Por:Mauricio Fernández Díaz
Ciudad Victoria.- Al teléfono de los tamaulipecos han llegado numerosos videoclips en los últimos días. Son calumnias contra César Verástegui, contra Américo Villarreal y, en menor medida, contra Arturo Díez, pero llegan; falsean hechos de sus vidas o mienten con descaro para ridiculizarlos. Los fanáticos de cada candidato los festejan y comparten con júbilo. Sin embargo, al resto de la gente, a la gran mayoría, les son indiferentes.
A las personas sin filiación no los persuaden de apoyar un proyecto o de cambiar su preferencia. Saben lo que están viendo: una injuria, un ataque. Por eso, luego de un rato, los olvidan. No los consideran información seria ni verificable; entretienen, pero no convencen.
Este tipo de estrategias electorales son casi una novedad en el país si tomamos en cuenta que la transición democrática inició en el año 2000. En todo el siglo 20 no hubo equidad ni elecciones limpias. Después de la presidencia de Vicente Fox, las campañas políticas se profesionalizaron en cierto modo y emplearon a publicistas y mercadólogos. Por su éxito, aún se recuerda la de 2006 contra el actual presidente: “López Obrador es un peligro para México”.
Comparadas con las campañas estadounidenses, donde prácticamente se inventaron, incluidos los debates televisados, las mexicanas andan a gatas o pretenden descubrir la fórmula del “agua caliente”. En vez de informar, bromean; en vez de denunciar, ofenden. No buscan superar al adversario por sus atributos sino por el chismorreo y las indiscreciones de la vida privada. Por eso reciben el nombre de “campañas sucias”.
Darles publicidad es tanto como vaciar la basura en las calles y dejarla descomponerse ahí. Es cuestión de higiene mental rechazarlas y no compartirlas.
Pero se comparten, y demasiado, principalmente entre fanáticos de los tres candidatos. Sin reglas ni respeto, estas publicaciones encienden el rencor y la agresividad entre seguidores y deben detenerse antes de que desaten choques violentos.
Lo que nosotros percibimos ya lo ha hecho también el Instituto Electoral de Tamaulipas. Su presidente, Juan José Ramos Charre, acaba de enviar un mensaje a todos los candidatos para que eviten polarizar a la sociedad y prefieran usar su ideario político en vez de agresiones verbales para ganar votos.
“Las candidaturas deben privilegiar la exposición de sus plataformas, de sus propuestas sobre las denostaciones, las calumnias sobre otra expresión que, lejos de favorecer, perjudica la toma de decisiones por parte de los ciudadanos”, dijo el consejero presidente.
Sinceramente, nos parece poco una amonestación. El IETAM tiene facultades para intervenir de manera directa en estas situaciones sin necesidad de esperar a que se lo pidan o a que se denuncien. Unas cuántas palabras no detendrán las campañas sucias aunque provengan del árbitro electoral.
Puede intervenir porque, en esencia, rompen el principio de equidad que regula esta competencia. Hay un candidato favorecido detrás de las calumnias a otro; debe, por lo menos, investigarse el origen o los autores. Igualmente representan un gasto de campaña no declarado a la autoridad, ya que son producciones profesionales financiados por alguien, incluso aunque se regalen a una campaña (la donación cuenta también como un gasto a favor).
El IETAM se ha visto laxo o permisivo en tolerar estos audiovisuales por el hecho de que nadie los denuncie. Quizás no convenzan esos mensajes, pero ya están afectando el ambiente de civilidad y respeto del proceso electoral.
Por ese humor cargado de rencor y antipatía, el mismo IETAM solicitó a los equipos de los candidatos no llevar porras al debate del pasado 2 de abril, de acuerdo con un trascendido a los medio de comunicación. Era previsible un posible enfrentamiento entre fanáticos debido a su intolerancia política.
De igual forma, una mirada a las redes sociales, donde los bandos se intercambian amenazas e insultos, presenta más evidencias del ambiente de encono en que ha caído el proceso.
Aunque parezca paradoja, los propios candidatos son a la vez víctimas y causantes de estas tensiones. Por ejemplo, se han atacado unos a otros con el mismo argumento: estar vinculados con el crimen organizado. Se lo marcan entre sí constantemente y lo aseguran en sus campañas sucias; desde luego, no vienen respaldadas de ninguna prueba seria y, mucho menos, judicial.
Pacto con el narco, socio de huachicoleros, cómplice de capos, se repiten entre sí las mismas etiquetas que ya la gente las toma a vacilada y a juego. Nadie se las cree ni se espanta. De tanto usarlas pierden significado y pasan de boca en boca (o de teléfono en teléfono) sin causar la menor inquietud, como sucede con cualquier falsedad.
Utilizar el tema de la delincuencia organizada o de los cárteles para ensuciar la imagen de un candidato ha perdido interés en los electores, no por indiferencia hacia el problema, sino por la frivolidad y la falta de respeto con que se maneja en esas campañas negras.
La guerra sucia es, al fin y al cabo, guerra de mentiras, de saliva, y en Tamaulipas está destinada al fracaso porque la gente ya ha aprendido a separar la ficción de la verdad, los hechos de las palabras, y conoce muy bien cuando realmente se ha involucrado el crimen en las campañas electorales.
Claro que lo sabe, y esa dura lección ocurrió el 28 de junio de 2010, cuando fulminaron al candidato Rodolfo Torre Cantú.
Nosotros, los tamaulipecos, sabemos de verdadera violencia política.