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Rebaja incultura la discusión política estatal

Por: Mauricio Fernández Díaz

Ciudad Victoria.- La impunidad y la falta de respeto a la ley han restado credibilidad a los políticos de antaño, aquellos abogados y gente de letras que hacían campañas o gobernaban con un mensaje de elevados principios constitucionales. Hablaban tan bien y actuaban tan mal que los fueron descontinuando, salvo algunas excepciones, muy raras. Pero seamos sinceros: aunque la ley se respete poco, no hay otra opción; es lo más valioso en un estado laico y democrático.

Solo con la ley se puede exigir y reclamar a los gobernantes en sus narices, porque la ley concede ese derecho. Solo con ella se vive en libertad, en igualdad y, sobre todo, en orden. Ella debería evitar los enconos, las agresiones y las calumnias, que son comunes en la anarquía o en un estado semisalvaje. La ley no busca tanto castigar por castigar sino elevar la convivencia al respeto de todos. Esto, claramente, se ha perdido, y hoy lo vemos a diario.

En los seis estados donde habrá elecciones el 5 de junio cunde la incivilidad y hasta las groserías que se prohíben a los niños en casa. Las mentadas de madre, las burlas soeces y los ataques arteros cruzan de un candidato a otro y se repiten de un estado a otro. ¿Cuándo se perdió la cultura política, la elocuencia inteligente, los discursos brillantes festejados con cinco minutos de aplausos, la multitud de pie? Francamente, nadie se salva; no hay un candidato que abandere una causa con la fuerza del intelecto y no con la animalidad del estómago.

Por cierto, buscar apoyo en los poderes de la unión es una pérdida de tiempo. También ahí se repite esta tendencia hacia la vulgaridad y la ignorancia. En el senado hay integrantes que no fueron a la universidad, y en la Cámara de Diputados hay muchos solo con estudios de primaria. Hemos dicho líneas arriba que los políticos más cultos no necesariamente son los mejores, pero en este juego de la política hay que apostar por el conocimiento y la preparación, a pesar del pobre resultado. Ahora que han llegado los servidores públicos armados de buenos deseos, hemos visto las peores campañas políticas de este siglo, con un nivel de discusión miserable y polarizado. ¿O usted prefiere ahora lo que ve?

Hasta el Presidente de la República plantea soluciones a los graves problemas del país sin razonamientos tomados de la ley, y todo lo justifica en los sentimientos y los buenos deseos. Los sentimientos, como todos saben, son malos consejeros, y así como arrojan a uno a amar a alguien también lo llevan al odio contra otro. Hace falta enfriarse, reflexionar, utilizar un principio común para la discusión de ideas, y ese principio solo puede ser la ley.

En este repertorio de vulgaridades se pueden incluir las campañas negras, mensajes calumniosos y violentos contra los adversarios políticos, que justamente ahora se emplean en los estados que elegirán gobernador. Ni la Presidencia puede llamar al orden y la concordia a estos contendientes porque desde Palacio Nacional se suelen lanzar ataques personales contra los opositores. Sí, personales, ya que muchos de ellos no contienen un debate de altura sino juicios sumarios e insultos.

Los principios rectores del estado mexicano, la Constitución, los valores democráticos, todos han sido despreciados por los políticos que andan hoy en campaña. Cuando evitan los insultos, su mensaje es anodino y simple, casi con las mismas palabras usadas hace 22 años (el “cambio”, la “transformación”, la “grandeza”, a “rescatar”). Por el aburrimiento que provoca su propaganda, ofrecen pagos y ayudas económicas como acciones de gobierno para motivar algún interés. Y a ratos lo consiguen, pero dura poco porque solo son eso: promesas.

La ruindad callejera, el lenguaje pendenciero, el odio, por decir su verdadero nombre, han entrado en la actividad política y corrompido las campañas, la relación con los partidos, el trato con la prensa; los apetitos más groseros mueven a los proyectos políticos y se ufanan de llevar en sus filas a personajes desprestigiados o en líos con la justicia. Sin ir demasiado lejos, los candidatos que compiten en estas elecciones no tienen una biografía tan brillante como para aparecer en una enciclopedia.

Por cierto, nuestras observaciones acaban de empatar con un mensaje del presidente del IETAM quien, durante la revisión de unas quejas, llamó a los candidatos en Tamaulipas a “respetar las reglas de la contienda democrática” y “actuar con civilidad política”. Un poco tarde, pero al fin ha reaccionado ante la irresponsabilidad de los competidores. Estos han sido incapaces de lo más elemental, respetar las reglas del juego; ¿cómo iban a presentarse, entonces, con el mejor reportorio del pensamiento filosófico si no controlan sus propios impulsos?

Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas van a las urnas el 5 de junio en medio de campañas negras y violencia política. La degradación política es real; sobran los ejemplos. Por eso el sistema democrático importa, las elecciones libres, los árbitros imparciales, porque podemos cambiar a los gobiernos incompetentes.

Aunque ahora intentan reformar al INE y la ley electoral para fines dudosos. Pero ese es tema aparte.

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