San Pedro y el Estado fallido
Marcela Gómez Zalce
El fracaso en seguridad está lejos de tocar fondo
La Sierra Tarahumara fue a lo largo del siglo XX un territorio predilecto para las reflexiones y los experimentos indigenistas. Referentes obligados sin los cuales resultaría imposible entender su compleja historia son los planteamientos de su etnografía, la antropología académica, la experiencia y los programas de los misioneros católicos en toda esa zona. Con la antropología académica el indigenismo oficial mantuvo por épocas un intercambio de ideas y en las concepciones y prácticas de los misioneros jesuitas halló una fuente de inspiración. Territorio estratégico, la Tarahumara sigue constituyendo una de las regiones de mayor biodiversidad en el hemisferio.
La Compañía de Jesús lleva décadas trabajando con los rarámuris y con la comunidad que no pertenece a este pueblo originario y los recientes acontecimientos vuelven a colocar a la administración de los abrazos en ese epicentro del horror.
La zona se suma a la impunidad rampante y sin escrúpulos que azota regiones enteras de México; el cobarde asesinato de dos sacerdotes jesuitas, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, y del guía de turistas Pedro Palma ha consternado a diversas esferas. Los jesuitas “…en más de 40 años de trabajo y de entrega inquebrantable alimentaron el entusiasmo y las tristezas de sus hermanos y hermanas de la Sierra. Tomaron pinole para agarrar fuerza y continuar con su misión cuando sintieron cansancio…”, escribía hace unos días el rector de la Universidad Iberoamericana CDMX, Luis Arriaga Valenzuela.
La violencia no es nueva en la región disputada por organizaciones criminales, pero la impunidad ha tenido permiso como nunca y se han alzado las voces como siempre para pedir justicia. La escalada de sangre y violencia tiñe de rojo al gobierno de López Obrador y su tolerancia a los delincuentes, y le da la bienvenida a la recién estrenada gobernadora Maru Campos que deberá ponerse a trabajar en una puntual estrategia. La dimensión de este crimen trastoca a esta cuatroté y ha desencadenado olas de indignación y de severos señalamientos de diversos actores incluyendo al Papa Francisco ―quien pertenece a esta orden religiosa― y que con una frase sentenció la estrategia de los abrazos: “Hay tantos asesinatos en México”.
El fracaso en materia de seguridad está lejos de tocar fondo. El nulo Estado de derecho empodera al crimen organizado siendo éste un factor determinante en la gobernabilidad del país. La coyuntura actual parece ser suficiente para pavimentar la ruta de una psicosis colectiva de la inseguridad que se percibe en amplios territorios mientras desde la mañanera se despliegan pirotecnia y distractores de los asuntos neurálgicos.
El eco del crimen de los jesuitas empieza a resonar en el ámbito internacional y exhibe en esa órbita el tamaño de la crisis de inseguridad que vive México. Estado fallido acusan. La narrativa del contubernio, corrupción, de la complicidad y de las omisiones para combatir a los delincuentes se nutre todos los días de la sangre y la descarada impunidad.
En el palacio moreno de los tercos espejismos, la ceguera presidencial y del circo sucesorio deberían tomar con seriedad estratégica esa construcción del (narco)relato que ahora hizo escala, ni más ni menos, que en la Plaza de San Pedro.
Twitter: @GomezZalce