Magaly Deandar y Francisco N
Por Oscar Díaz Salazar
La voz fuerte y clara del entonces diputado, Porfirio Muñoz Ledo, interrumpiendo el discurso que el presidente Miguel de la Madrid expresaba en la Cámara de Diputados con motivo de la entrega del informe de gobierno, señaló un quiebre en la larga tradición de respetar, -casi casi venerar-, la figura presidencial.
Muñoz Ledo fue el pionero, sino el primero estrictamente, si el más contundente en hablarle, – en sentido literal -, de tú a tú, en calidad de iguales, al presidente de la república, en un acto público.
Después de Porfirio se atrevieron muchos, e incluso se llegó al abuso, al «choteo», se volvieron predecibles los escándalos y los gritos, de tal forma que se optó por cambiar el formato de la ceremonia del informe, limitándose en lo sucesivo a entregar el texto escrito, y omitiendo la presencia y la participación del presidente, en el desarrollo de la sesión del Congreso.
Con las proporciones guardadas, lo que hizo Muñoz Ledo hace más de treinta años para des sacralizar la figura presidencial e inaugurar el trato entre pares, entre iguales, o por lo menos entre similares, entre el titular único del poder ejecutivo y los miembros de la asamblea a cargo del poder legislativo, es muy parecido, en los efectos buscados, a lo que está haciendo la diputada de morena, Magaly Deandar.
La diputada reynosense Magaly Deandar se ha atrevido a llamar a las cosas por su nombre en relación a Francisco N, a quien también se refiere como El Emperadorcito. Trato de (presunto) delincuente le da Magaly Deandar, a quien lo es en sentido estricto, pues precisamente esa condición de presunto delincuente es la que lo tiene desaforado, (sin fuero), y sostenido en el cargo de gobernador, aprovechando las lagunas y recovecos en las leyes que aplican en la materia.
Magaly Deandar lo conoce muy bien, pues ambos son de Reynosa, además de ser parte de las élites económicas y políticas del municipio, aunque Magaly de tercera generación y a Francisco N aún se le considera advenedizo.
Con el trato de Francisco N, llamándolo Emperadorcito, señalando sus errores y abusos, utilizando un tono despectivo y muy poco respetuoso al hablar del gobernador, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, Magaly Deandar ha complementado la labor que inició Alejandro Rojas para mostrarle a los tamaulipecos la desnudez del reyezuelo que pretende seguir engañando a «sus gobernados», con el argumento de ser víctima de una lucha política, y no beneficiario del saqueo indiscriminado de recursos públicos, de los abusos de sus policías y del pésimo gobierno que encabeza.
A la distancia parece poco, cuando ya se rompió el velo que arropaba a la figura presidencial (o del gobernador), pero en su momento se requirió de mucho arrojo y valentía para ir contra el aparato que cobija a los poderosos y que pretende, -muchas veces con éxito-, hacernos creer que los gobernantes son dioses.