincuencial relacionada con La Línea, organización dependiente y brazo ejecutor (sicarios) del Cártel de Juárez.
Las facciones del Payaso, de acuerdo siempre con la información que proporcionó aquella ocasión el gobierno chihuahuense, encajaban con el retrato hablado que se elaboró del asesino de Escobedo Ortiz.
Otro atenuante con el que la autoridad quiso dar por cerrado el caso fue que al supuesto ejecutor se le encontró el arma con la que privó de la vida a la activista.
Familiares de Escobedo Ortiz y abogados defensores de derechos humanos siempre dudaron de que El Payaso fuera el autor material de ese crimen de gran relevancia nacional.
En 2012, por petición y exigencia de la Fiscalía del estado –y ante su incapacidad para contener la violencia relacionada con el tráfico nacional e internacional de drogas–, llegaron a Chihuahua los policías federales Raúl Ávila Ibarra y Nicolás González Perrin.
Ambos federales arribaron en calidad de préstamo y se integraron de inmediato a la Policía Estatal Única (PEU).
Ávila Ibarra fue designado director general y González Perrin director de la División Preventiva de la PEU. A su equipo se incorporó Jaime Avilés Castañeda, quien fungió como encargado del Grupo de Análisis. Dentro de la PEU había otras dos divisiones, la de Vialidad y la de Reacción.
Cuando la PEU comenzó a funcionar en Chihuahua bajo el comando de Ávila Ibarra y las operaciones de González Perrin, se les dio prioridad a los casos relevantes relacionados con los homicidios. La dupla de federales, con la colaboración de Avilés Castañeda, determinó “investigar” los expedientes etiquetados como “urgentes”, y entre éstos el del asesinato de Escobedo Ortiz, pese a que la fiscalía estatal lo había dado por cerrado ante los medios de comunicación. Los oficiales recién llegados reabrieron el caso e iniciaron nuevas avenidas de investigación. Empezaron por revisar con detalle los informes sobre la ejecución del Payaso, la minucia pericial que concluyó que la fisonomía del presunto homicida ejecutado coincidía con la del retrato hablado del ejecutor de Escobedo Ortiz, así como la correspondiente al arma que se encontró junto al cuerpo del ejecutado, en la cual se determinó que era la misma con la que ultimaron a la activista.
En entrevista, uno de los dos federales a cargo de la PEU, quien optó por mantener su identidad bajo anonimato, explicó:
La fiscalía especializada que averiguó el caso del Payaso afirmó que su fisonomía coincidía en 80% con la de la persona del retrato hablado, por ello se concluyó que era el asesino de la señora Marisela. La verdadera razón del fallo consistía en quitarle presión política al gobierno de César Duarte Jáquez. Desde la esfera presidencial le exigían que resolviera lo antes posible el asesinato.
Conforme pasaron las primeras semanas de operación del equipo de Ávila Ibarra, en Chihuahua aumentó el arresto de integrantes de Los Aztecas, organización criminal relacionada con el tráfico de enervantes y con la ejecución de personas por encargo.
En la División Preventiva, González Perrin ordenó a sus subalternos interrogar a todos los detenidos e investigar cualquier indicio relacionado con otros casos. La intención fue entrelazar nombres, apodos y apellidos de otros delincuentes que presuntamente podrían estar involucrados en asesinatos que pertenecían al cúmulo de expedientes etiquetados como urgentes.
De acuerdo con la investigación realizada por la PEU sobre el caso de Escobedo Ortiz –cuyos detalles no se habían hecho públicos hasta la publicación de este trabajo–, varios integrantes detenidos de Los Aztecas aseguraron durante los interrogatorios a los que fueron sometidos por la gente de González Perrin que el asesino de la activista no había sido El Payaso, que al verdadero sicario que la mató lo apodaban El Wicked. De inmediato la PEU abrió un expediente judicial sobre el sujeto de quien sólo conocían el alias.
Perfil del homicida
Durante más de siete meses los policías estatales, bajo la dirección de los dos federales, recabaron diversas declaraciones de pandilleros que coincidieron en que El Wicked, y no El Payaso, asesinó por encargo a Marisela Escobedo Ortiz.
Al respecto, el policía federal que aceptó ser entrevistado expone:
Ocho meses después de iniciada esta averiguación nos llegó información muy valiosa: a través de las distintas ramas de investigaciones nos enteramos de que El Wicked iría a Ciudad Juárez a visitar a su mamá. Contábamos con su descripción física, no teníamos su nombre. De entre los pocos detalles que recolectamos en los interrogatorios con los pandilleros sobre El Wicked supimos que tenía un tatuaje en el antebrazo; el tatuaje de un indio.
