Querétaro: La fiebre del mercurio
El mercurio que se extrae en la Reserva de la Biósfera de la Sierra Gorda ha destruido el ecosistema y perjudicado la vida de las personas dedicadas a la minería artesanal. El gobierno anunció un cierre paulatino de las minas de mercurio, pero las alternativas para los mineros se avizoran lejanas.
martes, 21 de junio de 2022
El mercurio que se extrae en la Reserva de la Biósfera de la Sierra Gorda ha destruido el ecosistema y perjudicado la vida de las personas dedicadas a la minería artesanal. El gobierno federal anunció un cierre paulatino de las minas de mercurio, pero las alternativas para los mineros se avizoran lejanas. Estas minas se han vuelto sustento de varias comunidades en Querétaro, a pesar de que el suelo, el aire y el agua de este sistema montañoso ya presentan afectación por mercurio.
CAMARGO, Qro. (Proceso).–Una cascada de piedras grises rompe la armonía del paisaje idílico de la Sierra Gorda. Mientras el sol se derrama por encima de las nubes y se esparce con beatitud sobre una virgen de Guadalupe pintada en el cerro, las chimeneas de los hornos artesanales de mercurio exhalan un aroma sulfuroso, picante.
Rodeada de un camino sinuoso, la mina Camargo se desgaja en cuatro laderas de donde se extrae, procesa y hornea mercurio de forma artesanal. De la penumbra de la bocamina tres trabajadores empujan un carrito con costales de maíz repletos de piedras negras. Salen de la mina con una máscara de polvo negro, agotados después de estar percutiendo rocas con un martillo puntiagudo.
Santiago, el minero que le da dirección al carrito, lleva siete años explorando el interior de la Sierra Gorda. A pesar de que desconoce que el mercurio es un mineral socorrido por la industria aurífera para amalgamar el oro –que actualmente ronda los 50 mil pesos por onza (2 mil dólares estadunidenses), de lunes a viernes, entre las 7:00 y las 15:00 horas se adentra 300 metros con pico y pala para recolectar la “tierrita”, como le llama al mineral. “Es difícil andar sacando el material”, confiesa con la frente sudorosa y la lámpara de su casco aún encendida.
Los mineros reconocen las piedras, siguen las vetas como los ciegos tientan en la oscuridad, son geólogos expertos en identificar el metal, picando con una mano y recogiendo las piedras con la otra. “La falla marca dónde está el mineral, pero está muy escaso porque ya están bien trabajadas”, explica Santiago.
–¿Cuánto sacan en una jornada?
–Bien poquito, uno saca medio kilo, por mucho un kilo de mercurio ya líquido en una quincena. No hay mucho metal, sólo recogemos la tierra que dejaron los de antes.
Después de que las piedras salen de la mina, las cargan en una camioneta rumbo a la zona de hornos, que está delimitada por una trituradora de minerales de la marca hongkonesa The Nile Co. Ltd., arrumbada encima de un montículo de piedras incineradas. En la cajuela, las piedras chocan como si estuvieran en una partida de billar muy agitada.
Sin opciones
En la Sierra Gorda, el cinabrio –mineral de donde se extrae el mercurio– ha tenido una producción considerable desde hace más de 500 años. Del cinabrio se obtiene un pigmento rojo vivo parecido al color de la sangre, el bermellón. Según el historiador Adolphus Langenscheidt, en la época prehispánica se pensaba que el minero trabajaba en el inframundo, en contacto con la sangre de la Tierra, con el único metal líquido, considerado en épocas remotas como un agua cargada de cualidades mágicas.
Los hornos son una hilera de fogones de ladrillo debajo de tapancos improvisados, a desnivel de la bocamina de donde se extrae el mineral. Por la renta del horno y la leña para fundir el mercurio los mineros pagan alrededor de 800 pesos (39 dólares). “Aquí se funde, pasa de piedra a humo y luego a líquido”, aclara Ernesto como si fuera un alquimista.