Los huérfanos del feminicidio
Guadalajara, México
En su mente la escena se repite una y otra vez. Su mirada se pierde, las lágrimas mojan su rostro. Aprieta la mandíbula y se aferra a «Dana», una perrita chihuahueña negra, que se confunde con su vestido.
«Extraño a mi mamá», es lo único que atina en decir Andrea, quien estar por cumplir 13 años.
Cuando tenía 6, fue testigo de un crimen. Su papá le enterró un cuchillo a su mami y la mató.
Ella, junto con sus cuatro hermanos, han acudido a todas las terapias otorgadas por el Gobierno del Estado, pero todavía tiene miedo y la angustia la invade cada que sale a la calle, pues el día del asesinato, su papá los amenazó: si no se callaban, a ellos les pasaría lo mismo.
«Se puso muy mala psicológicamente, subía y baja las escaleras gritando que su papá la estaba siguiendo, ahorita que regresaron a la escuela, ella y David se me han puesto mal por todo esto», comentó Amparo, abuela de la pequeña y mamá de Betsabé, quien en septiembre de 2015 fue asesinada por su esposo. Betsabé dejó cinco pequeños: Ian, Gabriel, David, Andrea y Uriel.
Están en el programa de Apoyo Económico a las Hijas e Hijos de Mujeres Víctimas de Feminicidio que, hasta marzo pasado, tenía registrados a 366 menores de 7 a 12 años, 352 por ciento más a los que se tenían en 2017.
Alejandra Cartagena, académica del ITESO, comentó que la problemática es grave ya que los menores, muchas veces, son testigos del asesinato de su madre, además de que quedan a cargo, principalmente, de sus abuelas.
«Tienen que tomar el rol de madres y esto es muy complejo porque son mujeres que están en una edad complicada de enfermedades y con complicaciones físicas y tienen que optar este rol», dijo.
Ellas, agregó, no viven bien el duelo ya que, en seguida, deben cuidar y ver por sus nietos, aunado a un incremento en los gastos.
Amparo sabe de esto. Hay días, aseguró, que su esposo se desespera porque es mucho el dinero que se necesita para garantizarles comida, educación, salud y diversión.
«Los hemos sacado a la playa, les damos todo lo que podemos, no les falta nada, pero lo más principal no podemos darles y es lo que yo quisiera también, tenerla aquí, pero no puedo», dijo Amparo con la voz entrecortada.
Ya han pasado casi siete años de ese asesinato, el responsable está en la cárcel y aunque Andrea y sus hermanos han recibido apoyo, es insuficiente, pues no han logrado sanar, todavía sienten miedo, angustia y desesperación.
«A estos niños no se les ha garantizado una protección integral desde lo psicológico, el resguardo, la seguridad, alimentación, salud, educación, un acompañamiento ante el duelo de lo que significa perder a mamá», apuntó Cartagena.