Con la descripción de varios detenidos la PEU elaboró a su vez un retrato hablado y actualizado del Wicked; lo del referido tatuaje en el antebrazo facilitaba las cosas.
Con la colaboración de agentes de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) y de los US Marshals, de Estados Unidos, la PEU comenzó a recolectar más información sobre el presunto criminal: números de teléfonos celulares, tipo de vehículos en los que se movía, nombre de la madre y la dirección de esta última en Juárez.
Los policías federales elaboraron todo un esquema de inteligencia (espionaje) para cazar al Wicked.
La asociación, la complicidad de trabajo y el intercambio de información con la DEA y los US Marshals fueron resultado de la confianza que los agentes estadunidenses le tenían a la PEU, luego del escrutinio al que sometieron tanto a Ávila Ibarra como a González Perrin.
Dos meses después de elaborar el retrato hablado, de seguirle la pista a través de intervenciones telefónicas y cotejando datos con los testimonios de criminales detenidos y de algunos informantes, la PEU pudo saber la fecha en que El Wicked planeaba visitar a su progenitora en Ciudad Juárez, quien además en su mismo domicilio tenía una pequeña tienda de abarrotes.
Con el fin de garantizar la mayor seguridad en el operativo especial de captura, los jefes de la PEU que intercambiaron datos con los agentes estadunidenses no informaron a las autoridades estatales lo que habían descubierto y hasta dónde habían llegado en el caso de Marisela Escobedo Ortiz.
“Temíamos una fuga de información y que se nos escapara El Wicked, luego de varios meses de investigación y de elaboración de sistemas de inteligencia, física y tecnológica, para ubicarlo”, explica el agente federal entrevistado.
Los documentos del caso sostienen que la PEU sabía que El Wicked permanecería “unos días” en Ciudad Juárez.
Para la operación de captura, Ávila Ibarra y González Perrin formaron un grupo especial de ocho elementos, todos involucrados en la investigación, y un grupo de apoyo integrado por 15 policías, todos estatales.
Ávila Ibarra decidió dirigir personalmente el prioritario operativo y se trasladó a Ciudad Juárez al frente de los 23 elementos de ambos grupos.
Entretanto, González Perrin permaneció en la ciudad de Chihuahua comandando la PEU, a cargo del personal que operaba los dos turnos de labor policiaca, de 12 horas cada uno.
Para detener al Wicked los elementos de la corporación prepararon un plantón. Los 23 policías llegaron al lugar del operativo dos días antes de la visita que el supuesto delincuente haría a su madre.
Durante esas 48 horas previas al asalto, González Perrin y su jefe mantuvieron una comunicación fluida, y también el intercambio de información con la DEA y los US Marshals que se trasladaron a Ciudad Juárez con el GPS.
“La orden fue fulminante: continuar con todos los actos y las operaciones de inteligencia hasta que cayera el objetivo”, detalla el agente federal.
González Perrin se hallaba en las oficinas centrales de la PEU pendiente de las comunicaciones con Ciudad Juárez, cuando recibió una llamada telefónica de uno de los policías encargado de turno.
“Jefe, en el Home Depot hay una persona de quien un amigo me dice que lo estuvo extorsionando durante mucho tiempo, ya lo identificó y no tiene duda de que es él”, agrega el agente federal.
El policía pide instrucciones al jefe y recibe la orden de detenerlo y llevarlo al cuartel general de la PEU para interrogarlo.
Al sospechoso lo interceptan en un punto seguro los dos policías estatales cuando salía del estacionamiento del Home Depot de la ciudad de Chihuahua. Viajaba en un vehículo acompañado por su esposa, dos hijos y un escolta que se identificó como El Killer.
Al momento de la detención los policías le encontraron al escolta una pistola calibre 45 y luego desarmaron al sospechoso. A los tres adultos y a los dos menores de edad los trasladaron a las instalaciones de la PEU y los colocaron en distintos separos para someterlos a un interrogatorio.
“Cuando comienzo a entrevistar al sospechoso descubro que tiene un tatuaje en uno de los antebrazos. No era un indio, sino la imagen del Subcomandante Marcos (del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional de Chiapas)”, recuerda el policía federal.
El tatuaje y otras señas físicas del presunto criminal atrajo la atención de los agentes de la PEU.
“Por eso de inmediato le pregunté cuál era su apodo y sin titubear, muy seguro de sí mismo, contestó: ‘Me dicen El Wicked’”, expone el agente federal.
Para el momento en que ocurrió la captura accidental del Wicked, la PEU ya tenía en su poder todo el expediente en contra del criminal, producto de largos meses de investigación, entrevistas con pandilleros, narcotraficantes, y del intercambio de información de inteligencia con las agencias de Estados Unidos.
Por el hecho de que a su escolta le encontraron un arma, El Wicked, durante el interrogatorio al que fue sometido, permaneció todo el tiempo esposado, al igual que El Killer.
La esposa y los hijos del detenido fueron llevados a una oficina para que estuvieran más cómodos.
La investigación
En el recuento de los hechos el agente federal señala: “Cuando me dice que él es El Wicked, y para asegurarme si no me estaba tomando el pelo, o que se tratara de otra persona con el mismo apodo, le digo: ‘Si eres El Wicked, platícame lo de Marisela’”.
El policía federal admite que, para su sorpresa, el delincuente comenzó a cantar “absolutamente todo”, incluso, por la facilidad con la que se incriminó, al agente le dio la impresión de que el asesino ya quería ser detenido.
“No fue una entrevista como muchas otras, largas y agotadoras; me dijo: ‘¿Sabe qué?, nada más no me trate mal y vamos a platicar’, porque él tenía la impresión de que se le iba a hacer algo (torturar)”, explica quien fuera titular de la División de Prevención.
En su declaratoria ante el oficial, El Wicked contó todo. Inició señalando que cuando salió absuelto el esposo de Rubí, el criminal se trasladó a Zacatecas y allá comenzó a trabajar como pistolero para el cártel de Los Zetas.
La presencia y la colaboración del asesino de Rubí no eran datos desconocidos para la PEU, estaban integrados en el expediente que se formuló durante los meses de búsqueda del Wicked.
“Yo debía asegurarme de que quien estaba frente a mí fuera el criminal que mis compañeros habían ido supuestamente a aprehender a Ciudad Juárez, por eso dejé que hablara con lujo de detalles”, añade el agente federal.
En la declaratoria integrada al expediente de esta operación secreta y con un resultado imprevisto, se expone que El Wicked aseguró llamarse José Enrique Jiménez Zavala, y que debido a las manifestaciones y protestas que Escobedo Ortiz realizaba frente al Palacio de Gobierno, Los Zetas pidieron como un favor a La Línea eliminar a la mujer para que dejara de calentar la plaza. Fueron sus superiores de La Línea los que directamente instruyeron a Jiménez Zavala, jefe de Los Aztecas en la ciudad de Chihuahua, que se encargara personalmente de ultimar a la activista y madre de Rubí.
El Wicked declaró que durante una semana estuvo cazando a su víctima, esperando el momento adecuado para asesinarla.
El encargo se le dificultaba porque Marisela se manifestaba en un lugar que ocupa el primer cuadro de la ciudad de Chihuahua, justo delante del Palacio de Gobierno, en una explanada que tiene cuatro semáforos, lo cual complicaba la logística de una fuga en automóvil.
No ultimó antes a su víctima porque cuando estaba a punto de conseguirlo siempre había policías y mucho tráfico por las calles. Entonces optó por esperar pacientemente y observar los movimientos de Escobedo Ortiz, desde la comodidad de un auto Nissan blanco, que por muchas horas permaneció parado en el estacionamiento de un Oxxo, a unas cuadras de la explanada.
El policía federal jefe de la División Preventiva sostiene que entre las pesquisas recabaron datos que corroboraban lo que El Wicked declaró, que incluso sabían que al chofer del auto en el que huyó después de la ejecución lo apodaban El Gordo y que también pertenecía a Los Aztecas.
La noche del asesinato El Wicked observó cuando los guardias de Palacio de Gobierno cerraron las puertas del recinto y al mismo tiempo notó que pocos autos circulaban por la zona; que Marisela y su hermano se quedaron solos sentados ante una mesa al otro lado de la calle.
El Gordo recibió la orden de manejar hacia el objetivo. El Wicked saca la pistola, se acerca a ellos, el hermano de Marisela le arroja unos papeles y sale corriendo; la señora Escobedo Ortiz hace lo mismo, cruza la calle, pero el sicario la alcanza y le dispara por atrás en la cabeza.
“Incluso confesó que por poco cae porque tropieza con la víctima cuando se desvanece sin vida sobre la banqueta”, relata el agente federal al detallar el interrogatorio.
La conversión
Luego de cumplir su cometido, El Wicked camina sobre la calle, cruza a la derecha en medio de los autos, se sube al Nissan blanco que lo espera para huir y desaparece.
Gran parte del expediente sobre el asesinato que tenía en su poder la PEU se recopiló por declaraciones de detenidos en casos de homicidios que involucraban a La Línea y Los Aztecas, como el triple asesinato en un restaurante Applebee’s, donde entre los muertos se encontraba un piloto; los asesinatos en la paletería La Michoacana y el multihomicidio en el bar El Colorado, en el que ejecutaron a más de una docena de personas.
Uno de los detenidos e involucrados en la masacre de El Colorado declaró que el líder y encargado de esa operación fue El Wicked.
La caída fortuita de este criminal se dio incluso en un momento de desesperación de la PEU, que ya había solicitado la cooperación del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) para agilizar la ubicación del sicario.
Jiménez Zavala aclaró el misterio del arma con la cual encontraron el cuerpo sin vida del Payaso. Explicó que semanas después del asesinato de Escobedo Ortiz, los jefes de La Línea lo llamaron para que les entregara la pistola. El asesino relató a su interrogador que cuando recibió esa orden pensó que sus superiores “lo iban a poner” ante las autoridades, o que lo ejecutarían para calmar los ánimos en el gobierno de Duarte Jáquez ante la presión federal y de la sociedad para que esclareciera el crimen.
“Aseguró que al Payaso lo ejecutaron por una deuda (de drogas) que tenía con el Cártel de Juárez, y le colocaron el arma que les había entregado El Wicked”, anota el policía federal.
Al concluir el interrogatorio y corroborar la identidad del Wicked, el director de la División Preventiva se comunicó con su jefe, que se había desplazado a Ciudad Juárez, para que regresara porque el sicario ya estaba detenido y además había confesado el crimen.
La información adicional que salió del separo le sirvió a la PEU para desarrollar y llevar a cabo operativos de inteligencia en varias casas de seguridad donde se resguardaban los pistoleros que trabajaban bajo las órdenes del Wicked.
La esposa del Wicked declaró ante las autoridades en contra de su marido y se convirtió en una testigo protegida del Estado.
La relación criminal entre El Wicked y El Killer, corroborada con las declaraciones de la cónyuge del primero, afianzó las acusaciones y las averiguaciones que se realizaron en torno de la ejecución que en 2010 sacudió al gobierno de Chihuahua.
La detención del Wicked ocurrió como a las ocho de la noche y la PEU aprovechó las declaraciones del sicario para adelantar sus labores de inteligencia, por encima de las complicaciones judiciales para obtener órdenes de cateo de un juez y reventar las casas de seguridad.
En la entrevista el policía federal destaca:
La esposa me lo dijo: su marido tenía el presentimiento de que pronto lo iban a agarrar, que se sentía atormentado por el asesinato de Marisela Escobedo Ortiz, pese a que en su haber criminal él le había quitado la vida a más de 80 personas, antes que a la activista y defensora de derechos humanos.
El Wicked era uno de los que más muertos tenía entre los sicarios de Los Aztecas, por lo cual no se entiende por qué le afectó tanto moralmente la ejecución de Marisela Escobedo.
La esposa explicó que su marido consideraba que las demás ejecuciones que poseía en su haber formaban parte del negocio del sicariato y del trasiego de drogas. La mujer matizó que el asesinato de Marisela fue una orden que le dieron a su esposo y que cumplió como buen soldado azteca, pero le produjo malestar porque la víctima no pertenecía a los malandros, era una persona en busca de justicia para su hija.
El Wicked ejecutó a Escobedo Ortiz y cayó en depresión, lo cual no le impidió seguir con su carrera delincuencial. Encabezó la masacre del bar El Colorado poco después de haber eliminado a la activista frente al Palacio de Gobierno.
La colaboración del Wicked fue tan amplia y voluntariosa la noche de su detención que en algún momento el policía federal se aburrió de escuchar los detalles de tanto asesinato.
En agradecimiento, el jefe de la División Preventiva les compró a él, a su escolta, a su esposa y a sus hijos unas hamburguesas para que cenaran esa noche, después del largo interrogatorio.
Concluye el policía federal:
Había cooperado bien, sabía que ya estaba perdido. Nunca estuvo nervioso, más bien temía que se le hiciera algo, que fuera torturado; tenía mucho miedo por el bienestar de su familia. Cuando se dio cuenta de que contábamos con la evidencia necesaria solito platicó. Sólo que en Chihuahua no existe la autovinculación, no se puede decir “yo maté” y con eso es suficiente para incriminarlo. Por esa razón su esposa declaró en su contra, fue testigo de la fiscalía.
En la cárcel El Wicked se convirtió en predicador del bien; hablaba con los jóvenes para que no cayeran en lo que él cayó. Era un vinculador entre la sociedad y las prisiones penitenciarias.
Permaneció en un penal de Chihuahua hablándoles a los jóvenes, contando su experiencia como si sus crímenes fueran parte de una ficción. Lo ejecutaron dentro de la misma prisión desde la que muy tarde quiso reformar a delincuentes. Las autoridades creen que fue ultimado por orden del Cártel de Sinaloa, ya que él era un protegido de La Línea.
Texto publicado en el número 2384 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 10 de julio de 2022.